La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 119

            Verles, Althem y Lug hicieron una reverencia que volvió loca a la multitud, y luego avanzaron por el muelle encabezando la partida. Todo Hariak estaba allí, todos vitoreándolos, saludándolos con las manos y con banderas. Lug y Verles devolvían los saludos, y hasta el serio Althem sonreía con la mano en alto. Ana, Randall y Colib los seguían de cerca, y detrás comenzaron a bajar los marinos rescatados. Las familias se arrojaban a los cuellos de sus hombres perdidos con lágrimas de alegría. El entusiasmo y la algarabía eran contagiosos.

            Al final del muelle, una mujer pálida se arrojó al cuello de Verles, besándolo sin parar.

            —¡María!— exclamó Verles, abrazándola con fuerza.

            La fiesta de bienvenida duró toda la noche, con bailes, cantos y alegre música. Había mesas por todas las calles principales, y las mujeres se paseaban entregando collares hechos de caracoles marinos a todos. En una plataforma elevada en la plaza principal, habían puesto una mesa de honor en la que se sentaron Verles, María, Digar, Ana, Randall, Colib, Althem, Diame y Lug. Había innumerables manjares marinos, pero lo que más corría era la cerveza de cebada y un vino exquisito traído de Medeos. A Lug le habían servido un plato hecho con algas que era más apetitoso de lo que se veía.

            En medio de la fiesta, Lug vio que Latimer se acercaba a Verles y le decía algo al oído. Verles asintió, serio, poniéndose de pie e hizo seña a Digar para que lo siguiera.

            —¿Qué pasa?— gritó Ana en el oído de Lug para hacerse oír en medio de toda la juerga.

            —No sé— respondió Lug, poniéndose de pie—. Quédate aquí, voy a averiguar qué pasa.

            Ana hizo un esfuerzo por no protestar y seguirlo. Sintió la mano de Randall en su brazo:

            —Bailemos— le propuso.

            —¿Bailar?— preguntó ella, sorprendida—. Yo nunca he bailado... nunca...— titubeó.

            —Entonces, es hora de que lo hagas— respondió Randall con una sonrisa, levantándola del brazo.

            —Pero no tengo idea de cómo se baila esta música...— protestó ella.

            —Yo tampoco— respondió Randall, riendo—, pero por lo que he visto, cada uno baila como lo siente, sin preocuparse demasiado por cuáles son los pasos de baile adecuados.

            Randall la arrastró por la escalerilla, bajando de la plataforma, y la tironeó hasta el medio de la plaza, donde decenas de parejas y niños bailaban alegres.

            Desde la plataforma, Diame frunció el ceño:

            —No sabía que Randall era propenso a este tipo de desenfreno. No es correcto para un capitán de Aros— sentenció.

            —Supongo que el vino lo ha desinhibido— respondió Althem—. Pero creo que después de todo lo que pasó, se merece un poco de alegría desenfrenada. Tal vez nosotros deberíamos aprovechar también.

            —¿De qué hablas?— preguntó Diame con los labios apretados.

            —¿Madre, me concedes un baile?

            —¿Te volviste totalmente loco? ¿Estás borracho también?

            Como respuesta, Althem lanzó una estruendosa carcajada. La reina trató de disimular una sonrisa; el hecho de ver a su hijo riendo por primera vez en tanto tiempo le alegraba el alma. Althem era otro desde que ella y Lug habían vuelto del peligroso encuentro con Wonur. El Althem anterior hubiera estado refunfuñando durante toda la noche, criticando la liberalidad y la falta de decoro y disciplina de la gente de Hariak, pero este nuevo Althem estaba más relajado y tolerante, e inclusive se daba permiso para disfrutar de la alborotada fiesta.




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