La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 95

—Está hecho— dijo la reina, seria.

Lug suspiró.

—¿En la isla?

—Sí. Solo puso una condición.

Lug frunció el ceño.

—Debió mantenerse firme, tenía una buena oferta para negociar.

—Discutí todo lo demás, pero no quise discutir esta condición.

—¿De qué se trata?

—Yo debo entregarlo en persona en la isla. Debo ir con usted.

Lug negó con la cabeza.

—Es demasiado peligroso, no arriesgaré a otros, iré solo.

—Justamente por eso necesitará ayuda. Déjeme hacer esto Lug, déjeme ayudarlo y así ganarme un poco de su perdón, un poco de redención.

Lug la miró fijo por un largo momento, y finalmente, asintió.

—Iré a ordenar que nos preparen caballos y provisiones— dijo la reina.

 

——————————

 

Mientras Lug preparaba su mochila, Althem entró a la habitación sin golpear.

—No puedes llevarla— le espetó.

—Ella va por su propia voluntad— le respondió Lug sin siquiera mirarlo. Todavía estaba enojado por lo que le había hecho a Ana.

—No hice todo esto para recuperarla y luego perderla así. Por favor no la lleves, Wonur la matará.

—Wonur podría matarla ahora mismo si lo quisiera.

—¿Y por qué no lo hace?

—Porque me quiere a mí.

—No entiendo.

—No me importa que no lo entiendas— dijo Lug, colgándose la mochila de un hombro y dirigiéndose a la puerta de la habitación para irse.

—Lug…— lo detuvo Althem de un brazo—. Lamento lo que hice, lamento haber puesto en peligro a Ana. Lug, estaba desesperado, en mi afán por salvar a mi madre, cometí un grave error. Entiendo que no puedas perdonarme, pero por favor, no la lleves, llévame a mí en su lugar— pidió Althem con lágrimas en los ojos.

Lug se apiadó de su amigo. Él mismo también había cometido actos desesperados y había puesto en riesgo a otros para sus propios fines. En el fondo, sabía que en el lugar de Althem, él habría hecho lo mismo: habría hecho cualquier cosa para salvar a su madre.

Lug descolgó la mochila de su hombro y la apoyó sobre una mesa en su habitación. Luego señaló una de las dos sillas que rodeaban la mesa, invitando a Althem a sentarse y tomó asiento en la otra.

—Tu madre hizo otro pacto con Wonur— comenzó Lug despacio.

—¡¿Qué?!— gritó Althem, casi saltando de la silla.

Lug levantó una mano para apaciguarlo. Althem se volvió a sentar.

—Yo se lo pedí.

—¿Qué? ¿Por qué?— preguntó Althem, visiblemente alterado.

—Wonur tiene intenciones de destruir a tu madre, a Aros y a todo el Círculo. La única forma de que desista es pactando con él otra vez. La reina ofreció su propia vida, pero a Wonur no le interesa la vida de tu madre…

—Tal vez la mía…— intentó.

—Ni la tuya— negó Lug con la cabeza—. Hay una sola cosa que a Wonur le interesa obtener: mi cabeza. A cambio de mi vida, Wonur dejará al Círculo en paz.

—¿Mi madre ofreció tu vida en el pacto?— casi gritó Althem, incrédulo.

—Yo se lo pedí así. Es la única forma.

—No, debe haber otra forma— negó Althem con la cabeza—. Debe haber algún otro modo de arreglar esto.

—¿Tú tienes una mejor idea?

—No, pero tal vez alguno de los ex-Antiguos pueda tener alguna idea. Podríamos convocar un nuevo Concilio…

—No hay tiempo para eso.

—Pero después de todo este tiempo… ¿Volviste solo para morir?

—Volví para la batalla final. Yo no quiero morir, pero si mi muerte libera al Círculo de Wonur, al menos valdrá la pena.

—No…

—Althem, créeme, lo he pensado muy bien. Ésta es la forma en que debe hacerse.

—Entonces, llévame contigo— decidió el príncipe.

—No, no tiene sentido que te arriesgues en vano.

—Pero sin embargo, te llevas a mi madre— protestó Althem.

—Tampoco quiero llevarla a ella, pero es condición de Wonur que sea ella la que me entregue en persona.

—¿Cómo pudo acceder mi madre a entregarte? ¿Cómo pudo…?

—No quería hacerlo, pero creo que al fin comprendió que era la única manera.

—¿Qué pasa si entregas tu vida y Wonur no cumple con su parte?

Lug no contestó.

Unos golpes en la puerta de la habitación interrumpieron la conversación. Era un sirviente que venía a anunciar que todo estaba listo para el viaje. Lug le dio las gracias. Lug y Althem bajaron hasta un patio interno que daba a las caballerizas. Allí, vieron un fastuoso carruaje y una escolta de unos cincuenta soldados armados. La reina estaba hablando con el oficial a cargo de los soldados.




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