La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 17

—Aquí está bien— dijo Ana.

            Bajaron la tabla con cuidado y la apoyaron en el suelo cubierto de hojas caídas y matas de hierba. Colib miró nervioso hacia atrás, comprobando si alguien los había seguido. Nadie se había atrevido a internarse en el bosque tras ellos.

            —Desátalo— le dijo Ana a Colib.

            Mientras Colib se abocaba a desanudar las sogas que sostenían las piernas y volteaba el cuerpo para desatarle las manos a Lug, Ana aflojó del todo la soga que todavía rodeaba su cuello y la sacó con cuidado por sobre su cabeza. Ana hizo una mueca al ver la horrible marca que la soga había dejado en su cuello. Luego acercó su mejilla a la cara de él y frunció el ceño, preocupada.

            —¿Qué pasa?— inquirió Colib.

            —No respira.

            —¿Qué quieres decir con que no respira?

            —La droga que le di deprime la respiración y el corazón.

            —Entonces... es normal que no respire...— intentó Colib.

            —No, no es normal. Nunca había usado esta combinación de hierbas, tal vez la dosis no era adecuada— explicó Ana, preocupada.

            —¿Qué? ¿Entonces está muerto?— exclamó Colib.

            Ana no le respondió. Se sacó los guantes y apoyó dos dedos en el cuello de Lug.

            —El corazón todavía late, aunque apenas— dijo.

            Antes de que Colib pudiera decir nada, Ana pasó una mano por debajo del cuello del inconsciente Lug y le tapó la nariz con la otra, tirando la cabeza hacia atrás y abriéndole la boca. Luego, aquella muchacha de cabellera roja y ojos verdes hizo lo último que Colib hubiera imaginado en esas circunstancias: acercó sus labios a los de él hasta hacer contacto.

            —Ana, no creo que este sea el momento para...

            Colib no pudo terminar la frase. Estupefacto, vio cómo el pecho de Lug se inflaba con aire que Ana le insuflaba por la boca. Ana repitió la maniobra varias veces hasta que Lug comenzó a respirar por sí mismo.

            —Nunca había visto a alguien hacer eso— murmuró Colib, asombrado.

            —Es solo una vieja técnica que me enseñó mi madre, Colib, no es magia ni nada parecido.

            —Si ya respira, ¿por qué no despierta?— preguntó Colib.

            —La droga que le di lo mantendrá inconsciente por varias horas más— explicó Ana—. Tenía que darle una dosis lo suficientemente fuerte para que no despertara antes de que pudiéramos sacarlo de Cryma.

            —Y casi lo mataste de verdad— le reprochó Colib.

            —Es una droga peligrosa, pero no se me ocurrió nada mejor. No veo que tú hayas aportado un mejor plan— replicó ella un poco ofendida.

            —Lo siento, no quise desmerecer tu plan— le respondió Colib—. ¿Y ahora qué?

            —¿Conseguiste un animal grande como te pedí?

            —Un venado, sí. Lo cacé esta mañana y lo escondí cerca de aquí como me dijiste. También recogí leña como me pediste.

            —Bien, arma una pira y quémalo. Agrega hojas verdes para que haga mucho humo. No quiero que el Supremo tenga la idea de venir hasta aquí para comprobar si realmente quemamos el cuerpo. Mientras tanto, aprovecharé para cambiarle el vendaje de la cabeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.