La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 112

—¡Cómo es posible que los hayas dejado a su suerte en una pequeña barca, los dos solos!— gritó Althem, enojado.

—Traté de convencerlo por todos los medios, pero no cedió— le respondió Verles en el mismo tono agresivo—. Y después de todo, tú los enviaste a mí sin escolta de ningún tipo, así que no tienes derecho a acusarme de dejarlos desprotegidos.

—Lug no permitió escolta, no hubo forma de convencerlo— dijo Althem.

—Si tú no pudiste convencerlo, ¿cómo esperabas que yo lo hiciera?— protestó Verles.

—¡Basta los dos!— les gritó Ana. Colib se sobresaltó, Randall solo se revolvió inquieto, sin decir nada.

La firme intervención de Ana dejó a Verles y a Althem en silencio.

—Cálmense los dos— dijo Ana, más serena—. Lo hecho, hecho está, ahora tenemos que pensar en cómo encontrarlos y traerlos de vuelta sanos y salvos, y para eso tenemos que trabajar juntos.

Verles se preguntó quién era aquella muchacha que se atrevía a callarlos, pero al ver el fuego furioso en los ojos de ella, decidió no cuestionar su posición, en cambio, suspiró y los invitó con un gesto a sentarse alrededor de la mesa de la sala principal de su casa en Hariak. Los cinco se sentaron, y Verles hizo una seña a sus sirvientes para que trajeran algo de beber. Colib suspiró, tranquilizándose. Ana paseó la mirada entre Verles y Althem, dispuesta a frenar cualquier otra andanada de insultos. La tensión entre aquellos dos era palpable en el aire. Randall solo vigilaba a Ana. No le interesaban los problemas personales entre Althem y Verles, solo le interesaba la salud de Ana. Hacía apenas unas horas que había despertado, y cuando se había enterado de que Lug había partido con la reina para enfrentar a Wonur, había exigido de inmediato a Althem que preparara un ejército para ir a Hariak. Pensó que Althem se negaría, que tendría que forzarlo a cumplir su promesa de ayudar a Lug en pago por la sanación de su madre, pero en realidad, ir tras Lug y su madre era lo que Althem más quería hacer; el pedido de Ana solo había legitimado sus propios deseos.

La llegada a Hariak no había sido muy auspiciosa. Al ver llegar al ejército de Aros, los pescadores se armaron para defender la ciudad y estuvieron a un tris de entrar en una guerra allí mismo. La actitud arrogante de Althem no ayudó mucho tampoco. Finalmente, Ana convenció a Althem de ofrecerse como rehén, junto con Colib, Randall y ella misma, como prueba de que sus intenciones no eran hostiles. Los cuatro fueron conducidos desarmados, a punta de lanzas, hasta la casa de Verles, quién no estaba nada feliz de verlos.

Ana se pasó la mano por la pálida frente. El viaje, más la tensión del momento, no la estaban ayudando a recuperarse. Aun así, no podía dejar a Lug a su suerte, especialmente si se había ido a enfrentar a Wonur por su causa. Se sentía culpable por haber cometido la estupidez de tratar de sanar a la reina y provocar que Lug tuviera que arriesgarse así para salvarla. Si él moría... No, no debía pensar en eso. Ana respiró hondo y se forzó a pensar en una solución al problema.

—Verles, ¿qué puedes decirnos de esa isla a donde fueron?— preguntó Ana.

—Es una isla muy pequeña, está al norte exacto de la península—. Y luego volviéndose hacia Althem: —No creas que me quedé de brazos cruzados. Tal como tú, dejé que Lug creyera que había cedido, le di un par de horas de ventaja y luego envié tres barcos tras él.

—¿Y?— intervino Colib, expectante.

Verles suspiró un tanto avergonzado.

—Mi gente no pudo encontrar la isla— murmuró.

—¡¿Qué?!— saltó Althem de su silla. Ana lo tomó rápidamente del brazo y lo tiró hacia abajo para obligarlo a sentarse nuevamente. Althem se soltó bruscamente de su mano, pero se sentó y se quedó en silencio.

—¿Cómo es eso posible?— preguntó Ana suavemente.

—Siempre supe que tu gente era inepta en todo, pero pensé que en cuestiones del mar...— reprochó Althem.

—¡Althem!— lo cortó Ana con tono admonitorio.

Verles lanzó a Althem una mirada furiosa, pero se contuvo de insultarlo. Decidió, en cambio, hablar con aquella mujer que parecía más razonable e inteligente que el príncipe de Aros.

—No sabemos cómo, pero la isla parece haber desaparecido— explicó Verles—. Mi gente encontró vestigios de vegetación flotando cerca del lugar: troncos y ramas semiquemados, pero no había rastros de la barca.




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