OSIEL
Sabía que Janet estaba molesta; cuando lo estaba, solía morderse el labio constantemente. Me dolía verla así mientras llenaba la maleta con montones de ropa. Me resultaba confuso, considerando que solo se iba a pasar el fin de semana con sus padres. ¿Por qué llevar tantas cosas?
—¿De verdad no puedes ir? —preguntó por enésima vez en el día.
—No puedo, tengo demasiado trabajo —respondí, tomando su mano para tranquilizarla—. Además, te vendrá bien pasar un tiempo con tus padres.
Suspiró, resignada, y soltó mi mano, volviendo a su equipaje. Aunque era cierto que el trabajo me tenía atado, también sabia que, si iba, pasaría el fin de semana pegado a la computadora.
Janet cerró la maleta con un último suspiro, dándome la espalda mientras se ajustaba el cabello en un moño flojo. El silencio se instaló en la habitación, cargado de una incomodidad palpable que ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos creado. Me acerqué, deslizando mis brazos alrededor de su cintura.
—Oye, sé que te gustaría que fuera, y lamento que no pueda —le susurré, apoyando mi barbilla en su hombro—. Pero te prometo que apenas regreses, haremos algo especial.
Ella permaneció en silencio por un instante, luego giró lentamente hacia mí, con una sonrisa forzada que no alcanzaba sus ojos.
—Siempre tienes algo pendiente cuando se trata de mis padres, ¿te das cuenta?
Sentí el golpe de sus palabras, cargadas de una verdad que tal vez había evitado rreconocer. La observé en silencio, reconociendo que tenía razón. Janet siempre hacía un esfuerzo por involucrarse en mi vida, en mis cosas, y aunque yo valoraba ese esfuerzo, cuando se trataba de su familia, siempre había una excusa lista para evitar el compromiso.
Ella apartó la mirada, tomó la maleta y salió de la habitación en dirección a las escaleras. La alcancé rápidamente y, sin decir nada, le quité la maleta de las manos para ayudarla. Colocamos el equipaje en su coche en un silencio que lo decía todo.
—Cuídate —fue lo único que logré pronunciar, consciente de que mis palabras no llenaban el vacío que había entre nosotros. Janet no respondió; simplemente subió al coche y se marchó.
Una vez que su auto desapareció por la esquina, me subí al mío, encaminándome hacia la casa de mis padres. Ellos me habían pedido que pasara a verlos antes de dirigirme a la oficina, y aunque la visita era rápida, no podía evitar preguntarme qué tan diferente sería este momento con ellos respecto al que acababa de vivir con Janet.
Al llegar a la casa de mis padres, una mezcla de emociones me recorrió. Tenía ganas de verlos, de pasar un rato tranquilo con ellos, pero al mismo tiempo, el trabajo seguía pesando en mi mente.
Entré y los encontré en el patio, conversando y riendo mientras disfrutaban una taza de té, inmersos en la serenidad de la mañana.
—¡Hijo! —exclamó mi madre al verme, abrazándome con una calidez que me hizo olvidar por un momento las preocupaciones—. Qué alegría verte aquí; pensamos que no podrías venir.
—¿Y por qué pensaron eso? —respondí, sonriendo al notar su sorpresa.
Mi padre tomó un sorbo de su té, pensando u instante antes de hablar.
—Porque sé que la empresa está bajo mucha presión con el nuevo modelo que lanzarán en unos meses.
Me acomodé junto a mi madre, quien sin decir una palabra, me sirvió una taza de té.
—Sí, aunque los planos ya fueron corregidos, aún pueden revisar tú y Albert que todo esté en orden —comenté, recordando los detalles del proyecto que aún quedaban pendientes.
Mi padre estaba a punto de responder cuando Inés, una de las empleadas de mi madre, apareció en la puerta, interrumpiendo con una leve inclinación.
—Perdón, señora Margot. Acaba de llegar esto —le extendió un sobre con un gesto respetuoso.
—Gracias, Inés. Puedes retirarte —mi madre le indicó con un gesto amable para que se fuera.
—¿Qué es, cariño? —preguntó mi padre, curioso.
Mi madre abrió el sobre, extrayendo una tarjeta que comenzó a leer en silencio antes de alzar la vista.
—Le harán una fiesta sorpresa a Albert.
Los Fischler y mi familia siempre habían sido inseparables. Desde que era niño, nunca habíamos faltado a un solo evento familiar. La amistad de mientras familias venía de generaciones:el abuelo de Grover Fischler y el mío habían sido los mejores amigos ; sus hijos, nuestros padres, mantuvieron ese lazo, y Grover y yo también lo habíamos hecho... hasta hace poco. Desde que Layla nació, todo cambió. Ella se convirtió en el centro de atención de todos, incluso en el mío.
—¿Cuándo es la fiesta? —insistió mi padre.
—Mañana. Supongo que les enviaremos un regalo disculpándonos por no poder asistir —respondió mi madre, dejando la invitación sobre la mesa.
Intercambié una mirada confusa con ella. Nunca habíamos rechazado una invitación a un evento. ¿Por qué ahora? ¿Tendría algo que ver con Layla? Tal vez mi madre tenía sus motivos, pero ¿papá? Albert era su mejor amigo.
—¿Por qué? Nunca rechazan una fiesta o un evento.
—Esta noche debemos viajar a Alabama; tu prima Liasy se casa. Por eso queríamos que vinieras, para informarte y saber si viajarás con nosotros.