Y estuve así un buen rato: sentado en el suelo, con la espalda contra la puerta... esperando, esperando que se produjera el paso, esperando...
La explosión ensordecedora llegó repentina: el portal había abierto sus fauces, tragando a Miguel para escupirlo en el Círculo.
No tenía fuerzas para levantarme de allí, ni siquiera tenía fuerzas para pensar, para suponer, para justificar lo que había hecho.
Vi a Nora acercándose con cautela por el pasillo. Se arrodilló junto a mí, pasándome un brazo por los hombros.
—Está hecho— murmuré, levantando la vista hacia ella.
—El viejo Strabons estaría orgulloso de usted— me dijo ella, apretándome el hombro cariñosamente.
Ella se puso de pie y me tendió una mano para ayudarme a pararme también. Cuando terminé de ponerme de pie, vi a Mercuccio que se acercaba. Juliana y Luigi lo seguían a cierta distancia.
—¿Todo salió bien?— preguntó Mercuccio.
—Creo que sí— respondí, volviéndome hacia la puerta cerrada.
Mercuccio tomó el picaporte y empujó la puerta para abrirla. Algo en el piso la trababa y era difícil moverla, pero Mercuccio se apoyó con todo el cuerpo y logró abrirla lo suficiente como para pasar de costado.
—Oh, no— murmuró.
Entré detrás de él, seguido por los demás.
—Si Prella se entera de esto, va a querer matarlo— me dijo Mercuccio.
—Entonces, será mejor que no se entere— respondió Nora.
El piso de la habitación de la cúpula era un mar de vidrios de colores rotos. Avancé con cuidado, haciendo equilibrio entre los trozos de vidrio, y miré hacia arriba. La estructura de acero sostenía apenas unos pocos pedazos del vitral que se había hecho añicos. El plomo tampoco había resistido la temperatura que había levantado la habitación con la apertura del portal. Era desolador ver destruido el trabajo tan largamente planeado y construido con tanto esfuerzo.
—¿Cree que Miguel se haya lastimado cuando cayeron los vidrios?— preguntó Juliana, preocupada.
—No— contesté—, él ya estaba del otro lado cuando la cúpula reventó. Ahora todo está en sus manos.
—Él lo hará bien, la salvará— trató de consolarme ella.
No respondí.
—Llevará días limpiar todo esto— comentó Mercuccio.
—Me duele la cabeza— dije, ensimismado—, iré a recostarme un rato.
Salí de la cúpula y me fui a mi habitación. Me tendí vestido en la cama, boca arriba, pensando, recordando...
Al cabo de un rato, escuché unos golpes suaves en la puerta de mi habitación.
—¿Está vestido?— escuché la voz de Juliana.
No contesté, con la esperanza de que pensara que estaba dormido y se fuera. Pero era Juliana, no se iría así como así. Después de unos momentos, entreabrió la puerta y asomó la cabeza. Al verme vestido sobre la cama, abrió la puerta del todo y entró. La cerró suavemente tras de sí y se acercó a la cama, sentándose en una silla a mi lado. La miré de soslayo, su vientre comenzaba a mostrar indicios del embarazo, llevaba ya seis meses.