OSIEL
Sentí unos empujones que no me permitieron seguir durmiendo, abriendo los ojos solo para cerrarlos de nuevo al instante por la punzada de la resaca.
—¡Mierda! —solté mientras me sujetaba la cabeza, tratando de calmar el dolor palpitante.
—Toma esto —Lorenzo me extendió una pastilla y un vaso de agua.
Agarré la pastilla y el vaso con manos temblorosas. La resaca era intensa, como si una tormenta retumbara dentro de mi cráneo. Tragué la pastilla y bebí el agua con desesperación, esperando que el alivio llegará pronto.
Lorenzo se sentó a mi lado en la cama, con el ceño fruncido.
—Hoffmann, ¿cuándo piensas llamarla? —se levantó, caminando por la habitación—. Llevas dos semanas sin volver a tu casa. Si no quieres ir, al menos contesta sus llamadas.
Me dejé caer en la cama, cubriéndome los ojos con las manos, como si así pudiera bloquear la realidad que me aplastada. Desde aquella noche en la que me planté frente a la puerta de la casa de Layla y luego huí como un cobarde, había pasado mis días en bares, intentando ahogar su recuerdo con alcohol, solo para terminar siempre en el departamento de Lorenzo.
Mientras tanto, Janet no había dejado de insistir en que regresara a casa o, al menos, respondiera sus llamadas. Entendía su preocupación, pero la realidad era que no había dado ninguna explicación de mi ausencia.
—Déjala, se cansará —murmuré, sin darle demasiada importancia.
—Hermano, sé que el regreso de Fischler te afectó, pero ya habíamos cerrado ese capítulo. No puedes ignorar a Janet, que ahora es tu novia y tu futura esposa.
Guardé silencio por un momento, peleando con la maraña de emociones y mis pensamientos que me consumían. Lorenzo tenía razón, los sabía. Pero enfrentarme a Janet significaba revivir una parte de mi vida que prefería dejar atrás.
—Tienes razón. Debería hablar con ella... en algún momento. Pero no hoy, ¿de acuerdo?
—¿Hoy es la fiesta, cierto? —me miró con seriedad—. Te recomiendo que lo hagas antes de cometer una estupidez.
«Mierda, la fiesta. ¿Cómo pude haberlo olvidado?» Me repetía mentalmente, sintiendo el peso de mi propia indecisión.
—Hoy, más que nunca, no puedo hacerle pasar por esto.
Lorenzo asintió, comprendiendo mi dilema. Sabía que Janet era importante para mí, pero hoy no podía arruinarle el evento más esperado, nuestra fiesta de compromiso, que ella había estado planeando con tanto esmero durante más de un año. Después de todo, había pasado meses evitándolo y posponiendo cualquier conversación sobre la boda.
—Entiendo, pero no podrás evitar el tema por siempre. Janet merece saber la verdad, y la fiesta puede ser una oportunidad para hablar y aclarar las cosas. Debes enfrentar la situación antes de que las cosas sigan empeorando.
Las palabras de Lorenzo resonaban en mi mente. Aunque sabía que tenía razón, enfrentar a Janet y decirle la verdad era algo que simplemente no podía hacer. No podía confesarle que Layla había regresado, y que con su regreso había vuelto también esos sentimientos que creía haber enterrado cuando ella se fue. Era como un en la garganta, una situación que se volvía cada vez más insostenible.
—Deberías darte una ducha, hermano. Apestas a borracho —comentó Lorenzo con una mueca de desagrado antes de salir de la habitación.
Ignoré su comentario y me puse de pie con esfuerzo. Reuní mis cosas y me despedí con un gesto apresurado. Mientras conducía hacia la casa de mis padres, sabía que no podía volver a la mía, donde Janet seguramente estaría esperando. Me sentía atrapado entre dos mundos, dos mujeres, y dos versiones de mí mismo que se contradecían.
Por un lado, estaba Janet, quien siempre había mostrado interés genuino en mí y que fue clave para ayudarme a superar mi peor error. Y por otro, estaba Layla, la mujer de la que había estado profundamente enamorado. O quizás no era que el sentimientos hubiera desaparecido, sino que se había escondido en algún rincón oscuro, esperando su momento para resurgir, y ahora, con su regreso, no podía dejar de pensar en ella.
Al llegar a la casa de mis padres, mi madre me interceptó en el pasillo antes de que pudiera dirigirme a mi antigua habitación.
—¿Osiel? Hijo, ¿qué haces aquí? —su sorpresa era evidente. No solía visitar la casa a menos que mi padre me lo pidiera—. Deberías estar preparándote para la fiesta de compromiso.
Me quedé en silencio unos instantes, luchando con la tentación de confesarle que estaba reconsiderando toda la idea del matrimonio, que quizás era un error. Pero no era el momento ni el lugar para revelarle mis dudas, y mucho menos las razones detrás de ellas.
—Mamá... —titubeé, buscando las palabras adecuadas—. Preferí venir aquí para arreglarme —Imporvisé, eligiendo mantener mis verdaderos pensamientos en reserva. Al fin y al cabo, parte de esta situación era culpa suya.
Ella asintió, sin cuestionar más, y yo subí a mi habitación, contando los minutos para que la noche finalmente llegara.
El tiempo pasó rápidamente, y pronto me encontré frente al espejo, vestido con un traje impecable. Inspiré profundamente, observando mi reflejo. Aunque la imagen era la de un hombre preparado para una ocasión especial, por dentro me invadía un torbellino de dudas. Me preguntaba si realmente esto era lo que deseaba para mi vida.