La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 159

—No hay palabras para describir lo hermosa que estás— le dijo Lug a Dana.

Ella dio una vuelta, mostrando su extraordinario vestido de seda violeta con detalles en azul. Tenía el escote bordado con amatistas, y un lazo azul y plata que envolvía su cintura y caía hasta el piso, bordeando la acampanada falta. Las mangas de seda azul cubrían sus brazos, terminando en una delicada puntilla violeta tachonada de diamantes. Su rostro estaba encuadrado por pendientes de zafiros engarzados en plata, y su cabello caía en cascadas desde una diadema exquisitamente labrada, cuajada de piedras preciosas. Todas las gemas y las joyas las había enviado Govannon, excepto el medallón de plata que colgaba de su cuello. Era el mismo medallón que Lug le había visto en la fiesta del Concilio en Medionemeton, hacía diez años.

—¿Te gusta?

—Es digno de ti, la reina más bella de todo el Círculo— sonrió él, besándola.

Tres golpes en la puerta interrumpieron el beso. Lug abrió y se encontró con Pol.

—Es hora— les avisó Pol.

Lug se acomodó la capa plateada y enlazó su brazo con el de Dana. Los dos siguieron a Pol por un pasillo hasta el ascensor. En apenas unos segundos, llegaron a la terraza del palacio. Al salir fuera del ascensor, Lug notó que el aire era cálido y agradable, y que no había ni una nube en el cielo.

—¡Vaya! ¡Un día extraordinariamente cálido para estar en medio del invierno!— comentó Lug.

—Cortesía de Calpar— explicó Pol.

—¿Tarma convenció a Calpar también? ¿Hay algo que esa mujer no pueda hacer?— rió Lug.

—Hasta ahora no he visto a nadie que pueda oponérsele— respondió Pol—, excepto Math y le costó la vida.

Una solemne melodía con gaitas y arpas comenzó a sonar.

—Muy bien, es el momento de su entrada— los apuró Pol hacia la dorada alfombra que se abría camino entre varios cientos de personas que esperaban expectantes.

Lug y Dana avanzaron lentamente entre la multitud, hacia una plataforma elevada al final de la enorme terraza. Sus rostros radiantes, saludando a sus amigos que los vitoreaban y aplaudían. Al llegar a la plataforma, se encontraron con una sonriente Tarma que los abrazó y luego se dirigió a la multitud:

—Señores y señoras, les presento a Lug, el Elegido, el Marcado, el Sujetador de Demonios, el Matador de Serpientes, el Buscador y Luchador incansable contra las fuerzas de la oscuridad, el Protector y Salvador del Círculo, el Undrab, el Señor de la Luz.

La multitud estalló en gritos y aplausos.

—A su lado, su compañera, Dana, hija de Nuada, Reina de los Tuatha de Danann, la Mensajera.

Sus palabras fueron coronadas una vez más por grandes vítores y aplausos.

—Estamos aquí hoy para rendir homenaje a estas dos personas y compartir su felicidad al presenciar su unión en matrimonio. Es tradición del clan de los Tuatha de Danann que la ceremonia sea oficiada por el rey Nuada, pero este evento es tan importante para todo el Círculo, que además de Nuada, habrá también otros oficiantes que quisieron hacerse presentes para este acontecimiento de tanta relevancia. Les presento a Eltsen, Guardián de Faberland.

Eltsen subió a la plataforma, con su traje dorado de ceremonias:

—Gracias, querida esposa— dijo con una inclinación de cabeza, y luego se dirigió a los presentes: —No existen palabras que puedan expresar correctamente mi gratitud a todos ustedes hoy. Especialmente a mi esposa, Tarma, quien nunca perdió la fe en mí; a sus guerreros, que me defendieron como si yo fuera uno de ellos; a mis grandes amigos, Pol, Fynn, Calpar, y muchos más, que me apoyaron aun cuando sufrieron mi rechazo, fruto de mi delirio; a Nuada y a Ifraín, que se hicieron presentes con sus tropas para defender Faberland; a Althem y a Verles, que vinieron al rescate de todos los heridos; a Zenir y a Ana, que aunque no están hoy aquí, deben ser mencionados por su extraordinaria ayuda sanando y salvando vidas. Pero aun con toda esta ayuda invaluable, Faberland se habría extinguido de no ser por la intervención de nuestro Libertador: Lug, el Señor de la Luz, cuya presencia en el campo de batalla fue determinante, no para ganar la guerra sino para algo mucho más vital, para detenerla por completo. Es sobre esto que Frido de Polaros nos hablará hoy en su poema de homenaje.

Frido subió a la plataforma con los ojos húmedos de emoción. Nunca en su vida habría podido soñar con ser protagonista de un momento tan sublime. Tarma lo había mandado a llamar para que leyera su poema en la ceremonia y Frido había regresado desde Polaros con premura para tan gran honor.   




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