La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 15

El Supremo vio a Ana entre la muchedumbre que acompañaba al carro con la jaula especialmente hecha para transportar a Lug, y automáticamente se pasó la mano sobre la herida de la muñeca donde ella lo había mordido. Maldita perra. Pronto le enseñaría quién mandaba. En su mente se cruzaron varios castigos que quería infligirle, pero ahora tenía cosas más importantes de las que ocuparse. Malcolm había contestado su mensaje: Lug debía morir lo más rápido posible o todo se arruinaría. Malcolm le había recomendado una muerte rápida y en privado, pero el Supremo no podía dejar pasar esta oportunidad de ejercer el dominio de su poder mediante el terror. Hacía mucho que no había ejecuciones en Cryma, ésta les recordaría a los pobladores que nunca estaban a salvo, a menos que obedecieran las doctrinas de la Nueva Religión. Es por eso que el Supremo se había sobrepuesto a su aversión a los espacios abiertos y había decidido estar presente en la ejecución. Hacía tiempo que no salía del Templo, prefería los lugares cerrados, protegidos. La gente inclusive se había acostumbrado a que él no dirigiera las peregrinaciones del Lugnasad. Pero esto era diferente, si quería demostrar que aun seguía siendo el amo y señor de Cryma, tenía que estar aquí, tenía que dirigir esta ejecución él mismo. Además, Malcolm le había advertido claramente que debía asegurarse sin lugar a dudas y por sí mismo que Lug estaba muerto. Pronto, pronto todo terminaría para aquel héroe inoportuno, y ya nadie podría disputar su dominio.

Los verdugos condujeron el carro hasta una plataforma elevada que se alzaba como una sombra nefasta en el medio de la calle principal de Cryma, bajo un gran árbol de ramas gruesas. Al pie de la plataforma, estaba también Ana. Una lágrima se asomó a sus ojos cuando los guardias abrieron la puerta de la jaula y tironearon a Lug hasta la plataforma, lágrima que secó rápidamente con la manga de su vestido para que no fuera vista por el Supremo que permanecía erguido y desafiante sobre la plataforma.

            Los verdugos obligaron a Lug a ponerse de rodillas sobre la plataforma, ante el Supremo. El Undrab casi se desmoronó del todo, pero los verdugos lo sostuvieron de las axilas justo a tiempo.

            —Confesad que os arrepentís de vuestra herejía— tronó la voz del Supremo—, y así tal vez vuestra alma se salve.

            Lug levantó la vista lentamente, y en sus últimos momentos de lucidez, intentó ver el rostro de aquel maldito. Pero fue inútil, aquella capucha que usaba protegía eficientemente su identidad. Se dejó conducir dócilmente hasta el centro de la plataforma, y ni siquiera se inmutó cuando le pusieron la soga al cuello. Todavía usaba aquella túnica blanca, la túnica que lo había condenado a muerte.

            En sus momentos finales, apenas consciente, pensó en la única mujer que había amado con todo su ser, la mujer que le había mostrado quién era, que le había devuelto la identidad, el alma y la vida, la mujer por la cual lo había hecho todo, incluso matar a su propio padre, la mujer que había intentado salvar por todos los medios posibles, sin éxito: Lug pensó intensamente en Dana.

Con esfuerzo, alzó la vista hacia la multitud. Los habitantes de Cryma allí reunidos solo parecían manchones movedizos ante sus ojos. En su obnubilado estado, Lug vio de pronto a una figura en medio de la muchedumbre, una figura conocida. Mientras el resto de las personas aparecían borrosas e irreconocibles, esta figura sobresalía por su claridad y definición. Era una mujer y estaba envuelta en una especie de halo de luz. Lug sonrió al reconocerla: Dana. Pronto estaré contigo mi amor. Tal vez la muerte no fuera tan mala si del otro lado lo esperaba ella. Parecía un ángel envuelta en aquella luz, la mano extendida, invitándolo a reunirse con ella. La miró a los ojos, olvidando todo y a todos, abandonándose en su mirada, entregándose a ella. Pero algo llamó su atención: el rostro de ella no reflejaba la serenidad de un espíritu en paz. Dana lo miraba con el rostro desencajado por el horror y la desesperación. Aunque no la escuchaba, podía ver que gritaba su nombre, angustiada. Su mano extendida no era una mano invitante, era una mano desesperada que trataba de alcanzarlo. Podía ver que todo su cuerpo estaba en tensión, tratando de llegar hasta él, pero por más que intentaba, no podía moverse del lugar. No te preocupes mi amor, pronto estaré contigo. Con lágrimas en los ojos, Lug le dedicó otra sonrisa a su amada y formó las palabras “te amo” con los labios.

            —¡Confesad!— gritó el Supremo, pero Lug nada dijo, estaba en otro mundo, en otro plano, estaba con Dana.




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