La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 140

—Yo ya lo encontré— escuchó Lug. Era una voz de mujer, una voz que creía recordar.

—¿Tarma?— sonrió Lug.

Con una gran sonrisa, Tarma corrió hacia él, pero se detuvo en seco a tres pasos de él al recordar quién era y apoyó una rodilla en el piso, haciendo una reverencia.

—¡Tarma!— la amonestó Lug—. Sabes que no permito que nadie se arrodille ante mí— le dijo, tomándola de un brazo y tirándola hacia arriba hasta hacerla poner de pie. Ella lo miró por un momento con los brazos a los costados, sin saber bien qué hacer. Lug la sacó de su predicamento, abrazándola cariñosamente.

—Me alegro de verte.

—Y yo— le respondió ella—. ¿Ya sabe Nuada que estás aquí?

—Sí, estuve con él hace un rato, ¿por qué?

—Para que se convenza de que su hija no perdió la razón.

—¿De qué hablas?

—Dana estuvo insistiendo por días, diciendo que estabas vivo y que habías vuelto al Círculo, pero me temo que los únicos que le creímos fuimos Calpar, Frido y yo. Sólo en el último par de días pareció convencerse un poco.

—Bueno, ahora todo el Círculo lo cree— dijo Dana orgullosa—. Lug detuvo la guerra.

Tarma lo miró asombrada.

—¡Bien hecho!— exclamó.

—¡Lug!— se escuchó la voz de alguien que lo llamaba desde atrás de Tarma.

Lug levantó la vista y vio a Eltsen. Estaba vestido totalmente de negro, tenía las manos atadas a la espalda y venía escoltado por un Tuatha de Danann a la izquierda y otro a la derecha. Una escolta de cuarenta guerreros más los seguía de cerca.

—¡Eltsen!

—¿Quieres decirle a mi terca mujer que soy yo mismo? ¿que ya no estoy poseído?— protestó Eltsen, clavando la vista en la nuca de Tarma.

—Ya sabes lo difícil que es convencer a Tarma de la identidad de las personas— rió Lug.

—Por favor, Lug, ayúdame con ella.

Lug se volvió hacia Tarma.

—Tarma, ya puedes desatarlo, ya no está más bajo la influencia de Math.

—¿Está seguro?

—Si Lug lo dice, así debe ser— dijo el Tuatha de Danann que estaba a la derecha de Eltsen.

 Lug lo miró dos veces, pestañeando incrédulo.

—¿Pol?

Pol asintió.

—¿Qué haces vestido así?— preguntó Lug.

Pol se miró el tartán, suspirando.

—Fynn me obligó a ponérmelo— respondió Pol.

—Fue para salvarte el pellejo— protestó Fynn que escoltaba a Eltsen del otro lado—. Y además, es una vestimenta digna de un guerrero, no como las ropas tontas que llevan en Faberland.

—¿Ropas tontas? Te diré lo que es un atuendo tonto...

—¡Señores!— los detuvo Eltsen—. Pueden discutir sobre moda todo lo que quieran después de que me desaten.

Ambos cerraron la boca y se pusieron a liberar las manos de Eltsen.

—Lug, gusto en verte, bienvenido— dijo Eltsen ahora liberado, y se acercó a estrechar la mano de Lug—. Escuché a Dana decir que habías detenido la guerra.

Lug asintió. Eltsen se arrodilló ante él y le besó los pies con lágrimas en los ojos.

—Gracias— murmuró, llorando—, gracias por salvar a Faberland. Todo esto fue mi culpa, nunca debí confiar en Malcolm. No sé cómo pude creerle a él en vez de a Tarma. Fui débil y sucumbí a sus engaños, pero Faberland no tenía por qué pagar por mi necedad. Aceptaré mi destino si mi pueblo me juzga indigno de ser su Guardián, o indigno inclusive de vivir.

—Eso tendrá que esperar— dijo Lug.

Eltsen levantó el rostro lloroso sin comprender.

—La Cúpula sufrió un gran incendio— explicó Lug—. Calpar logró apagarlo, pero me temo que la ciudad está prácticamente en ruinas y hay miles de faberlandianos atrapados en el interior. Los guerreros de Kildare y de Aros están ayudando como pueden, pero la ciudad es inmensa y demasiado extraña para ellos. Necesitamos alguien que coordine sus esfuerzos, alguien que conozca la ciudad, alguien a quien la gente de Faberland reconozca como autoridad y pueda guiarlos a un lugar seguro donde puedan ser orientados y sanados. Por eso vine a buscarte Eltsen, Faberland te necesita.

Ante las palabras de Lug, Eltsen pareció transformarse. Olvidó la culpa y el remordimiento, dejó de tener lástima por sí mismo y se levantó del suelo, secándose las lágrimas.

—Tarma, Pol, Fynn, vengan conmigo. Debemos encontrar hospitales que se hayan salvado de la catástrofe y guiar a los heridos hacia allí— ordenó Eltsen.

Tarma suspiró aliviada al ver que Eltsen tomaba las riendas de la situación. Aquel era el viejo Eltsen, el de siempre, el hombre del que se había enamorado. En su corazón ya no había dudas de que Malcolm había perdido todo control sobre él.




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