LAYLA
Sentí cómo me arrancaban la manta que me cubría, despertándome de golpe.
—¿Qué demonios has hecho ahora? —la voz furiosa de mi madre retumbó en la habitación. Me frote los ojos, tratando de orientarme.
—Yo...
—Me acaba de llamar Frederick Hoffmann. Viene para acá con la policía. ¿Me puedes explicar qué hiciste esta vez? —me interrumpió antes de que pudiera decir algo más.
—No he hecho nada, ¿por qué siempre asumes que hice algo malo?
—Porque desde que volviste, lo único que has hecho es causarnos problemas.
—Mamá, ¿por qué siempre soy yo el problema?
—Porque no haces más que decepcionarnos. Después de la estupidez que cometiste hace tres años y los intentos de suicidio, ya tenemos suficiente.
Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. ¿Cómo podía decirme eso? Se suponía que era mi madre, la persona que debería estar a mi lado, apoyándome después de todo lo que había pasado.
—Para mí no fue una estupidez —respondí con un nudo en la garganta—. Sabes lo importante que era para mí. Pero tú y tu obsesión con mantener la imagen impecable de la prestigiosa diseñadora Tessa Chevalier y su "perfecta" familia...
No alcancé a terminar la frase antes de sentir su mano golpear con fuerza mi mejilla. El impacto resonó en la habitación, dejándome sin aire por un segundo.
—Maldigo la hora en que tu padre, en aquella videollamada, decidió traerte de regreso a mi casa —remarcó con frialdad, enfatizando la palabra "mi casa".
—Mamá...—susurré, todavía con el dolor palpitando en mi rostro.
—No me llames así. Dejé de ser tu madre hace mucho tiempo. Ojalá te hubieras quedado en esa maldita clínica...
—¡Tessa! ¿Por qué le dices eso a la niña? —la voz firme de mi padre irrumpió en la tensa atmósfera, haciéndose presente en la entrada de la habitación.
El alivio y el dolor se mezclaron al escuchar la voz de mi padre. Él siempre había sido el único punto de apoyo durante toda mi vida, aunque no siempre estuviera de acuerdo con él. Mi madre se giró para enfrentarlo, con el rostro endurecido y una mueca de disgusto.
—No te metas, Albert. Esta conversación es entre ella y yo —su voz cortante era como un látigo cargado de resentimiento, y el desprecio que proyectaba hacia mí era evidente.
Mí padre avanzó un paso, interponiéndose entre nosotras, y me lanzó una mirada llena de compasión.
—Layla, ¿por qué no bajas con Esther a que te prepare algo de desayunar? Yo hablaré con tu madre —sugirió con un tono suave pero firme.
—¿Por qué siempre la defiendes? —espetó mi madre, sus ojos encendidos de furia—. ¿No ves que ella es la causa de todos nuestros problemas?
Justo en ese momento, unos golpes suaves se escucharon en la puerta, que estaba entreabierta. Era Esther, captando nuestra atención con una urgencia en el rostro.
—Perdón por interrumpir, pero el señor Frederick y la policía están abajo buscandote, mi niña —anunció, con una expresión preocupada.
El rostro de mi madre se tensó aún más, mientras mi padre apretaba los labios, tratando de mantener la calma. Yo, por mi parte, sentía el pánico creer en mi pecho. ¿Por qué Frederick Hoffmann había vendido acompañado de la policía? ¿Qué tan grave era todo esto?
—Vamos, Layla —me apresuró Esther, con una mano en mi hombro, intentando guiarme hacia la salida de la habitación. La calidez de su toque contrastaba con la frialdad que emanaba de mi madre. Sin pensarlo, seguí a Esther hacia las escaleras, dejando atrás a mis padres en un enfrentamiento silencioso.
Al bajar, vi a Frederick Hoffmann en la entrada, acompañado de dos agentes de la policía. Su expresión, sería y controlada, hizo que mis piernas temblaran. Frederick siempre siempre había sido una figura distante, pero ahora su presencia parecía casi amenazante. Los policías a su lado me observaban detenidamente.
—Layla, necesitamos que respondas algunas preguntas —habló Frederick, y su tono no admitía evasivas—. Y será mejor que colabores para evitar más problemas.
Tragué saliva, sintiendo que la habitación giraba a mi alrededor. Esther se mantuvo a mi lado. Mi mente se llenó de preguntas, pero antes de que pudiera decir algo, uno de los policías intervino.
—Nos informaron que anoche fue víctima de un intento de secuestro.
Mi corazón dio un vuelco, recordando el rostro del chico de ojos azules, el miedo que me había embargado, y cómo Osiel intervino a último momento. Pero no entendía qué tenía qué ver todo eso con la policía. Miré a Frederick buscando respuestas, pero su expresión permanecía impasible.
—Estás a salvo ahora, pero necesitamos escuchar tu versión de los hechos —añadió Frederick, con una frialdad que me hizo sentir pequeña y vulnerable.
Asentí lentamente, consciente de que ni tenía otra opción. La realidad se imponía sobre cualquier deseo de escapar, y la presencia de la policía le daba un peso todavía más aplastante a lo sucedido.
—Estaba en el bar El Rincón Bohemio. Era alto, tenía los ojos azules y llevaba una camiseta negra... —hice una pausa, intentando recordar cada detalle con claridad.