La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 38

—Fynn— lo codeó Angus, su compañero de guardia, señalando con la cabeza hacia el norte.

            —Sí, ya los vi— respondió Fynn.

            Todavía estaban lejos para saber bien quiénes eran, pero no tanto como para que el ojo agudo de Fynn pudiera discernir que eran soldados armados.

            —Da la alarma, que la guardia se prepare— ordenó Fynn a su compañero. Éste asintió y sonó el cuerno tres veces. Pronto, los demás Tuatha de Danann que custodiaban el palacio se acercaron, tomando la formación de defensa. Todos prepararon sus arcos.

            —¿Quiénes crees que sean?— murmuró Angus, entrecerrando los ojos para enfocar mejor su vista.

            —No lo sé, pero vienen armados, aunque no son suficientes para realizar un asalto al palacio— comentó Fynn. En efecto, aunque estaban lejos, Fynn había podido calcular que no eran más de cien. La mayoría venía de a pie, pero el que los comandaba venía al frente, montado en un caballo.

            —¿Quieres que mande a avisar a Eltsen?

            Fynn suspiró, en el estado que estaba Eltsen, no ayudaría mucho en la situación, pero si los Tuatha de Danann no podían repeler a los intrusos, necesitarían de la guardia interna del palacio.

            —Ve a avisarle y vuelve enseguida— ordenó Fynn, reticente.

            El otro asintió y se introdujo en el palacio.

            Cuando estuvieron más cerca, Fynn reconoció los uniformes: eran soldados de Aros. ¿Pero qué hacían allí? ¿Serían la ayuda prometida por Calpar? No, Calpar sabía bien que cien soldados no podrían lograr nada excepto ser masacrados por la gente de Malcolm. Mil interrogantes invadían la mente de Fynn.

            Cuando estuvieron lo bastante cerca, Fynn pudo ver que todos llevaban sus espadas envainadas, no parecían tener intenciones hostiles. Pero Fynn no bajó la guardia. Levantó una mano haciendo una seña a su gente, indicando que no dispararan sus arcos pero que se mantuvieran alertas.

            El que comandaba la partida desmontó con un gruñido de cansancio y se acercó a Fynn con las manos a la vista, tratando de mostrarse amigable.

            —¿Fynn? ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?— dijo el extraño.

            Fynn arrugó el entrecejo. ¿Quién era este hombre? ¿Y cómo sabía su nombre? La mente de Fynn trabajaba a toda velocidad, tratando de recordar de dónde podía conocer a alguien de Aros. La única vez que había estado en contacto con gente de Aros había sido hacía diez años en Medionemeton, durante el Concilio. Fynn volvió a observar atentamente al soldado. Bajo todo el polvo y el cansancio del viaje lo reconoció al fin.

            —¿Randall?

            Randall sonrió.

            —El mismo.

            Fynn sonrió también. Randall era el capitán de la guardia personal de Althem y había sido parte de la delegación que había acompañado al príncipe de Aros al Concilio. Allí era dónde lo había conocido brevemente.

            —Gusto en verte— dijo Randall, levantando una mano extendida para saludar a Fynn. Pero Fynn no se movió para tomar la mano.

            —¿Qué sucede?— preguntó Randall, sorprendido.

            Fynn echó una mirada rápida hacia atrás y vio a los guardias faberlandianos apostados en los balcones altos del palacio.

            —¿Te envió Calpar? ¿Althem vendrá con un ejército?— le preguntó Fynn en un murmullo urgente.




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