La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 160

Lug puso el último tomate en la canasta y se levantó del suelo. Al girar hacia la puerta trasera de la cabaña, vio a Dana que lo observaba con la mirada radiante.

—¿Hay novedades?— adivinó Lug.

—Si quieres que te cuente, ve a lavarte y ven adentro— le respondió ella, misteriosa.

Lug dejó la cesta sobre el piso y se fue a lavar al aljibe que estaba en medio del patio. En los últimos seis meses habían vivido sin sobresaltos en la vieja cabaña de Zenir, en el bosque de los Sueños. En un principio, la idea de Lug había sido vivir en completo aislamiento, pero Dana tenía un trato hecho con su padre que la obligaba a comunicarse con él al menos una vez al mes. Ese había sido el precio de su anuencia para la boda. Con el correr de los meses, Lug descubrió que no le desagradaban estos contactos con el exterior. Mantenerse al día con sus amigos a través de los canales de Dana se convirtió poco a poco en una fuente de placer.

Lug entró a la cabaña y se sentó a la mesa, del otro lado de Dana.

—Limpio y listo para las noticias— dijo Lug, enseñando sus manos.

Dana le pasó una taza de té.

—¿Cómo está tu padre? ¿Ya me perdonó por romper el Círculo?— inquirió Lug, tomando un sorbo del té.

—Ya sabes que no hablo de eso con él, solo lo pone de mal humor.

—¿Lo enoja que las cosas vayan bien, que yo haya tenido razón?

—¡Lug! Si te vas a poner así…

—Lo siento, lo siento— se disculpó él—. Adelante, dime cómo va todo.

—Mi padre está bien y su gente… nuestra gente también está bien. Pero lo que va a interesarte es que hablé a Aros.

—¡Aros! ¿Qué dice Randall? ¿Cómo está Ana?

—No hablé con Randall, hablé con Ana.

—¡Con Ana! ¿Ana aceptó un canal?

—Sí— sonrió Dana.

—Es maravilloso. Eso significa que…

—Sí, Ana ha vuelto a ser la de antes. Te mandó muchos saludos. La noté feliz, Lug.

—¡Qué bueno! ¡Me alegro tanto! ¿Qué más?

—¡Eres insaciable!— rió Dana—. Bueno, Ana dice que como Embajadora, tiene mucho trabajo tratando de mantener al mínimo los roces entre Althem y Verles.

—Esos dos discuten por deporte.

—Sí, eso es lo que Ana piensa, pero ella no tiene problemas en mantenerlos a raya. Diame le ha tomado mucho cariño, la quiere como a una hija. Ana dice que la consiente en todo.

—Eso es peligroso…

—Eso es sensato, teniendo en cuenta que Ana tiene muy buen criterio— la defendió Dana.

—Me retracto— concedió Lug—. Solo bromeaba. ¿Qué más?

—Dos veces por semana va a visitar y sanar enfermos entre la gente de Aros, y a veces también la requieren en Hariak.

—Qué bueno que la política no la alejó de su verdadera vocación.

—Oh, no creo que nada ni nadie sea capaz de desviar a Ana de su vocación.

—Coincido.

—En su tiempo libre…

—¿Tiene tiempo libre? Es un milagro.

            —En su tiempo libre, Randall la entrena en técnicas de lucha.

            Lug permaneció en silencio. No le gustaba que Ana tuviera que aprender a pelear, pero entendía que eso le iba a dar la seguridad necesaria para poder superar el miedo. Randall se estaba asegurando de que Ana supiera defenderse de cualquier peligro, que no fuera una víctima nunca más.

            —¿Qué hay de Zenir y Akir? ¿Todavía están allá?

            —No. Partieron hace unos días. Zenir le había prometido a Akir llevarlo a viajar por todo el Círculo, y Ana los empujó a la aventura, asegurándoles que ella ya estaba bien y que no debían quedarse por ella. Akir está ávido de experiencias y Zenir está feliz de poder proveérselas.

            —Eso es excelente.

            Lug se quedó un momento en silencio, abstraído.

            —¿En qué piensas?— le preguntó ella.

            —En que los extrañé en la boda.

            —Ana no hubiera soportado…

            —Lo sé, lo sé, pero igualmente…

            —Bueno, no te preocupes, la verás en unos meses— le dijo Dana.

            —¿De qué hablas? ¿Estás planeando un viaje a Aros?

            —No, Ana vendrá aquí a ayudar con el bebé.

            —¿Bebé? ¿Qué bebé?

            La respuesta de Dana solo fue una amplia sonrisa.

            —¿Quieres decir…?— intentó Lug, boquiabierto.

            —Sí, Lug, nuestro bebé— confirmó ella, tocándose el vientre.

            Lug se levantó de un salto de su silla y la abrazó con ternura.

            —Me haces más feliz de lo que nunca soñé— le murmuró al oído, besándola luego en los labios.




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