LAYLA
Caminé por el largo pasillo hasta llegar al despacho de mi padre. Necesitaba respuestas sobre la situación de Layla. Toqué la puerta antes de escuchar su autorización para entrar. Al cruzar el umbral, lo encontré revisando unos documentos. Levantó la mirada al verme sentarme frente a él.
—Osiel, estoy muy ocupado —su tono era seco—. No puedo atenderte ahora.
—Lo sé, padre, pero necesito saber si la denuncia de Layla ya está en proceso.
Él dejó los papeles a un lado, sacó un puro de uno de los cajones del escritorio y lo encendió antes de continuar.
—Deja que la policía haga su trabajo.
—Sí, pero ella podría estar en peligro —insistí, sin poder ocultar mi preocupación.
Mi padre me observó con una expresión severa, tomándose un momento antes de dar otra calada a su puro.
—No sé qué está ocurriendo contigo, Osiel. Espero que Layla no tenga nada que ver con tu desaparición en la fiesta de compromiso. ¿O por qué tu repentino interés en ella?
Sentí un nudo en el estómago al escuchar su insinuación, pero me mantuve firme. No podía permitir que mis verdaderas intenciones sean reveladas.
—Para nada. Solo estoy preocupado. Los Fischler son parte de la familia, y lo sabes bien.
Él exhaló él humo lentamente, evaluando mis palabras. Aún se percibía una ligera tensión en su mirada, pero yo no estaba dispuesto a retirarme sin la información que buscaba.
—Eso espero. Ahora dime, ¿cómo van Grover y tú con la revisión de los planos del nuevo modelo?
—Ya se los enviamos a los inversionistas —respondí, manteniendo la calma.
Mi padre se recargó en su silla, y su expresión se tornó más seria mientras buscaba entre los documentos apilados uno en particular.
—Nuestros inversionistas no están del todo satisfechos con el proyecto actual —admitió, sacando finalmente el informe que buscaba—. Creíamos que la empresa marchaba bien, pero parece que Albert y yo tendremos que retomar las riendas sí las cosas no mejoran.
Fruncí el ceño al escuchar sus palabras y tomé el informe que me tendía. Recordaba haberlos revisado y no encontré errores evidentes.
—No entiendo... Los planos que tengo en la oficina coinciden con los que tienes aquí —repasé las hojas, tratando de hallar alguna diferencia.
—Necesito que tú y Grover los revisen nuevamente con mucha atención. Ahora son ustedes los dueños y los que dirigen la empresa. Debemos solucionar esto antes de que el nuevo modelo salga al mercado;!no podemos permitirnos ninguna falla —su tono reflejaba su preocupación.
Asentí, consciente de la gravedad de la situación. La empresa era un legado que había construido el abuelo de Grover y el mío, y que luego nuestros padres continuaron con esmero. Ahora, la responsabilidad de mantener su prestigio recayía sobre nosotros.
—Revisaremos todo minuciosamente, padre. Me aseguraré de que todo esté en orden antes del lanzamiento —prometí, sabiendo cuán crucial era este proyecto para el futuro de la compañía.
Mi padre asintió lentamente, satisfecho con mi respuesta, aunque la preocupación aún marcaba su expresión. A través del humo del puro, podía ver cómo su mente seguía procesando la situación, calculando los posiblea riesgos y buscando soluciones. Sabía lo importante que era para él que no falláramos, no solo por la empresa, sino porque para él y para el padre de Grover, era su legado y el de sus propios padres.
—Confío en que lo resolverán —añadió, apagando el puro en el cenicero de cristal que siempre tenía en su escritorio—. Pero no nos queda mucho tiempo. Los inversionistas quieren resultados concretos, y si no los ven pronto, podríamos enfrentarnos a un problema mayor.
—Entiendo. No te preocupes, hablaré con Grover y veremos si hay algún punto que hayamos pasado por alto. Revisaremos cada detalle, aunque tengamos que desvelarnos para lograrlo.
Mi padre me miró con una mezcla de orgullo y preocupación antes de volver a su postura habitual, autoritaria y firme.
—Eso espero, Osiel. Porqué ya no hay margen para errores.
Salí del despacho de mi padre y me dirigí directamente a la empresa. Mientras manejaba, mi mente se debatía entre las preocupaciones de la empresa y la intranquilidad que sentía por Layla. No podía dejar de pensar en ella, en la fragilidad de su situación, pero también sabía que tenía que concentrarme en el asunto de los planos y los inversionistas.
Al llegar, me dirigí rápidamente a la recepción, donde Nancy revisaba algunos documentos tras su escritorio.
—Necesito que informes al señor Grover que lo espero en la sala de juntas en cinco minutos —le pedí, mi tono urgente.
Ella levantó la vista de sus papeles, con una expresión algo incómoda.
—Lamento informarle que el señor Grover no está en su oficina en estos momentos —respondió, manteniendo un tono profesional—. Y no es el único que lo está buscando. La señorita Fischler también está aquí.
Me detuve un segundo, tratando de asimilar la información.
—¿La señorita Fischler? —respondí con una mezcla de sorpresa y preocupación. Nancy asintió.