La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 80

Ana se despertó sobresaltada al sentir una mano apoyada en su cabeza. Se había quedado dormida, sentada, con la cabeza apoyada en el regazo de Lug.

            —¡Lug!— exclamó llena de alegría al ver que la mano era la de él.

            —Estoy mejor— murmuró él con la voz apenas audible—. Gracias por salvarme, otra vez.

            —Lug, ¿qué pasó?

            —Tengo sed.

            Ana corrió hasta una mesa donde Randall le había dejado agua y comida, y sirvió un poco de agua en un vaso. Randall había vuelto a las dos horas para reemplazarla, pero ella se había negado a dejar a Lug. Cuando Randall insistió, ella le dijo que Lug estaba grave y que necesitaba ser vigilado por una Sanadora. Randall finalmente había cedido y se había quedado con ella por un buen rato. Trató de distraerla, pero ella estaba demasiado preocupada y no podía dejar de pensar en el yaciente Lug. Después de varias horas, Randall había ido a buscar un poco de té caliente para ella y ahí fue cuando Ana se durmió por un momento, despertando al sentir la mano de Lug en su cabeza.

            Ana ayudó a Lug a incorporarse y posó el borde del vaso sobre sus labios para que bebiera. Aquel gesto le recordó cuando lo conoció por primera vez, en la celda de madera, encadenado y amordazado. Parecía que todo aquello había ocurrido hacía años, en otra vida. Lug bebió con la misma avidez que la primera vez en la celda.

            —¿Más?

            —Sí, por favor— asintió Lug.

            Ana volvió a llenar el vaso y le dio más agua.

            —Lug, ¿qué pasó?— volvió a preguntar ella.

            Cuando Lug estaba a punto de contestar, la puerta se abrió y entró Randall con una bandeja.

            —¡Lug!— exclamó Randall— ¡Qué alegría verlo bien! Ana estaba muy preocupada, no se ha despegado de usted en toda la noche.

            —Lo sé— sonrió Lug.

            —¡Puede hablar! Y tiene buen color en las mejillas.

            —Randall— lo interrumpió Ana suavemente—, necesitamos poner algo caliente en su estómago.

            —Una buena sopa caliente— asintió Randall—. Yo me encargaré.

            —Nada de carne— le advirtió Ana.

            —Nada de carne— asintió Randall.

            Cuando Randall estaba a punto de salir de la habitación, Lug lo llamó. Randall se volvió hacia él.

            —Randall, necesito hablar con Althem, ahora mismo.

            —Por supuesto, está en la habitación de al lado, lo llamaré enseguida.

            Cuando Randall cerró la puerta tras de sí, Ana se volvió hacia Lug para reiterar la pregunta interrumpida.

            —Lug…

            —Ana— la cortó él—, necesitas saber lo que pasó, todo lo que pasó, pero primero debo hablar con Althem.

            —¿Por qué?

            —Porque necesito respuestas. Hay cuestiones de lo que pasó que no entiendo y Althem puede clarificarlas.

            —De acuerdo, me quedaré mientras hablan.

            —No— dijo él con cierta vehemencia—, necesito hablar con él a solas. Este asunto es extremadamente delicado, Ana. Althem y yo somos viejos amigos, y tengo la esperanza de que se abra conmigo y me revele la verdad, pero si tú estás aquí, no tendré muchas posibilidades de sacarle nada.

            Ana apretó los labios desconforme, pero al fin asintió. Lug suspiró aliviado de que Ana no le diera más problemas de los que ya tenía. No tenía demasiadas fuerzas para discutir con Ana, y las pocas que había recuperado, las necesitaba para discutir con Althem.




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