La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 16

            Con un fuerte chasquido, la soga que sostenía al ahorcado se cortó de pronto ante la atónita multitud. El cuerpo de Lug cayó pesadamente sobre la plataforma de madera. Casi al mismo tiempo, Ana subió de un salto a la plataforma y se arrodilló junto a él. Tenía que moverse rápido o todo estaría perdido.

            Cuando el Supremo salió de la sorpresa, comenzó a gritar furioso:

            —¡Ineptos! ¡Traigan otra soga! ¡Vamos! ¡Ya mismo!

            Varios sacerdotes salieron corriendo a obedecer las órdenes del Supremo.

            Ana aflojó la soga del cuello de Lug y le tomó el pulso.

            —No es necesaria otra soga— dijo Ana con mortal calma, mirando directo a los ojos del Supremo—. Está muerto— anunció.

            —Pero no estuvo colgado lo suficiente— protestó el Supremo.

            —No fue necesario, el tirón de la soga le fracturó el cuello— explicó ella.

            La muchedumbre observaba la escena en absoluto silencio, esperando el dictamen del Supremo. Colib luchaba denodadamente por mantener la calma. El plan dependía de que él no mostrara ninguna emoción que traicionara lo que sentía por Lug.

            El Supremo sabía que Ana era perfectamente competente para saber si alguien estaba vivo o muerto, ella conocía bien de esas cosas. Aun así, no se conformó con el diagnóstico de ella. Subió a la plataforma, decidido a comprobarlo por sí mismo.

            Cuando el Supremo se inclinó sobre el cuerpo inmóvil y extendió la mano para tomarle el pulso, la mano de Ana le salió al encuentro y lo detuvo, tomándolo de la muñeca, la muñeca que ella había mordido. El Supremo le lanzó una mirada amenazante que hubiera hecho que cualquier otro saliera corriendo del lugar. Ana se mantuvo inmutable. No tenía intenciones de soltarle la muñeca.

            —Yo no lo tocaría si fuera usted— dijo Ana con tono helado.

            —¿De qué hablas?— gruñó él.

            Ella se puso unos guantes de cuero y abrió con cuidado la túnica y la camisa, dejando expuesto el pecho del ahorcado.

            —¿Qué es eso?— preguntó el Supremo al ver la virulenta erupción en la piel del ejecutado.

            —Mi madre me habló una vez de esta enfermedad. Ella la llamaba: la plaga roja. Me contó como una aldea entera sucumbió ante la plaga cuando ella era joven. Se transmite por el contacto con la piel del enfermo.

            —¿Cómo puedes estar segura de que es esa plaga que dices?— le espetó el Supremo.

            —Si es la plaga roja, la erupción comienza en los antebrazos y luego se extiende por el pecho— dijo ella.

            —Súbele las mangas, veamos los brazos— le ordenó el Supremo, dando un paso hacia atrás. Había perdido toda intención de tocar el cuerpo del ahorcado.

            Ana arremangó las mangas de la camisa, obediente. El Supremo dio otro paso hacia atrás al ver la erupción en los brazos.

            —¿Cómo es posible que haya contraído esta enfermedad?— preguntó el Supremo.

            —Debe haberla traído de donde sea que vino. No creo que se haya enfermado aquí en Cryma. Es posible que cuando se presentó aquí ya la estuviera incubando. Le hizo un favor al matarlo de una forma rápida, la muerte por plaga roja es una de las más dolorosas y de más larga agonía. La erupción provoca primero un leve escozor que luego se vuelve insoportable, lo sigue una sensación de tener la piel ardiendo como si estuviera en llamas. Los músculos comienzan a agarrotarse, y el enfermo pierde el control de su cuerpo. El dolor es tan intenso que algunos pierden la razón antes de morir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.