La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 29

Temprano en la tarde, llegó a Polaros. Cansado, hambriento y sucio, Zenir desmontó y palmeó a los unicornios, pidiéndoles que lo esperaran allí un momento. Luego, respirando hondo, empujó la puerta de la posada La Rosa y entró. El sitio le había parecido bastante abandonado desde afuera. Las paredes estaban despintadas, y apenas se distinguía la borrosa forma del cartel con la rosa, anunciando el nombre de la posada. En el interior, Zenir vio las mesas y sillas desvencijadas, y las paredes descascaradas. La chimenea estaba apagada a pesar de que era una tarde muy fría. Todo el recinto estaba vacío, excepto por un joven macilento que refregaba monótonamente el mostrador del fondo.

            El muchacho levantó apenas la vista cuando lo escuchó entrar. Zenir se acercó hasta el mostrador.

            —¿Poca clientela?— preguntó Zenir, mirando en derredor.

            —Ninguna clientela— corrigió el muchacho, volviendo la vista al mostrador.

            —Entonces, supongo que tendrás una habitación libre para rentarme— dijo Zenir.

            El joven lo volvió a observar con una mirada cargada de sospecha.

            —¿Cuánto tiempo piensa quedarse?— preguntó.

            —No lo sé todavía, tal vez un par de días. Me espera un largo viaje.

            El muchacho asintió.

            —Las habitaciones están en muy mal estado. Le daré la mía que es la mejor conservada y la más cómoda.

            —No quiero importunarte, no tengo muchas pretensiones. He dormido a la intemperie los últimos días, así que cualquier habitación en cualquier estado me parecerá un lujo exquisito.

            —No me importuna. De todos modos casi no uso la habitación, me lleva todo mi tiempo el hacerme cargo de todo aquí. Aun sin clientes, hay muchas reparaciones que hacer.

            Zenir volvió a mirar en derredor. No le parecía que el muchacho estuviera reparando nada.

            —¿Y Frido?— preguntó Zenir.

            El muchacho se quedó helado ante la pregunta, y miró a Zenir como si el Sanador estuviera amenazándolo con un puñal.

            —Frido ya no está aquí— dijo, y apretó los labios como si hubiera revelado demasiado y no quisiera que se escaparan más palabras de su boca.

            Zenir percibió la tensión y decidió no seguir preguntando. Descartó también la idea de preguntar sobre Bianca, pero en cambio decidió preguntar algo que le interesaba más. Tenía que saber. Zenir inspiró profundo y trató de que la pregunta sonara casual:

            —¿Cómo te llamas?

            —Akir— contestó el muchacho despacio.

            Zenir largó lentamente el aire de sus pulmones, tratando de calmarse, y ensayó una sonrisa. Extendió una mano hacia Akir, haciendo un esfuerzo para que no le temblara.

            —Gusto en conocerte, Akir. Soy Zenir.

            Akir observó la mano extendida por un largo momento, y finalmente, la estrechó.

            —Bienvenido a la posada La Rosa— dijo.

            —Gracias— dijo Zenir con una sonrisa. Luego sacó dos monedas de plata y las puso sobre el mostrador—. ¿Es esto suficiente para cubrir dos noches y albergue para mis monturas?

            —Esto es suficiente para cubrir toda una semana— respondió Akir, sin atreverse a tocar las monedas.




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