La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 125

—¿Realmente crees que es posible?— preguntó Althem.

Lug les había explicado lo que estaba pasando en Faberland y había expuesto su plan para llegar hasta allá y prestar ayuda.

—Lo sabré de seguro cuando hable con ellos, pero creo que sí— respondió Lug.

Los demás se revolvieron inquietos en sus sillas.

—Siempre han llegado historias de avistamientos de tetras en las montañas hasta la ciudad. Algunas son pura fantasía, pero otras son bastante creíbles— dijo Randall.

—Entonces hay un grupo viviendo aquí, lo sospechaba— asintió Lug.

—¿Entonces qué estamos esperando?— intervino Verles.

—Una cosa es que sepamos que hay un grupo en la cordillera, y otra muy distinta es saber dónde están exactamente para contactarlos— arguyó Althem—. Buscarlos a tientas por todas las montañas en pleno invierno es una empresa fútil y suicida.

—Encontrarlos también es suicida— intervino Diame—. Deberían pensar en otra forma de ayudar a Faberland, una que sea menos loca.

—Yo he tenido varios contactos con ellos, creo que puedo hablarles sin que nos maten— dijo Lug—, pero la cuestión es encontrarlos.

—Yo sé de alguien que puede estar mejor informado con respecto a la morada de esas criaturas. Lo he oído comentar sobre ellas a menudo— dijo Verles.

Althem negó con la cabeza.

—Govannon no va ayudarnos, hace tiempo que no quiere saber nada con nosotros— dijo.

—¿Govannon?— preguntó Lug, intrigado— ¿El Govannon que forjó mi espada? ¿Vive cerca de aquí?

—En medio de las montañas— respondió Verles—. El lugar está bastante apartado y es de difícil acceso, pero no imposible.

—Lo imposible es su carácter— comentó Althem.

—Mira quién habla— murmuró Verles para sí.

Althem le lanzó una mirada de furia, pero Lug intervino antes de que pudiera decir nada:

—¿Pueden guiarme hasta él?

—Eso no es problema— respondió Randall—. Tanto Althem como yo conocemos bien cómo llegar al sistema de cuevas donde reside y trabaja, pero Althem tiene razón. Govannon ha dejado muy claro que no tenemos permitido acercarnos. Su gente nos matará antes de que podamos siquiera llegar a la boca del túnel principal.

—Tenía entendido que Govannon había hecho muchas armas y artilugios para todo el Círculo— dijo Lug— ¿Qué pasó? ¿Por qué está tan enojado ahora?

—¿Por qué no se lo dices?— dijo Althem con tono sarcástico a Verles.

—No fue mi culpa— se defendió Verles.

—¿No? Entonces, ¿de quién?— insistió Althem

—No puedo controlarlo todo— se disculpó Verles.

—Todo lo que tenías que controlar era tu enorme bocota— le reprochó Althem.

—Ya basta— intervino Ana—. Faberland está en llamas, y estamos perdiendo el tiempo con estupideces.

La intervención de Ana terminó la discusión.

—Entonces—volvió a intentar Lug—, ¿van a decirme lo que pasó?

Verles suspiró y comenzó:

—Sucedió en Medeos, fue después de la guerra. Un día estábamos en el puerto y un hombre vio mi espada. Después de halagarla por un buen rato, me invitó unos tragos. El hombre me empezó a preguntar por el origen de la espada. Le dije que la había hecho Govannon. Me preguntó dónde podía encontrar a tan magnífico artesano, y yo traté de ser lo más vago posible.

—¿Qué tan vago?— preguntó Lug.

—Solo le dije que vivía en medio de las montañas en la cordillera del Norte, al sur de Aros.

—Parece bastante específico— murmuró Colib, su primera intervención en toda la reunión.

—No estaba muy sobrio que digamos— confesó Verles—. Puede que le haya dado más detalles.

—Como que los soldados de Aros conocían el camino hasta su cueva— gruñó Althem.

Verles solo se encogió de hombros.




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