La Profecía del Regreso - Libro 2 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Profesor - CAPÍTULO 67

            Miguel me siguió por el pasillo que daba al patio. Fruncí el ceño ante el desorden que imperaba por doquier. Había basura y restos de materiales que habían quedado de la reciente construcción de la cúpula de los vitrales. Tendría que hablar seriamente con Mercuccio sobre el asunto. No podía permitir que parte de la casa de Nora se viera como un basural. Sacudí la cabeza, tratando de sacarme de la mente esos pensamientos tan mundanos. Debía concentrarme en lo importante. Me encontraba ante uno de los momentos más importantes de mi vida, y por partida doble. No podía distraerme.

            Entramos al segundo pasillo que daba a la entrada de la cúpula. Miguel siempre detrás de mí. Puse la mano en el picaporte. Por un momento dudé. ¿En verdad podía enviarlo así como así? ¿Obligarlo a enfrentarse con lo desconocido sin consultarle, como un esclavo que solo debe obedecer sin saber el por qué? ¿Acaso no tenía derecho a saberlo? Le lancé una mirada fugaz. Miguel permanecía tranquilo, esperando, en silencio. Respiré hondo y giré la perilla.

            Abrí la puerta lentamente y me introduje en la sala de la cúpula. Una sensación extraña pero conocida a la vez me invadió. El punto temporal del portal estaba muy cerca, tanto, que la energía del Círculo parecía filtrarse de alguna manera a través de la luz que jugueteaba en los vitrales. Sentí que algo volvía a mí como envuelto en una niebla. Algo estaba restaurándose en mi mente. Era una sensación que ya había tenido, hacía mucho tiempo. Era el regreso, aunque débil y transitorio, de mi habilidad.

            —¿Qué es este lugar?— preguntó Miguel. Aunque la pregunta había sido hecha en voz baja, me hizo saltar internamente y volver a la realidad.

            —Es un portal— expliqué.

            —¿Un portal?— repitió él, sin comprender.

            —Un portal que conecta con el Círculo.

            —¿Qué círculo?

            —El Círculo. El lugar adonde vas a ir.

            —Strabons, lo que está diciendo no tiene sentido.

            —El Círculo es el lugar adonde perteneces. En el Círculo está tu destino. ¿No es tu destino lo que buscas?

            —Sí, pero...

            —Tu destino está con ella.

            —¿Ella? ¿Quién?

            El nombre Dana escaló como un tornado por mi garganta, listo para abrirse paso por mis labios y escapar en un grito. Apreté los dientes tan fuerte que me pareció que se iban a quebrar, pero logré mantenerme en silencio.

            Mi habilidad, aunque leve, percibió sin problemas la agitación que comenzó a turbar la mente de Miguel. La agitación se incrementó, formando una idea clara y definida: escapar.

            —Strabons— comenzó, tratando de sonar tranquilo, aunque yo podía percibir claramente como le hervía la sangre—, le agradezco todo lo que hizo por mí. No tiene idea de cuánto aprecio que me haya ayudado a escapar de los hermanos del Divino Orden y me haya dado la oportunidad de una nueva vida, pero... se está haciendo muy tarde y debo irme.

            —No— lo corté. No podía dejar que se fuera. No podía. Miré otra vez mi reloj. No tenía tiempo para persuadirlo—. No debemos perder el precioso tiempo en discusiones inútiles.

            —No hay discusión. Me voy— dijo él. Pude ver que su mente estaba decidida y no había vuelta atrás. Intercepté su mano antes de que llegara al picaporte. Miré nuevamente el reloj.

            —Solo unos minutos más. Por favor, solo unos minutos más. Luego podrás hacer lo que quieras— supliqué. ¡Por el gran Círculo! Quería gritarle que hiciera lo que quisiera pero que no dejara morir a Dana... pero me contuve. No tenía tiempo de explicarle, de convencerlo, no con palabras. No con palabras... De pronto me di cuenta: podía usar mi habilidad. Era débil, apenas un hilo, pero tal vez podría... No sabía si usar mi habilidad estaba dentro de lo permitido o no, no sabía siquiera si funcionaría usarla en mí mismo, pero no tenía tiempo. Ante la desesperación de perderlo todo, decidí hacerlo. Relajé mi mente y busqué la sintonía de la de él. Sus ondas de pensamiento me resultaron harto familiares. Era extraño. Era como buscarme a mí mismo, fuera de mí. Su angustia, su desesperación, su confusión me golpearon de repente como una oleada. Muy lentamente, comencé a irradiar calma para disminuir aquellas emociones tan fuertes. La resistencia que encontré al principio comenzó a desvanecerse lentamente. Sostuve su mirada con la mía, y pude ver cómo comenzaba a respirar más tranquilo. Su cuerpo comenzó a relajarse. Su mano ya no luchaba por llegar al picaporte. Sus ojos se entrecerraron. Suspiró, asintiendo con la cabeza:



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En el texto hay: mundos paralelos, portales

Editado: 12.10.2019

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