LAYLA
Tessa Chevalier, la diosa indiscutible de la moda, está a punto de sorprender nuevamente con su tercer desfile del año, y las expectativas son más altas que nunca. Se rumorea que este evento será aún más espectacular que los anteriores, y todos los reflectores están sobre ella.
Una de las especulaciones más comentadas es que Tessa continúa evitando usar el apellido de su esposo, uno de los magnates detrás de la automotriz Hoschler, manteniendo su identidad profesional intacta.
La gran pregunta es: ¿veremos a toda la familia Chevalier reunida en esta ocasión? Y, sobre todo, ¿dónde está la hija menor de los Chevalier? ¿Acompañará finalmente a su madre en uno de sus deslumbrantes desfiles?
El mundo de la moda espera ansioso por la respuesta, mientras la alta sociedad se prepara para presenciar lo que promete ser un evento inolvidable.
Cierro la revista de golpe y la arrojo al suelo, enfocando mi mirada en la ventana. Un suspiro frustrado se escapa de mis labios. Mis ojos permanecen fijos en la ventana cuando escucho la puerta abrirse, intentó ignorar la presencia detrás de mí. Finalmente, me obligo a girarme y enfrentar la realidad.
—¿Has terminado de empacar? —inquirió Esther, mi nana, quien había llegado el día anterior al enterarse de que había sido ingresada al hospital.
Su tono era suave, pero cargado de preocupación. Aquella pregunta, sin embargo, me hacía sentir más atrapada que nunca.
—Casi —mi respuesta salió entre dientes, más como un reflejo que como una verdadera afirmación.
Esther me observó en silencio durante unos segundos antes de bajar la mirada hacia la revista tirada en el suelo. La recogió con cuidado, y se aclaró la garganta.
—Ella... está ocupada.
—Siempre lo está —respondí, con una mezcla de resignación y amargura en la voz.
Metí las últimas prendas en la maleta, mis movimientos rápidos, casi mecánicos, como si quisiera evitar pensar en lo que significaba todo esto. Justo entonces, el doctor Marqués entró en la habitación, trayendo consigo un aire de inminencia, como si su presencia marcara un antes y un después.
—Muy bien, Fischler. Puedes irte. He hablado con tus padres por videollamada y les he recomendado que regreses con ellos a San Francisco. Te hará bien estar con tu familia; ellos te ayudarán con tu depresión. Es crucial que te cuides.
Negué con la cabeza, una oleada de indignación surgiendo en mi interior. ¿Regresar con mi familia? ¿La misma que me abandonó durante tres años en una maldita clínica? La pregunta resonaba en mi mente, incapaz de encontrar una respuesta que justificara esa decisión.
—No voy a ir —respondí con firmeza, mi voz temblando ligeramente, pero decidida.
El doctor Marqués frunció el ceño.
—Layla, creo que es lo mejor para tí. La familia puede ser un gran apoyo en momentos como este.
—¿Apoyo? —repliqué, sintiendo que la rabia me inundaba—. ¿Eso es lo que ellos son para mí, un apoyo? Me dejaron aquí cuando más los necesitaba. ¿Y ahora pretenden que regrese como si nada?
Esther se movió cerca de mí, su expresión reflejando la tensión que llenaba la habitación.
—Mi niña, entiendo que estés dolida —intervino suavemente—. Pero tal vez regresar podría ayudarte a sanar.
—¿Sanar de qué, Esther? —la interrumpí, mis palabras saliendo con más vehemencia de lo que había planeado—. Sabes que regresar allá no va a cambiar nada, ¿Verdad?
El doctor Marqués intentó mantener la calma.
—Lo que estás sintiendo es comprensible, pero alejarte de tu familia no resolvera nada.
—Quizás no resolverá nada —repliqué, con dolor—, pero tampoco pienso ser parte de una farsa en la que todos pretenden que somos una familia perfecta.
El doctor Marqués me observó en silencio, esperando que mis palabras se desvanecieran en el aire. Pero algo en su expresión cambió, como si entendiera que mis emociones no eran simplemente una reacción, sino una herida profunda que llevaba mucho tiempo tratando de ocultar.
—Layla, nadie está diciendo que debes olvidar lo que ha pasado —murmuró finalmente, con un tono más suave—. Pero enfrentarlo, aunque sea doloroso, es parte del proceso. Estar con tu familia no va a reparar el pasado, pero puede darte una base para avanzar. Te lo pido como médico, pero también como alguien que se preocupa por tu bienestar.
Sentí un nudo en la garganta. Sabía que tenía razón, pero admitirlo me resultaba insoportablemente difícil. Los recuerdos del pasado, el haber estado sola, aislada en esa clínica, me seguían persiguiendo, y la idea de regresar con las personas que me habian dejado me parecía una traición a mí misma. Pero, ¿qué opción me quedaba? Seguir huyendo no iba a mejorar nada, y lo sabía.
Mis hombros se desplomaron, y la lucha que había mantenido se fue apagado poco a poco.
—Está bien —susurré, mirando el suelo—. Iré.
Esther exhaló, casi como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo. El doctor asintió, complacido, pero su mirada seguía siendo cautelosa, como si supiera que esto era solo el comienzo.