La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 42

Habían llegado al pie de las sierras, pero estaba demasiado oscuro para continuar, así que Ana y Lug acomodaron unas mantas junto a unos árboles, mientras Colib encendía un fuego para que pudieran calentarse durante la noche. En aquel lugar, las estrellas parecían refulgir con un brillo inusitado. Tirado boca arriba sobre la suave hierba, Lug pudo reconocer a una pálida estrella solitaria que indicaba el norte: Aros. La nostalgia lo envolvió, y su melancolía lo llevó a recuerdos hermosos, que ahora lo lastimaban: había sido Dana quien le enseñara a reconocer aquella estrella. Ella había recitado un poema que comenzaba... comenzaba... ni siquiera podía recordarlo. ¿Por qué todo había resultado tan mal? Una lágrima surcó su rostro.

            Aquella noche, soñó con ella corriendo por campos dorados de lireis, sonriendo y bailando por el bosque de los Sueños, cantando con su dulce voz, cantando su nombre: Lug... Lug... Lug... Escuchó su voz tan clara como si estuviera a su lado. Lo llamaba una y otra vez: Lug... Lug... Lug... Casi sintió como si pudiera contestarle y entablar una conversación con ella. Era tan agradable soñar con su voz. La voz de Dana siguió llamándolo suavemente: Lug... Lug... Lug...y luego como un grito, sacudiéndolo:

            —¡Lug! ¡Despierte!

            Lug abrió los ojos, y el rostro de su dulce amor se transformó en el de Ana:

            —¿Qué...?— acertó a protestar.

            —Es hora de su guardia— dijo Ana.

            Lug observó el negro cielo tachonado de estrellas. El amanecer todavía estaba muy lejos. Esa noche le había tocado la guardia del medio entre la de Ana y Colib. Lug se refregó los ojos, tratando de terminar de despertarse.

            —¿Todo tranquilo?— preguntó Lug en medio de un bostezo.

            —Todo bien— respondió Ana, acomodando sus mantas sobre el suelo.

            —Toma mi manta también— le ofreció Lug—, la noche está muy fría.

            —¿Está seguro?

            Lug asintió.

            —Yo me sentaré junto al fuego, estaré bien.

            —Gracias— dijo ella, tomando la manta de su mano.

            —Que duermas bien— le deseó él.

            Lug caminó en círculos alrededor del campamento para estirar los músculos y agregó más ramas al fuego. Luego se sentó con las rodillas recogidas contra el pecho, recordando el delicioso sueño que había tenido, recordando la voz clara de Dana. La extrañaba tanto...

            A la mañana siguiente, fue Colib el que lo despertó y le ofreció una taza de té humeante. Lug la aceptó de buen grado. Después de desayunar, emprendieron la marcha nuevamente. Mientras Lug se ajustaba el tahalí con la espada, Ana observaba con atención la herida en su cabeza. El día anterior, Ana había decretado que ya podía andar sin la venda, pero igualmente vigilaba la herida cada tanto para asegurarse de que todo iba bien y de que no volvía a sangrar.

            Lug abrió la brújula y paseó su mirada entre la aguja que indicaba el norte y las sierras.

            —Bordearemos las sierras hacia el este para buscar algún paso— anunció Lug, cerrando la brújula y dejándola colgar nuevamente de su cuello.

            Colib asintió con un gruñido cansado mientras se colgaba la mochila y el odre con agua.

            —Sería bueno que encontráramos algún arroyo, no nos queda mucha agua— comentó Colib.

            —Estoy seguro de que algo encontraremos— dijo Lug, confiado.




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