La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 134

Aunque Lug hubiera querido continuar abrazando a Dana por toda la eternidad, su sentido del deber lo volvió a la realidad.

Lug vio a Calpar que le sonreía unos pasos atrás de Dana.

—No sabes lo que me alegra verte— le dijo Calpar, estrechando su mano.

—Y a mí— respondió Lug, soltando la mano de Calpar para darle un abrazo fraternal.

—Tenemos mucho de qué hablar— dijo el Caballero Negro.

—Desde luego, pero debo hacer algo antes— respondió Lug.

Tomando de la mano a Dana, subió a una roca cercana junto con ella y observó a la multitud que esperaba sus palabras. Tan solo con su mirada, abrió la mente y los oídos de la multitud.

—¿Qué es esto? ¿Por qué se derrama la sangre de los hermanos?— preguntó Lug con el rostro severo.

Aun los que estaban lejos podían oírlo como si les susurrara a cada uno en el oído. Muchos en la multitud bajaron la cabeza, avergonzados. Otros lo miraron sin comprender, no entendían quién era éste que tenía el poder de parar una guerra con solo su presencia, no lo habían reconocido aun.

—He venido a anunciarles que Wonur ha sido devuelto a su prisión, que su influencia oscura ya no tiene poder sobre ustedes. Por lo tanto, es tiempo de que la Luz llegue otra vez a sus corazones, que corte los lazos que los ataban a la oscuridad, que barra con la ira de la incomprensión, de la intolerancia. El mal ha sido desterrado del Círculo y ahora es su turno, deben también desterrarlo de sus almas para que nunca más pueda volver a esclavizarlos. Miren a su alrededor, ya no existe amenaza alguna. El miedo y el odio que los invade solo están en sus mentes, y deben expulsarlos para alcanzar la libertad.

—¿Quién eres?— preguntó una voz en la multitud abarrotada que ahora se había congregado alrededor de la roca sobre la que estaba parado Lug para verlo más de cerca.

—Yo soy el que les trae la buena noticia. Yo soy el que viene a decirles que son libres si así lo desean. Yo soy el que les trae la Luz, pues yo soy Lug, el Señor de la Luz. He venido a disipar la oscuridad y la tristeza. He venido a desenmascarar la falsedad de una religión que los domina, que los agobia, los hace esclavos. He venido a liberarlos, a sanarlos, a ayudarlos a ver la Luz y la Verdad.

Aquellas palabras causaron un gran alivio en los corazones de la multitud. Habían estado luchando por algo que no comprendían del todo, azuzados por fuerzas que los manipulaban para cometer actos de violencia que iban en contra de su propia naturaleza. Lug no solo les estaba trayendo la oportunidad de librarse de los lazos que los mantenían bajo control, sino que les estaba dando la bienvenida a un mundo nuevo, un mundo de Luz, y en esa bienvenida estaba implícito el perdón y la redención por los abominables actos cometidos en nombre de la oscuridad.

—Todo está bien en el mundo— dijo Lug a la multitud—. Todo es como debe ser.

Aquellas palabras contenían la magia de la Luz, la fuerza de la verdad. La multitud entendió y aceptó las palabras de Lug. Y luego, en un clamor ensordecedor, la multitud comenzó a vitorearlo, a aplaudirlo. Muchos cayeron de rodillas para adorarlo y los que estaban más cerca de la roca donde Lug estaba parado se lanzaron a sus pies para besarlos.

Lug levantó una mano para silenciar a la multitud. Cuando la euforia se fue apagando, Lug urgió a los que estaban arrodillados a que se levantaran de inmediato.

—No quiero que nadie se arrodille ante mí— les dijo, severo—. No deben arrodillarse ni ante mí ni ante nadie. Ustedes son libres y deben vivir como seres libres. No permitan que nadie vuelva a decirles cómo deben vivir su vida, cómo deben pensar, cómo deben comportarse. Ustedes son dueños de sí mismos, pero así como deben respetar su propia libertad, también deben respetar la libertad de los demás.

La gente retomó sus gritos de alabanza y júbilo.

—Buen discurso— escuchó Lug a sus espaldas. Lug se dio vuelta y vio a Nuada junto a Calpar—. Tu madre estaría orgullosa.

Lug le sonrió en agradecimiento por sus palabras. Dana, aun a su lado, le apretó la mano con una sonrisa. Lug sintió que las piernas se le aflojaban. Dana lo tomó rápidamente de la cintura y lo ayudó a bajar de la roca. Calpar lo tomó de un costado y Dana del otro.

—¿Estás bien?— le preguntó Dana, preocupada.

—Solo un poco cansado— respondió él—. Romper el lazo que esta gente tenía con Math requirió más energía de la que creí.

—Ven, siéntate un momento, descansa— le dijo ella.

—No tengo tiempo para descansar— dijo Lug, volviendo su mirada a la Cúpula en llamas.

—Acabas de detener una guerra, Lug, creo que es más que suficiente por un día— le dijo Calpar.

—No— insistió Lug—. Hay medio millón de personas atrapadas en la ciudad que morirán calcinadas, no puedo descansar.

Aunque Lug hizo un gran esfuerzo por permanecer de pie, las piernas no le respondieron y terminó desplomándose. Dana y Calpar lo apoyaron en el suelo con suavidad.  Ana desmontó de su caballo y corrió, arrodillándose junto a él.




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