La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 35

Dana no tuvo problemas en encontrar el Templo, era la única construcción de piedra grande y elaborada en Cryma. Observó la galería externa con las columnas y la enorme puerta principal. Algo le resultó familiar en aquella estructura. Rodeó el Templo sigilosamente y encontró una dependencia más pequeña, conectada a un costado del Templo. Echó una mirada rápida a los dos lados de la calle para ver si alguien la había visto. Nadie. Los alrededores del Templo estaban desiertos. Dana desenfundó su puñal con la mano derecha y probó la pequeña puerta de la dependencia con la izquierda. La puerta estaba abierta. Dana la empujó despacio y entró con el puñal preparado. Se encontró en una cocina vacía. Con cautela, cruzó hasta el otro lado de la habitación y apoyó el oído en la puerta que conectaba con el Templo. Cuando consideró que no había nadie cerca del otro lado, abrió apenas una rendija y espió del otro lado. Vio un enorme salón de piedra con pisos pulidos y grandes columnas. Pesados candelabros de hierro sostenían velas que iluminaban el recinto. Al final del gran salón, había unos sitiales de piedra.

            Dana abrió más la puerta y se introdujo en el salón. Al observar la disposición de las columnas y los sitiales, tuvo otra vez la sensación de que conocía este lugar. De pronto lo recordó, el diseño de aquel Templo era igual a Yarcon, aunque a una escala mucho más pequeña. Sonrió para sus adentros. Si el Templo tenía la misma estructura que Yarcon, ella sabía exactamente dónde estaban las celdas.

            Dana comenzó a cruzar el salón con paso decidido.

            —¿Quién eres?— escuchó una voz autoritaria a sus espaldas.

            Dana se detuvo en seco. Escondió la mano con el puñal por un costado de la falda de su vestido y se dio vuelta lentamente, la cabeza gacha, la mirada clavada en el piso de piedra pulida.

            —Soy la nueva sirvienta, señor— dijo con voz apenas audible.

            El sacerdote se acercó y le tomó el mentón, levantándole suavemente la cabeza para mirarla. Sus ojos lascivos bajaron de su rostro a su pecho y recorrieron el resto de su figura. Dana apretó la mano alrededor del puñal debajo de la falda.

            —Ya era hora de que trajeran a una sirvienta nueva— sonrió el sacerdote, complacido—. Cuando termines de limpiar el salón, quiero que vengas a mi habitación—. Se acercó a su oído para murmurarle íntimamente: —Tengo otras tareas personales que necesito que hagas.

            Ella apretó los dientes y peleó contra la ganas de apuñalarlo allí mismo.

            —Sí, señor— murmuró, sumisa, con la vista hacia el piso.

            —Ya verás que pasaremos muy buen rato tú y yo— dijo él, acariciándole el cabello. Ella se quedó quieta como una estatua mientras él le recorría la espalda con la mano y le agarraba el trasero. La mano le dolía de apretar el puñal con todas sus fuerzas. Cerró los ojos, tratando de concentrarse en calmar su respiración, en no mostrar ninguna emoción.

            —Iré a su habitación después de terminar aquí, señor— murmuró ella.

            —Bien— asintió el otro satisfecho, soltándola. Ella largó el aire contenido en sus pulmones lentamente, muy lentamente—. Te esperaré— dijo complacido, y se retiró del salón, silbando una tonada.

            —Esperarás eternamente— murmuró ella para sí con los dientes apretados.

            Dana relajó la presión de su mano sobre el puñal y terminó de cruzar el salón. Pronto, encontró la entrada con la escalera de piedra que llevaba a las celdas. Bajó con cuidado y se encontró con un largo y angosto pasillo iluminado por antorchas. Lo comenzó a recorrer lentamente, puñal en mano. No tardó en ver al guardia sentado en una silla, frente a las celdas. Dana miró en derredor, buscando algún lugar donde ocultarse, pero el pasillo era angosto y no ofrecía entradas o salientes que le pudieran proporcionar refugio de la mirada del guardia. Respiró hondo y caminó con decisión por el pasillo. El guardia la vio casi de inmediato y se puso de pie.




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