La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 31

—¿A dónde irás?— preguntó suavemente Zenir.

            —Deseo encontrar a mi tío, pero no tengo idea de dónde puede haberse refugiado. De todas formas, creo que debe haber ido hacia el norte.

            —¿Por qué hacia el norte?

            Akir se encogió de hombros.

            —Todos los pueblos del sur han sido invadidos por la Nueva Religión. Creo que su única chance es encontrar algún pueblo del norte que aun no haya sido contaminado por los sacerdotes, un pueblo donde la gente esté dispuesta a combatirlos.

            Zenir asintió, pensativo, ante el razonamiento de su nieto.

            —Yo voy hacia el norte, hacia Aros— comenzó Zenir—. Si quieres... es decir... bueno... si te parece... podrías venir conmigo— ofreció Zenir, esperanzado.

            —¿En serio?— preguntó Akir, entusiasmado.

            —Por supuesto. Debo hacer algo en Aros... pero si no encontramos a Frido de camino hacia allá, y después de que termine con el asunto que tengo en Aros... Bueno, si quieres, podría ayudarte a buscarlo.

            —¿En verdad haría eso?— preguntó Akir, incrédulo.

            —Sí, claro.

            —¿Por qué?

            Zenir se encogió de hombros, tratando de buscar una respuesta plausible.

            —Me agradas, y odio a la Nueva Religión. Además, te metiste en todos estos problemas por mi culpa...

            —No— negó Akir—. Usted me salvó, me salvó la vida en todo sentido. Curó mis heridas y fue la causa de que al fin consiguiera la libertad para escapar de los sacerdotes.

            Zenir sonrió.

            —Quiero ayudarte, si me lo permites.

            —¿Me dejará montar a uno de sus unicornios?— preguntó Akir, ansioso como un niño al que han prometido el juguete de sus sueños.

            Zenir miró de soslayo a sus dos fieles unicornios que pastaban a unos metros de la cueva.

            —Estoy seguro de que Kelor estará encantado de llevarte— dijo con una sonrisa.

            El rostro de Akir se iluminó con una amplia sonrisa. Zenir se puso de pie y extendió una mano a Akir para ayudarlo a pararse. Luego llamó a Kelor y se lo presentó a Akir. Kelor saludó a Akir con un relincho.

            —¿Puedes montar?— preguntó Zenir a Akir.

            —Creo que sí, y aunque no pudiera, lo haría igualmente con tal de poder tener el honor de montar uno de sus unicornios.

            Ambos montaron, Akir con más dificultad.

            —Hay un lugar que debo visitar antes de irnos— dijo Akir.

            —¿En Polaros?— preguntó Zenir, preocupado.

            —No, no hay nada en Polaros que me interese. Es otra de estas cuevas en las sierras. Hay algo importante que debo hacer allí antes de irnos. Es decir, si puede esperarme por un par de horas.

            —Claro. Guíanos, Luar y yo te seguiremos.

            Cabalgaron por casi una hora hasta que Akir detuvo a Kelor en la boca de una cueva escondida en las sierras. Allí desmontaron, y Zenir siguió al muchacho por el interior de unos estrechos pasadizos. Akir avanzó al tacto, siguiendo la pared de roca con las manos, hasta que llegaron a un lugar más amplio. Allí, Akir buscó a tientas hasta que encontró una lámpara que había dejado previamente allí y la encendió. Los ojos de Zenir se abrieron asombrados al ver los miles de papeles ordenados en estantes de madera por todo el recinto de roca.




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