La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 152

Ana profirió un alarido de terror al ver la puerta abrirse de manera violenta y se envolvió en las frazadas, acurrucándose contra el cuerpo de Randall que estaba sentado a su lado en la cama. Su esposo la abrazó fuertemente, murmurándole palabras suaves y acariciándole el cabello para tranquilizarla.

—¿Qué cree que hace?— le dirigió Randall una mirada enfurecida a Lug.

Lug dio automáticamente dos pasos hacia atrás y levantó las manos.

—Lo siento— dijo en voz baja.

—No puede estar aquí.

—Puedo ayudar…— intentó Lug.

—No, no puede. Será mejor que se vaya.

—Por favor, Randall…

Ana comenzó a llorar desconsoladamente.

—Váyase, por favor— lo urgió Randall.

—Pero…— insistió Lug.

Lug sintió que alguien lo tomaba del brazo desde atrás:

—Vamos, Lug— le susurró Dana—. Estás demasiado alterado y la estás alterando a ella.

No sin cierta reticencia, Lug permitió que Dana lo tirara hacia atrás suavemente y lo sacara de la habitación.

—Lo siento— formó Dana con los labios hacia Randall. El capitán asintió levemente con la cabeza.

Dana terminó de sacar a Lug de allí y cerró la puerta con suavidad para no perturbar más a la paciente. Lug deslizó su espalda por la pared del pasillo, desplomándose hasta el suelo. Dana se arrodilló junto a él:

—Si quieres ayudarla, tendrás que calmarte primero— le dijo.

Lug asintió en silencio.

—Debo ir a hablar con Eltsen— dijo Tarma.

—Por supuesto, ve tranquila Tarma— le respondió Dana.

—¿Quieren que…?

—Estamos bien, Tarma— dijo Lug con la voz a penas audible.

—Lo que necesiten…

—Sí, Tarma, gracias, te lo haremos saber— asintió Dana.

—Frido, ¿quieres venir conmigo? Lo que voy a hablar con Eltsen te concierne— le propuso Tarma.

—Es que…— titubeó él.

—Ve con ella, Frido— lo animó Dana— Te avisaremos si hay alguna novedad.

—Bien— asintió él.

Tarma y Frido se retiraron, dejando a Lug y a Dana sentados en el piso, frente a la puerta de la habitación de Ana, flanqueada por los dos guardias desparramados en el suelo, aun inconscientes. Pol se mantuvo de pie, en silencio, junto a la angustiada pareja.

—Pol— lo llamó Lug después de un rato—. ¿Sabes dónde está Zenir? Quiero hablar con él.

—Está en el hospital, en la Cúpula. Puedo guiarte hasta allá.

—No quiero moverme de aquí— negó Lug con la cabeza—. ¿Podrías decirle que venga a verme en cuanto pueda?

—Claro, por supuesto— asintió Pol, y se alejó de inmediato por el pasillo hacia la salida del palacio.

Los guardias volvieron en sí lentamente. Miraron en derredor, sin comprender por qué estaban en el piso. Cuando vieron a Lug sentado frente a ellos, se pusieron de pie de golpe y alistaron sus lanzas en estado de alerta.

—Me disculpo por haberlos tratado de esa manera— les dijo Lug con sinceridad—. Tenían razón, sus órdenes sí se aplicaban a mí también.

Los guardias suspiraron, aliviados de no tener que detener al Señor de la Luz por la fuerza.

Después de una hora, que transcurrió en agobiante silencio en el pasillo, Lug levantó la vista al escuchar que la puerta de la habitación se abría. Randall salió sigilosamente hacia el pasillo con el rostro serio, ojeroso y cansado. Lug se puso de pie de inmediato y abrió la boca para disculparse, pero Randall lo cortó en seco:

—Venga— le hizo seña con una mano.

Lug y Dana lo siguieron a una habitación contigua a la de Ana. Sobre la pared izquierda, había un enorme monitor que mostraba a Ana durmiendo tranquilamente. Sin casi quitar la vista del monitor, Randall se dirigió a una mesa donde había tazas, frascos y una máquina blanca con un pico del que salía agua caliente. Tomó una taza, eligió uno de los frascos en particular, lo abrió y sacó unas hierbas que introdujo en la taza. Luego llenó la taza con agua caliente y se la dio a Lug:




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