La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 63

Unos pasos presurosos resonaron en todo el palacio. Althem, sentado ante una mesa, con los codos apoyados en ella y las manos sosteniendo su cabeza, levantó la vista de pronto y vio a uno de sus mensajeros que corría hacia él, desesperado como si en la urgencia le fuera la vida.

            —Señor...— comenzó el mensajero, jadeando casi sin poder respirar—. Señor...— intentó nuevamente, sosteniéndose el pecho donde el corazón le latía tan fuerte que parecía que iba a salirse, atravesando la carne y cayendo de improviso en la mesa. El mensajero tragó saliva e hizo un tercer intento:

            —Señor...

            —¡Por el Gran Círculo!— exclamó Althem, perdiendo la paciencia—. Si has de decir algo, dilo de una vez.

            —Han llegado, Señor. Están en la puerta principal.

            —¿Estás seguro?

            —Yo mismo los he visto Señor. Es Borvo, es él.

            —Oh, Randall— murmuró el príncipe—, sabía que lo lograrías.

            —El capitán Randall no viene con ellos, Señor— dijo el mensajero.

            —¿Qué has dicho?

            —No es que quiera contrariar a su Alteza... pero son solo dos jinetes, señor. Uno es Borvo, y el otro ha de ser su sirviente.

            —Pero...— comenzó Althem, pero no terminó lo que iba a decir, en cambio, salió a paso rápido hacia la puerta principal de la ciudad.

            ¿Borvo con un sirviente? ¿Desde cuándo? ¿Y dónde cominos estaba Randall? ¡Y por el gran Círculo! ¿Qué importaba todo aquello cuando el milagro se había realizado? Borvo había llegado a tiempo y eso era todo lo que necesitaba de momento.

            Zenir nunca había visto a un hombre tan contento como Althem al acercarse a él y a Akir por la puerta principal de la ciudad.

            —¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos!— gritaba, mientras se acercaba corriendo a recibirlos.

            —Mi querido Althem— lo saludó Zenir con un fuerte abrazo—. ¿Qué ha sucedido?

            —Es la reina.

            —¿Diame? ¿Qué pasa con ella?

            —Se muere, Borvo, se muere...— dijo el otro, desesperado.

            —Tranquilo, mi querido príncipe— lo apaciguó Zenir con una mano en alto—. ¿Por qué no me lo explicas más claramente mientras caminamos hacia el palacio?

            —Oh, sí. Discúlpame, debes estar muy cansado por el viaje, y ni siquiera me he interesado por tu acompañante...

            —No necesitas disculparte, entiendo que la situación es grave y no hay tiempo para protocolos. Este joven es Akir, mi nieto. Y yo, aunque cansado, veré de inmediato a la reina, porque entiendo que eso no puede esperar.

            —¡Guardias!— ordenó Althem—. Encárguense de estas hermosas monturas y ofrezcan un refrigerio y una habitación al señor Akir de inmediato— y luego a Zenir: —Te ruego me acompañes.

            Borvo asintió con la cabeza y lo siguió.

            —¿Qué es exactamente lo que sucede?— quiso saber Borvo.

            —Todo comenzó después de la batalla de Los Terrenos Altos.




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