La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 23

Eltsen se estremeció al escuchar el sonido del llamador. Tenía los nervios de punta. Hacía más de cinco días que Malcolm había partido de Faberland a resolver un asunto personal importante. Eltsen le había rogado que se quedara, que no lo abandonara, pero Malcolm le había explicado que el asunto era muy delicado y que tenía que encargarse personalmente. Eltsen no entendía por qué no podía resolverlo simplemente mandando un mensaje, como había hecho anteriormente cuando aquel mismo mensajero había llegado con aquella carta que lo había preocupado tanto. Si el primer mensaje lo había hecho palidecer, este segundo mensaje lo había puesto furioso. Había abollado el papel con fuerza entre sus dedos crispados y había salido como tromba a gritarle toda clase de insultos al mensajero. Luego se había calmado un poco y le había pedido disculpas. Cuando el mensajero se atrevió a preguntar si enviaría una respuesta, Malcolm le dijo que iría con él para hablar personalmente con quien había enviado la carta.

Eltsen le preguntó mil veces de qué se trataba, pero Malcolm no le reveló nada. Le había puesto una mano confortante sobre el brazo y le había pedido que confiara en él. Eltsen sintió esa calma que siempre sentía cuando él lo tocaba y asintió sin hacer más preguntas. Por supuesto que podía confiar en él, él era su mano derecha, su salvador, él era su único verdadero amigo en Faberland.

Malcolm le había dejado estrictas instrucciones de que no recibiera ni hablara con extraños durante su ausencia. Le dijo que seguramente, sus enemigos estaban tramando asesinarlo y enviarían a alguien a engañarlo y matarlo en cualquier momento. Sus palabras habían penetrado hasta lo más hondo de su mente y se habían anclado allí, llevándolo a vivir cada minuto temiendo por su vida, llevándolo al borde de la paranoia.

Encogido de miedo en su silla, presionó el botón que abría la puerta. Uno de sus asistentes personales entró a la habitación.

—¿Qué pasa?— preguntó Eltsen entre irritado y asustado desde su silla.

—Un extranjero ha llegado pidiendo verlo, señor. Dice que lo conoce, dice que es importante.

—Extranjero...— murmuró Eltsen, pálido—. ¿Qué extranjero?

—Está en la empalizada principal— dijo el asistente, indicando la ventana con la mano.

Eltsen caminó con pasos nerviosos hasta la ventana y se asomó con cuidado. Vio al extranjero vestido de negro, sosteniendo las riendas de su magnífico caballo también negro, mientras charlaba amigablemente con un guardia.

—¡Calpar!— exclamó Eltsen, aliviado al reconocerlo—. Hazlo pasar, lo recibiré— le dijo al asistente.

—Sí, señor.

Calpar siguió al asistente por amplios pasillos hasta una antesala alfombrada. Le agradaba la nueva morada de Eltsen, le agradaba no tener que ir por aquellas extrañas cintas transportadoras de la Cúpula para verlo. Este nuevo palacio de Eltsen, erigido en medio del campo a unos kilómetros de la Cúpula, le resultaba más normal, más cercano a las cosas a las que estaba acostumbrado. Había estado hablando con el guardia de la entrada principal y había averiguado que no había sacerdotes de la Nueva Religión en Faberland. Aquella era una noticia excelente. Si Faberland no había sido invadida por aquellos nefastos sacerdotes fanáticos, tal vez podría contar con Eltsen para que lo ayudara a averiguar quién estaba tras la Nueva Religión y su enferma influencia.

La puerta se abrió y Calpar entró con una sonrisa, sonrisa que se apagó al ver a un Eltsen ojeroso y consumido, encorvado y con las manos temblorosas.

—¡Calpar!— sonrió Eltsen, caminando hacia él y abrazándolo con fuerza—. ¡Gracias al gran Círculo que has venido!

—Eltsen... ¿Qué sucede? No te ves bien— comentó Calpar preocupado, tratando de soltarse del abrazo que había sido demasiado largo para su gusto.

Eltsen tardó unos segundos más en soltarlo.

—Ven, ven, siéntate conmigo, ya ordené que nos traigan algo de comer—. Lo llevó de un brazo hasta una silla junto a una pequeña mesa gris, sentándose luego en otra silla frente a él—. Has venido a protegerme, ¿no es así?

—¿Protegerte? ¿De qué?— preguntó Calpar, entrecerrando los ojos sin comprender.

Eltsen se inclinó por sobre la mesa, acercándose al oído de Calpar y bajó la voz:

—Asesinos— murmuró—, asesinos— repitió.

—¿Quién quiere matarte?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.