La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 4

LAYLA

Llegué a la habitación con la furia consumiéndome por dentro. Todo a mi alrededor parecía desmoronarse. Arrojé lo que tenía en las manos al suelo, rompiendo el silencio con el estruendo de los objetos golpeando el piso. Sentía un fuego incontrolable en el pecho, mis pensamientos desordenados, mi respiración agitada. Las vendas en mis muñecas me sofocaban. Sin pensarlo, comencé a arrancarlas de manera violenta, desgarrando las heridas que apenas estaban cerrando, hasta que sentí la cálida humedad de la sangre brotando nuevamente.

El chillido incesante de Chloe seguía resonando por la casa. Esther no había podido calmarla desde que salimos del supermercado. Cada sollozo, cada grito penetraba en mis oídos como agujas, agudizando aún más mi desesperación. Mi cuerpo temblaba mientras gritaba al aire, desbordada de frustración: "¡Callenla!" Era lo único que mi mente podía procesar en ese momento. Odiaba con todo mi ser el sonido de sus llantos, el eco de su presencia.

—Mi niña, por favor, tranquila... —la voz temblorosa de Esther intentó alcanzarme mientras me sujetaba con cuidado. Pero su mirada cambió al ver mis muñecas, la sangre goteando sin control—. ¡Grover! —llamó con desesperación—. Layla está teniendo un episodio, ¡ven rápido!

Todo se volvió borroso. La imagen de mi hermano entrando a la habitación era apenas una sombra que se desdibujaba. El sonido de sus pasos, de su voz, se desvanecía mientras mis fuerzas me abandonaban. Sentí mi cuerpo desplomarse contra el suelo, hundiéndome en la oscuridad del dolor.

Sentí unas manos grandes y firmes sosteniéndome. Era Grover. Su rostro estaba pálido. No dijo nada, no hizo preguntas, simplemente me levantó con facilidad mientras Esther intentaba detener el sangrado de mis muñecas con una toalla que había encontrado a toda prisa. El llanto de Chloe aún resonaba, un eco interminable, mientras mi mente seguía hundiéndose.

◦•●◉✿ ✿◉●•◦

Me desperté sobresaltada, con un ardor punzante recorriendo mie muñecas. Parpadeé, tratando de enfocar la vista, y lo primero que vi fueron las vendas apretadas alrededor de ellas, ligeramente manchadas de sangre seca.

El dolor era real, pero más intenso aún era el vacío que sentía en el pecho. Me senté lentamente, con la cabeza dando vueltas, y observé las marcas que apenas se escondían bajo las vendas. No podía recordar mucho, solo fragmentos confusos: el llanto de chloe, las manos de Grover sosteniéndome, la mirada desesperada de Esther. Todo se mezclaba en una maraña caótica.

Inhalé profundo, como si el aire pudiera disipar el peso aplastante en mi pecho, pero la opresión seguía ahí, implacable. La habitación a mi alrededor parecía extrañamente ajena, como si no fuera mía, como si yo no perteneciera ahí.

Me recosté de nuevo, mirando el techo, sintiendo cómo la angustia subía lentamente por mi garganta, amenazando con ahogarme de nuevo.

—¿Cómo te sientes? —La voz de mi hermano, me sacó de mis pensamientos.Me incorporé para mirarlo. Estaba apoyado en el umbral de la puerta, con ese porte impecable que, hace tres años, jamás hubiera imaginado.

Grover había cambiado.El traje oscuro que llevaba lo hacía parecer aún más importante, más inaccesible. Su cabello castaño, perfectamente peinado hacia atrás, le daba un aire de autoridad que antes no tenía. Y sus ojos, de un azul más profundo que los míos, brillaban con una vida que parecía haber abandonado los míos hace mucho tiempo.

—Es complicado —murmuré, bajando la cabeza.

Grover permaneció en silencio por unos segundos, observándome con preocupación que siempre llevaba en su rostro cuando se trataba de mí. Caminó hacia la ventana, alejándose un poco, como si me diera el espacio que necesitaba para organizar mis pensamientos.

—Me preocupa verte así, Layla —expresó finalmente, con voz calmada, mientras miraba hacia el jardín exterior.

Lo miré de reojo, sintiendo un nudo en el estómago. La preocupación en su rostro, por más sutil que fuera, me traspasaba. Me irritaba. No porque él hiciera algo mal, sino porque su atención me hacía sentir aún más vulnerable. Y odiaba eso.

Las palabras parecían atascarse en mi garganta. Grover ya no me conocía, al menos no como antes. Ya no era esa niña caprichosa y carismática que le hacía bromas. Ahora había vuelto convertida en una completa extraña, alguien que caminaba, pero sin vida, alguien rota y vacía por dentro.

—Me gustaría que me contaras todo, como solías hacerlo cuando éramos niños —susurró mientras se acercaba y tomó mis manos con suavidad.

Lo miré a los ojos, y en ese momento, algo en mí se rompió. Las lágrimas fluyeron sin control. Aparté sus manos bruscamente, incapaz de soportar más.

—No estoy lista... por favor, vete, Quiero estar sola— logré murmurar con la voz quebrada, apenas pudiendo articular las palabras.

Grover no pronunció una palabra más. Solo me dedico una última mirada antes de salir de la habitación. En cuanto estuvo fuera, me levanté de la cama con rapidez y cerré la puerta con llave.

Mis ojos se posaron en una caja celeste en la estantería de libros. Me acerqué, la tomé entre las manos, y volví a sentarme en la cama. Dudé por unos segundos, respiré hondo y finalmente abrí la caja, llena de fotografías.

Tomé la primera, donde Grover y yo aparecíamos abrazados cuando éramos pequeños. La dejé a un lado y cogí la siguiente. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios al recordar ese día: estábamos en los columpios, él me empujó con fuerza y yo caí. Mamá lo vio, lo regaño y él salió corriendo por toda la casa, escapando de su ira.



#2067 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 06.11.2024

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