La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador - CAPÍTULO 83

El hombre miraba hacia el mar con añoranza, lo miraba como si fuera la última vez que fuera a disfrutar de aquella inmensidad de agua, y quisiera absorber por sus ojos el paisaje, antes de que desapareciera para siempre.

Lug se acercó despacio, no quería sorprenderlo. El hombre escuchó los pasos de Lug, pero no se volvió hacia él.

—Te estaba esperando— dijo el hombre, enigmático.

—¿Esperándome?— repitió Lug con cierta desconfianza—. ¿Quién eres?

El hombre se dio vuelta hacia Lug por primera vez y sonrió:

—Soy Cormac.

Lug sintió un escalofrío corriéndole por la espalda. Conocía ese nombre: Cormac. Era uno de ellos. Cormac. La mente de Lug trató de recordar todo lo posible sobre él. Nadie sabía exactamente cuál era la habilidad de Cormac, ni siquiera sus compañeros Antiguos lo conocían bien. Aparentemente, era una suerte de ermitaño que vivía en algún lugar remoto de Tír Na n Og. Algunos pensaban que podía convocar la noche a voluntad, pero nadie sabía a ciencia cierta hasta donde llegaba su poder.

Durante la guerra de los Antiguos, Nuada lo había visto cerca de Medeos pero no había podido atraparlo. Más tarde Lug se había enterado de que en realidad no era Cormac al que Nuada había visto, sino a Hermes con el aspecto de Cormac. Nadie sabía si Cormac había participado o no de la guerra, nadie sabía dónde había estado todos estos años. El más misterioso de los Antiguos estaba parado frente a Lug, con una sonrisa aun en los labios.

El recuerdo de Math tocándolo y poniéndolo bajo su control cruzó como un rayo la mente de Lug, y el Señor de la Luz dio instintivamente dos pasos hacia atrás. Sin perder un segundo, Lug reaccionó, desenvainando su espada y acercando peligrosamente la filosa hoja al cuello de Cormac. El Antiguo no se inmutó. Mientras Lug trataba de calmar su respiración y apretaba la empuñadura de la espada con todas sus fuerzas, Cormac solo lo miraba impasible, esperando... ¿esperando qué? Lug se sintió ridículo apuntándole con la espada. Quién sabe qué terribles poderes albergaba la mente de aquel hombre, ¿cómo podía una mera espada dañarlo? La calma que exudaba el Antiguo hablaba de que no le temía a la brillante hoja que casi le rozaba el cuello. Seguramente podría matar a Lug allí mismo si así lo deseaba.

Lug trató de tranquilizarse y de pensar. Él también tenía una habilidad, no estaba indefenso. Pero al desconocer cuál era la habilidad de su adversario estaba en desventaja y no sabía cómo defenderse. De pronto recordó: tenía algo que lo podía proteger. Cambió de mano la espada y metió la mano derecha en el bolsillo de su pantalón. Casi sin pensar en las consecuencias, metió el dedo en el anillo con la Perla que su madre había dejado para él en Yarcon, el Anguinen perdido.

Cormac no hizo ademán alguno para tratar de quitarle el anillo. Solo seguía allí parado, su mirada clavada en la de Lug. Lo que sea que estuviera intentando hacerle a Lug, no tuvo efecto alguno. La habilidad no podía usarse contra el portador de un Anguinen. Ahora fue Lug el que sonrió tranquilo. La Perla lo protegía, le daba seguridad, lo hacía invencible. La sensación de poder fue subiendo por sus venas, embriagándolo con una euforia como nunca había sentido. Él era el Señor de la Luz, y con la Perla, era el Señor del Mundo. Nadie podía tocarlo, nadie era lo suficientemente bueno siquiera para besarle los pies. Haría que todos se arrodillaran ante él y lo sirvieran de por vida, empezando por Cormac. La mirada de Lug se volvió más penetrante y concentrada, mientras entraba en la mente de Cormac para hacerlo su esclavo, para obligarlo a postrarse ante él.

Los patrones de la mente de Cormac no tardaron en flotar ante su visión. El Antiguo no oponía resistencia alguna a la intrusión. Sería sencillo dominarlo. Pero antes de modificar aquellos patrones, Lug fue invadido por la curiosidad. Había entrado en muchas mentes, pero nunca había percibido algo como aquello. Ante él, los patrones se entrelazaban con una complejidad que no era humanamente posible. Ni siquiera Nuada, ni siquiera el poderoso Bress había tenido una trama de patrones tan fluida y ordenada, tan delicada e intrincada. Nunca había visto patrones tan armónicos y en tanta abundancia en una sola mente. Sí, era como si Cormac tuviera la mente de miles de personas en la suya. Miles de sucesos, lugares, pensamientos, palabras, recuerdos... Sí, los patrones guardaban miles de millones de recuerdos. Fascinado, Lug comenzó a nadar entre ellos, absorbiéndolos, apropiándoselos, tratando de retenerlos en su propia mente. Aquello fue un error. Su mente no podía contener aquellos patrones, no había espacio. Lug sintió que la cabeza le iba a explotar en mil pedazos. Sus manos temblorosas dejaron caer la espada en la arena, y con un grito se agarró la cabeza, cayendo de rodillas.

Miles de millones de recuerdos le susurraban, le gritaban, le lloraban, le hacían arder el cerebro como un intenso fuego amenazando su mente. Pensó que iba a volverse loco. Pensó que el cerebro le iba a estallar sin remedio.




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