La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 142

Lug alzó una mano e hizo una seña para que lo siguieran mientras se escondía tras una roca de la que brotaban abundantes helechos. Dana y Tarma se agacharon junto a él tras la roca, atisbando entre los árboles. No podían ver ni oír nada, pero era claro que Lug había detectado algo.

—Veinte metros en esa dirección— susurró Lug.

Dana y Tarma miraron en la dirección que Lug señalaba, pero no vieron nada. Lug había detectado sus patrones en la distancia. Eran tres: uno era Math y los otros dos debían ser los sacerdotes que lo acompañaban, tal como Tarma lo había descripto.

La razón por la que Lug no había querido que lo acompañara un ejército de guerreros era porque harían demasiado ruido y ahuyentarían a Math. Aun sin su habilidad extendida, Math era un Antiguo inteligente y peligroso. Lug pensaba que la única manera de poder atraparlo era tomándolo por sorpresa. Por eso también había ordenado que lo dejaran pasar por los puestos de vigilancia para hacerle creer que se había salido con la suya, y para que así se sintiera lo suficientemente confiado como para bajar la guardia.

—Los rodearemos y los atacaremos. Ustedes encárguense de los dos sacerdotes, y yo me encargaré de Math— les dijo Lug.

Dana y Tarma asintieron. Los tres se separaron, describiendo un círculo para atacar el campamento desde distintas direcciones.

Dana y Lug se lanzaron al claro desde direcciones opuestas, sus respectivas armas en alto. Los dos sacerdotes sentados junto al fuego se pusieron de pie de un salto y desenvainaron sendos cuchillos. Math no estaba a la vista, pero Lug podía percibirlo cerca. Dana se lanzó sobre uno de los sacerdotes mientras Lug miraba en derredor, buscando. ¿Dónde estaba Tarma? No tuvo mucho tiempo para pensar en ella o en Math, el segundo sacerdote se lanzó con un grito feroz hacia él. Lug levantó su espada, deteniendo la hoja del cuchillo del sacerdote y lo empujó hacia atrás, haciéndolo trastabillar. A un par de metros, Dana forcejeaba con el otro sacerdote. Lug se volvió para ir en su ayuda, pero sintió un golpe fuerte en su espalda que lo hizo caer de rodillas. Por el rabillo del ojo vio al segundo sacerdote que se lanzaba otra vez hacia él con el cuchillo, intentando clavárselo en la espalda. De rodillas como estaba no tenía como afirmarse para clavarle la espada, así que se tiró del todo al suelo y rodó sobre su espalda, quedando boca arriba con la espada en alto. El sacerdote tropezó con los pies de Lug y cayó sobre la espada, quedando empalado encima de Lug. Con un gruñido, Lug empujó con fuerza el cuerpo hacia un costado y desclavó la espada del pecho del sacerdote muerto. Con la espada aun chorreando sangre, Lug volvió a rodar y se puso de pie de un salto, dispuesto a ayudar a Dana, pero vio que el otro sacerdote yacía muerto a los pies de ella. Suspiró aliviado al verla a ella allí parada, ilesa. Pero el alivio se desvaneció al ver una mano apoyada en su hombro.

Dana estaba rígida, el rostro pálido, la mirada vidriosa, el puñal ensangrentado aun apretado en su mano derecha.

—¿Dana?— la llamó Lug con urgencia.

Dana no respondió.

—Será mejor que sueltes la espada— dijo Math, asomando su cabeza por detrás de ella.

—Suéltala o te mueres en este instante— lo amenazó Lug.

—La espada— repitió el otro.

Lug lanzó la espada al suelo.

—No necesito la espada para matarte y lo sabes— le dijo con los dientes apretados de furia.

Math solo sonrió con una sonrisa perversa.

—Me gustaría verte intentarlo.

—No creas que la Perla puede protegerte, la conexión con Wonur ha sido cortada— le advirtió Lug.

—Por tu mano, asumo.

Lug asintió.

La sonrisa de Math no se borró de su rostro.

—Suficiente, esto termina aquí y ahora— dijo Lug, embargado por la furia.

Con los puños apretados, se concentró en calmar su respiración, aflojando los hombros, visualizando una fuente de agua para enfocar su poder. Buscó los patrones de Math. Estaban expuestos, abiertos a su habilidad. Las barreras que Math intentaba poner a su paso se disolvían con un pequeño esfuerzo de su voluntad. Nada podía detenerlo, llegaría al fondo y lo destruiría. Lug comenzó a bajar por los niveles de la mente de Math. Era como bajar una escalera cada vez más y más oscura.

Los dos solo estaban allí parados, las miradas clavadas el uno en el otro, sin moverse, en una batalla silenciosa que ocurría en los lugares más profundos de sus dos mentes. Cuando Lug llegó finalmente a dónde quería, encontró que la oscuridad de Math ni siquiera intentaba envolverlo ni arrastrarlo. Era como si Math se hubiera dado por vencido, como si estuviera dispuesto a que Lug lo destruyera, como si hubiera aceptado su destino.




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