La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 107

Después de un largo rato, Lug se atrevió finalmente a abrir una rendija de la capa y espiar alrededor. Lo rodeaba una escena de total devastación. Solo quedaban unos pocos árboles en pie, el resto de la vegetación estaba esparcida en derredor, humeante y ennegrecida. Algunos troncos de árboles y ramas gruesas aun ardían.

            Muy lentamente, Lug se puso de pie, las manos aun sosteniendo fuertemente los bordes de la capa para mantenerla cerrada alrededor de su cuerpo.

            —¡Wonur! ¡Creí que dijiste que querías hablar! ¡Hablemos!— gritó Lug al aire.

            —Hablaremos cuando estés dispuesto a pactar— se escuchó la voz de Wonur.

            —Nunca voy a pactar— gruñó Lug.

            —Muy bien, entonces tendré que persuadirte.

            ¿Persuadirlo? ¿Por qué Wonur quería persuadirlo? ¿Por qué no simplemente matarlo? Cormac había dicho que Wonur quería destruirlo, pero aquellas no parecían ser las intenciones de aquel ser oscuro. Bueno, excepto por el hecho de que había provocado un terremoto que casi lo hizo caer por la barranca y luego había enviado unas luces a quemarlo vivo... pero era como si lo estuviera probando, viendo hasta dónde podía llegar, sopesando cuáles eran sus armas, sus estrategias de defensa, el alcance de su habilidad. Sí, Wonur lo estaba estudiando, y Lug seguía sus reglas en el juego.

            —¿Por qué tanto interés en que pacte contigo? ¿Qué quieres de mí?— gritó Lug. Pensaba que si lo mantenía hablando, dilataría el próximo ataque y a la vez averiguaría más para poder dar vuelta las cosas, para forzar sus propias reglas.

            —Quiero lo que me quitaste.

            —¿Lo que te quité?

            —Las habilidades de Bress y de Ailill me eran muy útiles hasta que los mataste. Y supongo que el hecho de que hayas vuelto solo desde el otro mundo indica que mataste a Hermes también. Pero tú tienes habilidades más poderosas e interesantes que todos los Antiguos juntos y las quiero.

            Conque eso era. Wonur no quería destruirlo, quería usarlo, quería adueñarse de la habilidad de Lug.

            —Eso nunca va a pasar— dijo Lug con firmeza.

            —Eres más difícil que los otros, pero también cederás— respondió Wonur, despreocupado.

            —Yo soy muy diferente a los otros, yo soy el que está destinado a destruirte, a volverte a tu prisión. Tú conoces las profecías de mi madre, sabes que es cierto.

            —Sí, tu madre predijo esta batalla, pero murió antes de poder predecir el resultado. Pero el resultado es claro: pactas o mueres.

            —Eso no puedes saberlo. No tienes acceso a ninguna profecía nueva sin ella— lo desafió Lug.

            —Eso no importa. Profecía o no, tus opciones son esas. Elije.

            —El problema es que no me gustan ninguna de las dos— dijo Lug.

            —Elije.

            —No voy a pactar— dijo Lug tercamente.

            —Entonces, solo te queda morir— respondió Wonur.

            Sus palabras resonaron en medio de la desolada isla. El cielo se nubló de pronto, y una serpiente gigantesca apareció ante él. Un escalofrío le recorrió la espalda ante la visión de aquella asquerosa bestia de tamaño desproporcionado que lo amenazaba. Sus ojos de pupila vertical lo miraron fijamente y lo envolvieron en una especie de hechizo que lo atraía hacia el enorme monstruo. Algo en su mente le gritaba, le advertía, pero sus pasos lo seguían llevando más y más cerca del animal. No podía detenerse. Ni siquiera podía pensar con claridad. Y caminaba más y más cerca cada vez.




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