La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 33

—¡¿Qué?!— gritó Calpar, al oír las palabras del mensajero del otro lado de la mirilla—. Dile a Neryok que si no accede a verme, se arrepentirá. Él sabe muy bien de lo que soy capaz y...

La asustada cara del mensajero desapareció de la mirilla y fue reemplazada por la de un soldado de alto rango.

—Soy el general Morrigan— dijo el soldado—. Neryok lo verá ahora.

Calpar se lo quedó mirando, sin palabras. Morrigan hizo una seña, y los guardias abrieron la pesada puerta de la ciudad.

—Por favor, acompáñeme— dijo Morrigan, haciendo un gesto con la mano para invitar a Calpar a entrar a la ciudad. Calpar asintió y atravesó la entrada de la ciudad.

—Encárgate de su caballo— le dijo Morrigan al mensajero, quien asintió un tanto confundido y tomó las riendas del caballo de Calpar para llevarlo a los establos del palacio.

La ciudad estaba tal como Calpar la recordaba, aunque las paredes de piedra de las viviendas parecían un poco más descuidadas, y los habitantes un poco más hoscos que de costumbre. Calpar vio guardias armados en las distintas esquinas en las calles empedradas, y más guardias armados que iban y venían por los caminos de ronda que unían las torres en lo alto de la muralla.

—¿Qué hizo cambiar de opinión a Neryok?— preguntó Calpar suspicaz mientras caminaba junto a Morrigan.

—Eso no tiene importancia— le respondió Morrigan.

—Fue usted, ¿no es así?

Morrigan no contestó. El general se moría de ganas por preguntar a Calpar por el motivo de su visita, por saber qué información tenía el Caballero Negro sobre la Nueva Religión, pero hizo un esfuerzo por permanecer impasible. Neryok no vería con buenos ojos que Morrigan se tomara el atrevimiento de interrogar a tan tenebroso personaje antes que él. Morrigan pensaba que ya estaba muy cerca de cubrir la cuota de insolencia que Neryok podía soportar, así que no quería abusarse.

—¿Por qué tantos guardias por todas partes?— preguntó Calpar ociosamente.

—Es importante la vigilancia— contestó Morrigan vagamente.

—¿Por qué?— insistió Calpar.

—Prudencia— respondió el otro, lacónico.

Calpar suspiró y desistió de seguir con sus preguntas ante la poca locuacidad de su guía. Los dos transitaron el resto del camino en silencio.

Al llegar a la escalinata del palacio flanqueada por aquellos imponentes guardias de piedra, Morrigan se detuvo en seco y se volvió hacia Calpar con los labios apretados. No sabía si era prudente, pero pensó que tal vez sería útil advertirle.

—El rey Neryok está de muy mal humor, y su presencia no hace más que agravar la situación...

—¿Y?— preguntó Calpar, fingiendo inocencia.

—Sería bueno que se comportara en forma respetuosa y que no lo antagonizara— completó Morrigan.

Calpar suspiró.

—No se preocupe, general, no es mi intención incomodar a Neryok, y además, necesito su ayuda.

Morrigan chasqueó la lengua desaprobadoramente.

—Una cosa es que haya accedido a verlo, pero otra muy distinta es que le preste ayuda.

—Y aun así, no puedo dejar de pedírsela— le respondió Calpar.

—La situación de Kildare es muy delicada en este momento, si no se conduce diplomáticamente, puede terminar en un calabozo.

—Gracias por la advertencia. He estado en calabozos antes y no tengo ninguna intención de volver a terminar en uno. Tendré cuidado.

Morrigan asintió, satisfecho de que Calpar escuchara su consejo. Ambos siguieron subiendo las escaleras y atravesaron las puertas exteriores del palacio. Los guardias inclinaron la cabeza hacia Morrigan en reconocimiento.

Calpar no sabía bien quién era Morrigan, pero sospechaba que era un hombre más abierto que Neryok, y que por alguna razón, aunque tratara de ocultarlo, estaba de su lado. Mientras atravesaban los interminables pasillos y pasaban por innumerables salas iluminadas por antorchas y vigiladas por soldados con lanzas en cada una de las puertas, Calpar pensó que Morrigan bien podría hacer entrar en razón a Neryok si él fallaba. Aquel soldado silencioso y serio se convirtió en la mente de Calpar en un aliado potencial.

Neryok se puso de pie al ver entrar a Calpar con Morrigan, los puños apretados, el rostro serio. Calpar se detuvo a unos tres metros del rey e hizo una reverencia.




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