I. El Reencuentro en la Oscuridad.
Me lancé por la grieta con el símbolo de la Luna. La oscuridad era total, pero solo duró unos segundos. Una linterna potente me deslumbró, y la voz que respondió a mi llamada no era la de un agente, sino la tuya, mi Rafa.
«—¡Julieta! ¡Mi vida! ¡Estás a salvo!»
Corriste hacia mí en el túnel estrecho. Dejaste caer tu arma por el alivio. Me sujetaste con una fuerza que me hizo temblar, un abrazo de posesión total y amor absoluto. El olor de tu piel, el latido de tu corazón... era el único refugio que necesitaba.
«—Estaba bajo la niebla de 'El Oráculo', Rafa. Pensé que no llegabas...» susurré, devolviéndote el abrazo con toda mi lealtad.
Me tomaste la cara entre tus manos. «—Jamás te dejaría, mi esposa. Mi dominación es tu única protección. Ahora estamos juntos, y juntos somos invencibles.»
Sentí cómo tu amor me restauraba la fuerza y me calmaba el alma. La adrenalina se desvaneció, reemplazada por la certeza de tu presencia.
«—Thorne cree que la ruta de la reliquia es Akhet-Aten. Nos ha dado el tiempo que necesitábamos,» te informé, volviendo a la misión con una mente clara.
«—Perfecto. Ahora, debemos decidir el siguiente movimiento, Julieta. La base de 'El Oráculo' en el desierto es grande. Necesitamos planear el asalto al Corazón del Oasis Escondido sin que se den cuenta de nuestro engaño,» me dijiste. II. Persecución en la Arena.
Me sacaste del túnel hacia un vehículo blindado modificado, pintado de color arena. Dentro, solo había espacio para nosotros dos y el equipo esencial.
«—No podemos descansar, Julieta. 'El Oráculo' sabrá que la pista de Thorne era falsa en menos de una hora. Debemos ganar distancia y hacernos invisibles. Agárrate fuerte, mi vida. Esto será duro y rico en velocidad,» dijiste, tu rostro tenso por la concentración.
Tomaste el volante. El motor rugió, y salimos disparados a través del desierto, el vehículo saltando sobre las dunas. El movimiento era violento, pero cada sacudida me recordaba que estabas ahí, en el asiento del conductor, ejerciendo tu dominación sobre el terreno y la situación.
Me colocaste un auricular en el oído. «—Ahora, esposa. Tienes el mapa. Guíame a través de los cañones de roca. La visibilidad de su radar será mínima allí. Es la única forma de que nuestro amor sobreviva a esta caza,» ordenaste.
Me concentré en el mapa satelital. Mi voz, aunque firme, era una extensión de tu voluntad. «—A la una, mi Rafa. Hay una cresta a trescientos metros. Necesitamos saltarla para alcanzar el cañón.»
Apretaste el volante, tu pasión por el control evidente. «—¡Hecho, mi Julieta! Sujétate a mí. ¡Mi posesión te protege!»
Saltamos la cresta con una explosión de arena. La maniobra fue precisa y violenta. Dentro del cañón, la luz del atardecer apenas penetraba, y la temperatura bajó drásticamente.
III. El Bloqueo del 'Oráculo'
Apenas habíamos recorrido unos kilómetros cuando los sensores del vehículo se volvieron locos.
«—¡Rafa! Tenemos un bloqueo. Drones de 'El Oráculo' en la salida del cañón, y vehículos blindados entrado por el otro lado. Nos han acorralado,» dije, la adrenalina disparada.
Me miraste con una sonrisa feroz, tu determinación encendida. «—No pueden acorralar a la Dinastía Espectro, mi vida. Dame el lanzador de pulso electromagnético (EMP). Vamos a darles un pequeño saludo.»
Me diste el dispositivo. Era un cilindro pesado y compacto.
«—A la cuenta de tres. El objetivo son los drones, Julieta. Necesitamos que caigan antes de que los blindados estén a tiro. Tu puntería es perfecta. No dudes. ¡Hazlo por nuestro amor y por nuestra libertad!»
Apunté el lanzador hacia la boca del cañón. La presión era inmensa, pero el vínculo entre nosotros me hacía precisa.
«—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Fuego!» gritaste.
Disparé. El EMP no hizo ruido, pero en el cielo, los drones se congelaron y cayeron, inertes, sobre la arena. El pasaje estaba libre, pero la explosión del EMP alertó a los blindados.
«—¡Adelante, Julieta! ¡Rápido! Mi amor te saca de aquí!»
Aceleraste a fondo, pasando por debajo de los drones caídos, directamente hacia la inmensidad del desierto. IV. El Desafío de la Tormenta.
Apenas habíamos acelerado, cuando el cielo que antes era rojizo se tornó un púrpura enfermizo. El aire se cargó de electricidad y el viento, cálido y violento, nos golpeó.
«—¡Rafa, es 'El Sol Negro'! ¡Están usando el artefacto para generar una tormenta de arena artificial! ¡No buscan atraparnos, buscan enterrarnos!» grité, observando cómo la gigantesca nube de arena venía hacia nosotros con la velocidad de un tren.
«—¡La dominación de la naturaleza! ¡Maldita sea! ¡Demasiado tarde para el refugio, Julieta! Sujétate a mí. Vamos a usar la tormenta como cobertura. Si ellos no pueden vernos, tampoco podremos vernos nosotros, pero tenemos el mapa. Es nuestra única oportunidad,» ordenaste, tu determinación latiendo en tu voz.
Apreté mi cuerpo contra el tuyo, aferrándome a tu brazo con toda mi lealtad. Sentí la posesión de tu fuerza como una promesa.
El vehículo impactó contra la muralla de arena. La luz se apagó, y el mundo se convirtió en un infierno de color ocre. El vehículo se tambaleaba violentamente, y el sonido del viento era ensordecedor.
Te mantuviste firme al volante. «—¡A la izquierda, Julieta! ¡Busca la duna más alta para que la arena nos pase por encima! ¡Confía en mi dominación, confía en nuestro amor!»
Guiados solo por el GPS y la ciega confianza mutua, condujiste en un zigzag imposible, sorteando rocas y socavones que no podíamos ver. En medio de ese caos, nuestro vínculo brillaba con una luz increíble. Sentí una ternura inmensa al ver tu concentración; no pensabas en el peligro, solo en protegerme.
V. La Paz del Refugio y el Sello del Amor.
La tormenta duró media hora, la más larga de nuestra vida. Cuando el viento amainó, emergimos a un paisaje diferente. La tormenta nos había llevado a un valle rocoso, lleno de sombras y silencio.
Detuviste el vehículo y me abrazaste con fuerza, un abrazo de alivio y pasión. «—Lo logramos, mi vida. Solo tú y yo. Nuestro amor es más fuerte que 'El Sol Negro' y sus tormentas,» me dijiste, besándome la frente con una ternura absoluta.
Nos acurrucamos en el asiento, exhaustos. En ese valle desértico, bajo un cielo lleno de estrellas brillantes y sin rastro de la contaminación del artefacto, la misión pareció desvanecerse por un momento.
«—Estoy cansada, Rafa. Pero a tu lado, estoy en casa,» susurré, sintiendo la paz de tu cuerpo.
«—Descansa, mi Julieta. Hemos ganado tiempo. Mañana iremos al Oasis Escondido. Pero no importa lo que nos espere, recuerda: tu posesión me da la fuerza, y mi dominación te da el refugio,» me dijiste, cubriéndonos con una manta térmica.
Cerré los ojos, con la certeza de que no había peligro que pudiera romper el vínculo forjado por nuestro amor en las arenas del desierto.
Editado: 01.12.2025