La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 62

La cena fue exquisita, Colib era un excelente cocinero. Tomaba los elementos simples de la naturaleza y los transformaba en manjares dignos de un rey. Todos felicitaron al tabernero, y antes de que se retiraran a dormir, Randall anunció:

            —Mañana será el día más pesado del viaje. Mañana cruzaremos la cordillera.

            —Creí que aun faltaba un buen trecho para el paso Challeng— comentó Lug.

            —Señor— respondió Randall—, no cruzaremos por allí.

            —¿Por dónde entonces?

            —El paso Challeng no es el único ni el mejor en su naturaleza. Hace cinco años, yo mismo descubrí un nuevo paso, mucho más bajo y bastante más ancho. Lo llamamos el Paso Oeste. Creo que será el camino más conveniente, pues además, hay numerosas cuevas naturales que pueden servirnos de refugio en caso de una tormenta de nieve.

            —¡Excelente!— aplaudió Lug—. Mañana, entonces.

            El capitán sonrió satisfecho ante la aprobación del Señor de la Luz. Todos se retiraron pronto a sus tiendas a descansar. Randall se quedó levantado, haciendo guardia junto a la fogata. Mientras Randall estaba allí sentado, con el corazón al fin sosegado al haber encontrado ayuda para su reina, Ana se acercó y se sentó junto a él. Traía dos tazas de té y le pasó una a Randall. El capitán la observó entre embelesado y mortificado de que aquella criatura celestial lo sirviera a él en vez de al revés.

            —Lady Ana, ¿por qué no está descansando?

            —No puedo dormir— se encogió de hombros Ana—. ¿Me permite acompañarlo?

            —Claro, claro— tartamudeó Randall. Enseguida, Randall se quitó su manto azul y lo puso sobre los hombros de ella para que se calentara.

            —¿Qué hay de usted?— dijo Ana, señalando el manto—. ¿No tendrá frío?

            —Los montañeses no sentimos tanto el frío— se ufanó él. Ella asintió sonriendo y se envolvió con el manto.

            Randall observó su taza de té por un momento.

            —Nunca nadie de la nobleza me había servido té—  murmuró.

            Ana rió con una risa cristalina y feliz. A él le pareció un sonido celestial.

            —No soy de la nobleza. Lug me apodó Lady Ana la Valiente solo porque le salvé la vida, pero en realidad soy solo Ana— confesó.

            —Muchas damas nobles quisieran tener su título, Lady Ana, un título concedido por el mismísimo Señor de la Luz. Tener un título de nobleza solo por vivir en la corte no se compara con un título verdadero como el suyo.

            Ana sonrió complacida ante las palabras de Randall. Lo miró por un momento, iluminado por el vaivén de las llamas de la fogata en la fría noche. Tenía un rostro recio y apuesto, su cabellera marrón y enrulada le llegaba casi hasta los hombros, su armadura de cuero negro resaltaba los músculos de su pecho y abdomen. Tenía brazos fuertes y musculosos que salían por debajo de las hombreras de metal plateado. Y sus ojos marrones tenían un brillo que la derretía. Ana sintió que su corazón se aceleraba. Casi estiró una mano para tocar uno de sus musculosos brazos, pero cuando descubrió que él la estaba mirando fijamente, ella volvió la atención a su taza, apretándola entre sus manos. Tomó un sorbo de té para tratar de calmar el palpitar alocado de su corazón.

            —¿Cómo fue que le salvaste la vida a Lug?— quiso saber Randall.




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