La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 13

Althem se dio vuelta bruscamente al oír la voz del criado personal de su madre que lo llamaba:

            —La señora desea verlo.

            —Iré enseguida—, respondió Althem.

            El hijo de la reina miró el horizonte hacia el sur:

            —Vamos, Zenir. ¿Dónde estás?— murmuró—. Mi madre se muere y tú eres el único que puede hacer algo.

            Pero a su pregunta solo respondió el silencio y la imponencia de la cordillera del Norte. Althem suspiró y se acomodó el uniforme para ir directo a ver a su madre.

            Abrió la puerta despacio, y el rostro de la reina se iluminó con una débil sonrisa al verlo. Ella intentó sentarse en la cama con un gran esfuerzo, y él, al ver lo que intentaba, corrió a su lado a ayudarla.

            —Madre, ¿no puedes quedarte quieta?— la reprendió él dulcemente.

            —Lo que peor me pone es que me traten como a una inválida— protestó ella—. No soy una niña, Althem.

            —Lo sé.

            —Entonces no me trates como a una.

            —Lo siento— se disculpó él. Ella estaba muy irritable desde que había caído en cama.

            —¿Qué hay de Borvo?

            Él sabía que ella lo había llamado para hacerle esa pregunta. Lo hacía todos los días, y todos los días la respuesta era la misma:

            —Aun nada.

            El rostro de ella se ensombreció.

            —Sabes que él vive en el sur, al otro lado de las sierras de Rijovik. El viaje es muy largo, y por el camino suelen suceder muchas cosas...

            Althem le había dado esa misma explicación todos los días. Ella suspiró:

            —Creo que debería resignarme.

            —No, madre— respondió él con firmeza—, Zenir vendrá.

            —Hijo— comenzó ella con ternura—, sé cuánto te preocupas por mí, pero creo que hemos de aceptar que ya es hora de que te hagas cargo del reino.

            —Me haré cargo de todo lo que quieras, pero no dejaré que te mueras ahora.

            —La muerte no puede evitarse, nos llega a todos...

            —¡Lucha, madre! ¡Lucha!

            Ella sonrió:

            —Eres un buen hijo.

            —Sé fuerte hasta que Borvo llegue. Si él dice que no hay solución, solo entonces me resignaré.

            —De acuerdo— concedió la madre—. Ya vete, debes tener muchos asuntos importantes que atender.

            —Nunca nada tan importante como tú, madre.

            —Me halagas, pero ya vete y déjame sola.

            —Sí, madre.

            Althem le tomó la mano, y se inclinó a darle un beso en la frente antes de retirarse. Fuera de la habitación, encontró a su criado personal:




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