La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 3

El agua fría arrojada en su cara lo hizo volver de la inconsciencia. Pestañeó varias veces, tratando de despejar la mente. El lado derecho de la cabeza le latía dolorosamente.

            —Está vivo— escuchó una voz.

            —Por supuesto que está vivo— dijo otra voz—. Si estuviera muerto no nos habrían mandado a ponerlo aquí sino a enterrarlo.

            Al intentar moverse, se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo, con la espalda contra una pared de madera, y tenía los brazos hacia arriba. Confundido, miró hacia arriba y vio que sus muñecas estaban encadenadas a la pared por medio de grilletes de hierro. Una oleada de recuerdos lo invadió de pronto, recuerdos de estar colgado del techo, indefenso, esperando saber qué forma de tortura imaginaría ella para hacerlo sufrir hoy. Comenzó a temblar de pánico. El terror le cortó la respiración. Agarró las cadenas que estaban unidas a los grilletes y tironeó en vano.

            Bajó la vista y vio a dos hombres vestidos de negro. Uno estaba encadenando sus tobillos entre sí mientras el otro sostenía una antorcha para iluminar su trabajo. Fragmentos de recuerdos de lo que había pasado llegaron a su cerebro, a medida que su mente se iba aclarando. No, no estaba colgando del techo, no estaba en Estia a merced de Murna, estaba sentado en el piso con la espalda contra una pared, en lo que parecía ser una celda recubierta de madera. Trató de tranquilizarse, de calmar su respiración. Comenzó a recordar más cosas.

            Había viajado por días desde el sur, desde el portal, y había llegado a Cryma, solo para encontrarla desierta. Había ido un rato al bosque de los Sueños a descansar y había visto a toda esa gente marchando acongojada hacia la ciudad. Todos vestían de negro. Había intentado contactar a Colib, pero él no parecía recordarlo. Lo que es más, no parecía querer saber nada con él. Algo estaba mal. Se dio cuenta de que su mera presencia iba a meter a Colib en problemas y salió de la taberna. En la calle fue abordado por tres sacerdotes vestidos de negro. Aparentemente, había un problema con el color de su túnica, no podía vestir de blanco. Aquellos hombres decían estar de luto por su muerte. Lug no había tenido mejor idea que revelarles que no solo no había muerto, sino que había regresado. En vez de alegrarse y darle la bienvenida al Círculo, aquellos hombres lo habían acusado de herejía y le habían atado las manos a la espalda.

            Comprendiendo que no iba a poder convencerlos razonando con ellos, Lug decidió adoptar otras medidas. Cerró los ojos un momento y se concentró en los patrones de sus mentes. Rápidamente, descartó los patrones de toda la muchedumbre que se había reunido alrededor con curiosidad para ver lo que pasaba con aquel extraño vestido de un color incorrecto, y aisló los patrones de los tres sacerdotes. Percibió de inmediato que aquellas mentes habían sido manipuladas para no pensar por sí mismas. Los patrones estaban aletargados, esperando que otros tomaran las decisiones por ellos. No fue difícil lograr lo que buscaba, aquellas mentes estaban acostumbradas a obedecer órdenes sin cuestionarlas. Todo lo que Lug hizo fue plantar su imagen como figura de autoridad para aquellas mentes esclavas, y luego dio las órdenes en voz alta para que lo soltaran. Los sacerdotes obedecieron de inmediato.

            Lug sabía muy bien que donde había mentes manipuladas, tenía que haber un manipulador, así que el siguiente paso fue pedirles que lo llevaran con su jefe, el que los controlaba. Los sacerdotes lo guiaron a un templo de piedra donde lo presentaron ante otro sacerdote vestido de negro que se hacía llamar Supremo. El Supremo usaba una capucha que ocultaba su rostro. Cuando Lug le reveló quién era él. El Supremo se acercó a inspeccionarlo de cerca con actitud entre arrogante y curiosa, ante alguien que había sido tan tonto como para auto proclamarse Lug delante de él.

            Lug intentó ver su rostro, pero como no pudo atisbar la identidad de aquel sacerdote que parecía estar a cargo de toda aquella farsa, decidió directamente entrar en su mente para ver qué ocultaba. Sostener bajo control a los tres sacerdotes que lo habían llevado hasta el templo le estaba demandando casi todo su esfuerzo, pero igualmente intentó conectarse con este cuarto sacerdote. Notó que los lazos de la conexión con los tres primeros sacerdotes se hacían más débiles, pero se sostuvieron en su lugar, así que se lanzó a la mente del Supremo para descubrir sus secretos. En sus patrones, descubrió mayormente odio y arrogancia, pero cuando el sacerdote se acercó a examinarlo más de cerca, percibió algo más: miedo. Los patrones del Supremo se habían visto invadidos de pronto por un terror profundo, terror que lo llevó a actuar instintivamente, tratando de protegerse del peligro. Antes de que Lug pudiera siquiera darse cuenta de las intenciones del Supremo, éste había tomado un candelabro y lo había golpeado en la cabeza, dejándolo sin sentido.




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