La Profecía del Regreso - Libro 2 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Viajero - CAPÍTULO 71

—Es ropa— dijo Mercuccio, perplejo.

—¿Ropa?— repetimos Luigi y yo a coro.

Humberto dio un paso atrás para darme lugar y ver el contenido de la caja. Asombrado, metí la mano y saqué una túnica blanca con el cuello bordado con hilos de plata. Estaban también la capa plateada, el cinto de cuero con las incrustaciones de plata que formaban mi nombre y hasta las botas.

—¿Cómo...?— tartamudeé, estupefacto.

—Cuando llegaste a este mundo, caíste en un callejón oscuro y peligroso. Te encontré allí tirado en la calle, inconsciente. Aún era muy temprano para contactarte. Lo único que pude hacer para ayudarte fue quitarte la ropa para evitar que te mataran para robártela, y llamar a una ambulancia para que vinieran a atenderte. Guardé tu ropa, esperando el momento propicio para devolvértela.

—¿Lo desnudó y lo dejó ahí tirado?— le reprochó Mercuccio.

—Fue lo más acertado— explicó él—. Aun si no le hubieran robado su atuendo, habría tenido que dar muchas explicaciones incómodas cuando lo encontraran los paramédicos.

—Pero, ¿por qué no lo atendió usted? ¿Estaba ahí y no hizo nada?

—No podía— respondí yo, comprendiendo—. Tenía que dejar que me llevaran al hospital.

—¿Por qué?

—Porque tenía que conocer a Strabons— expliqué.

Mi vida siempre había sido un rompecabezas donde las piezas debían ir encajando perfectamente. Humberto lo sabía, y había hecho su parte para encastrar una pieza más.

—Póngaselo— dijo Nora.

—¿Qué? ¿Ahora?

—Sí— la secundó Juliana—, queremos verlo con su ropa.

Miré en derredor. Luigi y Mercuccio asintieron su aprobación.

—¿Por qué no?— dije.

Tomé la caja y me fui a vestir a mi habitación. Cuando volví a entrar en el comedor con mi atuendo, todos se pusieron de pie y aplaudieron. Incluso Humberto dejó la cuchara con el trozo de torta que estaba comiendo y se puso de pie con una sonrisa.

—Parece un príncipe— dijo Nora.

—Es un rey— corrigió Humberto—. Es el Señor de la Luz.

La tensión que se había generado con la llegada de Humberto se disipó al fin. Estuvimos un rato más disfrutando de la torta y charlando. Todos le hacían muchas preguntas a Humberto, pero él contestaba todo el tiempo con evasivas.

—Perdón por haberte gritado— le dije a Juliana al oído.

—Me lo merecía— me contestó ella—. Estuve fuera de lugar.

—No, yo estuve fuera de lugar. Debí haberles comentado sobre él— le dije.

—¿Hay alguna otra cosa que debamos saber?— me preguntó ella, fingiendo reproche.

—No hay nada más. O por lo menos no se me ocurre nada más. ¿Todo está bien entre nosotros?

—Todo siempre ha estado bien entre nosotros, bueno, casi siempre— respondió ella con una sonrisa, dándome un beso en la mejilla.

Ya era de madrugada cuando los invitados comenzaron a irse a dormir. Luigi y Juliana se despidieron con fuertes abrazos, y Mercuccio los llevó en el coche hasta su casa. Mientras Nora juntaba los platos, me acerqué a Allemandi para recordarle que preparara todos los papeles con la sesión de bienes y que me contactara cuando estuviera todo listo para firmar. Ya faltaban escasos meses para que me fuera, y quería dejar todo arreglado para que mis amigos disfrutaran de la fortuna de Strabons. Cuando Allemandi se fue, me volví hacia Humberto y le pedí que se quedara un rato más para hablar con él en privado. Él asintió y me siguió a la biblioteca.

Me saqué la capa y la espada, guardándola en su vitrina en un rincón de la biblioteca.

—¿Cómo conseguiste la espada?— me preguntó Humberto—. No la tenías cuando llegaste.

—Hermes intentó matarme con ella— expliqué—. Debió recogerla en el calabozo de Bress antes de arrojarse al abismo tras de mí.

—Ya veo.

—Había algo más que yo traía puesto cuando caí por el abismo hacia este mundo, algo que no estaba en la caja— dije.

Humberto suspiró y desvió la mirada.

—¿Lo tienes?— insistí.

A regañadientes, Humberto se metió la mano en el bolsillo y lo sacó, entregándomelo.

—Tenía la esperanza de que no lo recordaras— dijo—. Aquí no tiene ningún poder, pero en el Círculo es un elemento muy peligroso.

—Lo sé— consentí, observando detenidamente el anillo.

—¿Estás seguro de que deseas conservarlo? ¿No sería mejor que se quedara aquí donde no puede hacer daño a nadie?— intentó disuadirme.

—Conozco bien el peligro de usar el Anguinen— dije—. Solo lo usé cuando fue absolutamente necesario. Fue esta perla la que me permitió eliminar a Bress, es posible que vuelva a serme útil otra vez. Además, mi madre la dejó expresamente para mí.



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En el texto hay: mundos paralelos, portales

Editado: 12.10.2019

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