Llevó varios días demoler la cúpula y limpiar el lugar. Mercuccio hizo traer tierra nueva y plantó panes de césped. Los nuevos macizos de flores de brillantes colores bordeaban la nueva vereda. Poco a poco, el patio volvía a ser el hermoso pequeño parque que había sido antes de la construcción del portal.
—Prueba ahora— le dije a Mercuccio, mientras me inclinaba sobre la fuente.
Mercuccio fue a abrir la llave de agua.
—¿Y?— preguntó, estirando el cuello para ver si la fuente funcionaba.
—Nada— le respondí—. Creo que es este caño de acá, está tapado.
Mercuccio cerró la llave y vino otra vez hasta la fuente a inspeccionar el caño.
—¡Lug!— llamó Luigi desde la puerta que daba a la biblioteca. Levanté la vista hacia él.
—¿Podría venir un momento?
—¿Ahora? ¿No puede esperar?— le respondí.
—Es importante.
—Vaya— me dijo Mercuccio—. Mientras tanto, trataré de destapar esto.
—Está bien— dije.
Me lavé las manos embarradas en la pileta de lavar empotrada en la pared al lado del armario de las herramientas, y seguí a Luigi a la biblioteca.
—¿Todo está bien? ¿Juliana...?— inquirí, mientras Luigi abría la puerta y me hacía un gesto para que entrara.
—Todo está bien— me tranquilizó él.
Al entrar, vi a Juliana sentada con los dedos de las manos entrelazados, apoyados sobre la mesa, su computadora portátil abierta frente a ella. Luigi rodeó la mesa y se quedó parado junto a ella. Ambos me miraban fijamente.
—¿Qué pasa?— quise saber.
—Será mejor que se siente— me invitó Luigi.
Me senté en una silla del otro lado de la mesa, frente a los dos.
—¿Está listo?— me preguntó Juliana.
—¿Listo? ¿Qué pasa? ¿Es el bebé?— pregunté, desconcertado.
—No, encontramos el portal— anunció ella.
Me puse de pie de un salto. Mi mirada saltó de Juliana a Luigi.
—¿Es cierto?— le pregunté. Él asintió, solemne—. ¿Y los dos están de acuerdo?—. pregunté, incrédulo.
—Díselo, querida— le dijo Luigi a su esposa, apoyando las manos sobre los hombros de ella.
—Luigi tenía razón— comenzó ella.
Volví a sentarme. Todavía no podía comprender cómo Luigi había logrado que Juliana cediera y le diera la razón.
—¿Pero están seguros? ¿Los dos coinciden?— volví a preguntar, desconfiado.
—Absolutamente— aseguró ella.
—No hay duda— confirmó él.