La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 58

            —¿Qué recuerdas de tu madre?— preguntó Zenir con suavidad.

            —Todo— respondió Akir, entrecerrando los ojos, trayendo al presente los recuerdos guardados por tantos años—. Recuerdo su rostro, su mirada, su sonrisa, sus caricias al acunarme por las noches. Recuerdo todas sus palabras, cada cosa que me dijo. Cuando las dijo no podía comprenderlas porque era apenas un bebé, pero mi memoria perfecta lo almacenó todo para luego, cuando crecí, traer todas sus palabras a la conciencia. Así pude comprender lo incomprensible... Pude comprender por qué me había dejado— la voz se le quebró.

            —Y... ¿por qué fue?— apenas se atrevió Zenir a preguntar.

            Akir siguió con la vista clavada en el mar:

            —La noche en que me dejó, la noche en que huyó, me tomó en sus brazos y me apretó fuertemente contra su pecho. Me murmuró al oído que me amaba con todo su ser, pero que debía alejarse para que yo no corriera peligro. Me dijo que si ella se quedaba moriría y también moriría otra persona que ella debía proteger. Me dijo que no estaba segura de poder escapar, y que si me llevaba con ella, solo lograría que yo perdiera la vida también. Me dijo que iba a dejarme con mis tíos y que debía ser bueno con ellos y agradecido de aceptaran tenerme con ellos. Me dijo que cuando la amenaza desapareciera, ella volvería por mí. Pero la amenaza desapareció y ella nunca volvió.

            —¿Tú sabías cuál era la amenaza?

            —Ella me lo dijo, me dijo que mi padre iba a matarla. Pero cuando tú volviste con el cuerpo deshecho de Efran, supe que ya no había amenaza. Pero ella no volvió... nunca volvió... A veces pienso... no quiero pensarlo, pero a veces pienso que Efran logró alcanzarla, que logró...— Akir no pudo seguir.

            Zenir puso una mano sobre el hombro de Akir, tratando de confortarlo. Akir volvió su mirada hacia él y vio cómo las lágrimas corrían por el rostro del anciano Sanador.

            —Zenir...

            Zenir se secó las lágrimas e hizo un esfuerzo por recomponerse.

            —Tú sabes lo que pasó, ¿no es así?— preguntó Akir con un nudo en la garganta.

            Zenir asintió con la cabeza, las palabras no le salían. En ese momento, Zenir recordó el miedo con el que había vivido al principio en el bosque de los Sueños, miedo a que Bress lo encontrara y lo aniquilara. Aquel temor se había ido disipando con el tiempo al convencerse de que Bress y los demás creían que él estaba muerto y no vendrían tras él. Pero luego, el terror se había reavivado cuando Ema apareció en la puerta de su cabaña, llorando desesperada, pidiendo su perdón por haber cometido el error de hablar sobre él a Efran, pidiendo perdón por haber traicionado a su padre. Había venido a advertirle que su vida ya no estaba más a salvo. Zenir había enviado a Ema lejos, lo más lejos posible. Le dijo que se escondiera en el lugar más remoto que encontrara y que no tratara de contactarlo nunca. La besó y le dijo que su perdón no era necesario, que no había habido traición, sino un descuido. Ema había confiado en la persona equivocada. Pero el horror más grande había venido en otra etapa de su vida. El verdadero pánico y la desesperación lo habían invadido hasta casi dejarlo paralizado en aquel terrible encuentro con Wonur, hacía diez años, en la masacre que se había llevado las vidas de miles a su cargo cerca de la península Everea. Miles... reducidos a polvo. Y sin embargo, todo el temor, toda la angustia que había sentido en los momentos más negros de su vida eran nada comparados con lo que sentía en este momento, a bordo de un barco en alta mar, frente a la mirada interrogante de su nieto.

            —Zenir... dímelo— pidió Akir suplicante.

            Zenir tragó saliva, tratando de reunir coraje.

            —Tu madre...— comenzó con la voz apenas audible— ella vino a verme. Me dijo que Efran estaba tras ella. La ayudé a huir. Luego volví para enfrentar a Efran, pero llegué tarde, los tetras lo habían matado. Llevé el cuerpo a Frido... Akir, yo no sabía, te juro que no lo sabía. No sabía que Ema tenía un hijo.




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