La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 139

Zenir abrazó a Lug con cariño mientras Akir hacía una reverencia.

—Veo que ustedes dos se encontraron, me alegro— dijo Zenir, paseando la mirada entre Lug y Dana, y palmeando la espalda de Lug—. Fue una entrada impresionante la que hiciste allá en el campo de batalla.

—Gracias— respondió Lug con una sonrisa. Dana le dio un beso en la mejilla.

 Aunque Zenir estaba feliz de ver a Lug, su rostro reflejaba la preocupación por la situación más inmediata: miles de heridos llegaban en hordas hasta la precaria tienda que habían erigido a un costado del palacio de Eltsen en un lugar apartado del campo de batalla principal. Akir estaba haciendo un gran trabajo clasificando la gravedad y el tipo de heridas de cada paciente, separando a los que necesitaban atención urgente de los que podían aguantar un poco más. La gente de Verles estaba ayudando, administrando hierbas y ungüentos a los heridos más leves mientras Zenir se ocupaba de los casos más graves. Pero un Sanador, aun un Sanador tan poderoso como Zenir, no era suficiente para la enorme cantidad de heridos que llegaban pidiendo su ayuda.

—Lug— comenzó Zenir, mirando en derredor a los heridos gimientes y sangrantes que esperaban su turno para ser sanados—, esta situación está desbordándome, no sé cuánto tiempo más pueda seguir en pie. Sanarlos me drena de mi energía y necesito descanso para poder seguir trabajando, pero si descanso, ellos mueren. Ya no sé qué hacer— dijo Zenir, angustiado.

—Entiendo— dijo Lug, poniendo una mano comprensiva en su hombro—. Te enviaré a Ana, ella te ayudará.

—No necesito más enfermeras, Lug. Tengo a la gente de Verles que está ayudando y tengo a Akir— señaló a su nieto aun hincado ante Lug.

—¡Akir!— exclamó Lug al percatarse de la presencia del muchacho. Tomó su brazo y lo tiró hacia arriba para levantarlo del piso. Akir siguió con la cabeza gacha, no se atrevía a mirar a los ojos al Señor de la Luz.

—¡Akir!— volvió a exclamar Lug abrazando al muchacho—. ¡Qué gusto ver que estás bien! ¡Por el Gran Círculo que has crecido!

Akir sonrió tímidamente. Nunca se hubiera imaginado que Lug recordaría a alguien tan insignificante como él. Lug le dirigió una mirada interrogante a Zenir. Zenir asintió.

—Sí, él sabe que soy su abuelo.

—Me alegro de que ustedes dos finalmente se hayan encontrado— dijo Lug, abrazando a Akir—. Me temo que tengo malas noticias sobre Ema...— el rostro de Lug se ensombreció al tener que darle la noticia de la muerte de su hija en medio de aquella situación en la cual ni siquiera podía tomar un momento para llorar su pérdida.

—Lo sé— respondió Zenir.

Lug asintió, recordando que Zenir había puesto flores en su tumba.

—Lo lamento, Zenir.

Zenir asintió con un nudo en la garganta.

—Pero como te dije, te enviaré a Ana.

—Una enfermera más no hará la diferencia, esta gente está muriendo de heridas que los ungüentos y las hierbas no pueden curar.

Lug sonrió.

—Ana es especial.

A continuación, Lug levantó su túnica blanca y sacó su camisa de dentro del pantalón, levantándola y mostrándole a Zenir su vientre.

—¿Ves esto?— dijo Lug a Zenir.

—No veo nada— dijo Zenir sin comprender lo que Lug le quería mostrar. Todo lo que veía era la piel de Lug sana y sin marcas.

—Exacto— dijo Lug—. En este lugar, Math me atravesó de lado a lado con mi propia espada y la retorció para destruir mis órganos internos. Ana restauró los tejidos y me sanó.

Zenir frunció el ceño, incrédulo.

—¿Quién es esa Ana?— preguntó, intrigado.

Lug sonrió con picardía, mirando a Dana de soslayo. Ella le devolvió una mirada cómplice.

—Espera aquí y te la traeré.

Lug se alejó de la tienda de Zenir y dio la vuelta por la parte externa del palacio.

—¿Qué se traen entre manos ustedes dos?— preguntó Zenir a Dana que se había quedado allí parada. No se quería perder la cara de Zenir cuando viera a su nieta.

 Lug encontró a Ana hablando con Marta, Nuada y Calpar, sentada junto a un fuego donde se cocinaba una sopa de la que se desprendía un aroma delicioso. Calpar tenía ropa seca y había puesto la suya junto al fuego para que se secara.

—Ana— la llamó—, ven conmigo, hay alguien que necesita tu ayuda.

Ana se puso de pie y se acercó a Lug.

—¿De qué se trata?— le preguntó.

—Ven conmigo— le dijo Lug, invitándola a seguirlo con la mano. Ana lo siguió hasta la tienda de Zenir.

Cuando Zenir la vio caminando junto a Lug, se quedó petrificado de asombro. Aquella muchacha era la viva imagen de Ema tal como la recordaba cuando era joven: sus cabellos rojos y rebeldes, sus hermosos ojos verdes. Era como estar mirando a su hija frente a él. Zenir sacudió la cabeza en confusión. El agotamiento debía estar haciéndolo alucinar. Ema estaba muerta... no podía ser ella. Pero aquella muchacha era igual a su Ema. ¿Cómo era posible?




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