LAYLA
Hace tres años...
El viento mecía mi cabello mientras caminaba sin rumbo, sumida en mis pensamientos. A lo lejos, distinguí un árbol solitario y, junto a él, una figura. Me acerqué despacio y posé una mano sobre su hombro para llamar su atención.
Retrocedí bruscamente al ver de quién se trataba.
—¿Osiel? ¿Qué haces aquí? —mis palabras salieron en un susurro, mezclado de sorpresa y curiosidad.
Sin decir nada, él se inclinó, quedando a centímetros de mis labios.
—No puedo soportarlo más, Layla —murmuró antes de que sus labios se unieran a los míos en un beso tierno y apasionado. Sentí mi corazón latir con una fuerza abrumadora, cada latido más intenso que el anterior.
Desperté de golpe, con la respiración agitada y el corazón aún acelerado por el sueño. A mi lado, la voz de mi hermano Grover rompió la confusión del momento.
—Layla, ¿estás bien?
Parpadeé, intentando orientarme.
—¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo he dormido?
Grover revisó su reloj, frunciendo el ceño.
—No estoy seguro. Desde que llegamos has estado dormida, y parecía que tenías una pesadilla. ¿Estás bien?
Sacudí la cabeza, intentando disipar los rastros de ese sueño extraño.
—¿Dijiste "llegamos"? ¿Mamá y Papá ya están aquí?
Antes de que Grover pudiera responder, la voz de Osiel llegó desde la cocina.
—¡Grover! ¡Hermano, en serio! Solo hay palomitas de caramelo. ¿Dónde están las saladas?
Grover rodó los ojos, soltando un suspiro de resignación.
—¿Por qué no revisas en el armario de la despensa, Osiel? —respondió en voz alta, mirándome después con una sonrisa divertida—. En serio, a veces es como si en lugar de tener una hermana menor fueran dos.
Me esforcé por sonreír, aunque el eco de ese sueño aún retumbaba en mi mente. La intensidad del beso de Osiel había sido tan real que casi podía sentir el roce de sus labios. ¿Por qué tenía que soñar con eso, y justo ahora?
—¿Qué pasa? —preguntó Grover, observándome de cerca—. Tienes una carita que...
Desvié la mirada, buscando una excusa.
—No es nada... creo que todavía estoy medio dormida —murmuré, restándole importancia. Pero, en realidad, el sueño había removido algo profundo en mí, algo que no quería enfrentar.
En ese instante, Osiel apareció en la puerta del salón con una bolsa de palomitas saladas en la mano, sonriendo con su típica expresión despreocupada. Sus ojos se encontraron con los míos solo un instante, pero fue suficiente para hacerme recordar el sueño, como si las imágenes se reactivaran en mi mente.
—¡Al fin las encontré! —Osiel levantó la bolsa victorioso—. ¿Nadie quiere acompañarme a ver la película? Prometo que no roncaré como la última vez.
Grover soltó una carcajada, mientras yo apenas lograba esbozar una sonrisa. Osiel se percató de mi silencio y sus cejas se fruncieron ligeramente.
—Yo... creo que tengo algo de tarea pendiente —contesté rápidamente, levantándome del sofá antes de que alguien pudiera decir algo más.
Sin esperar respuesta, me dirigí hacia mi habitación, escapando de las miradas curiosas de ambos. Al cerrar la puerta tras de mí, apoyé la espalda contra ella y exhalé con fuerza, intentando calmar el remolino de emociones que el sueño había dejado en mí. ¿Por qué ahora? ¿Por qué él? ¿Por qué siento que mí corazón quiere salirse de mi pecho cada vez que lo veo?
Después de unos segundos, unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
—Grover, tengo mucha tarea, por favor, déjame sola—pedí, intentando sonar firme, aunque la voz se me quebraba. ¿Cómo explicarle a mi hermano que había soñado con su mejor amigo, y que en el sueño, incluso nos habíamos besado? Además, no era la primera vez; el recuerdo de aquel campamento de verano volvía cada tanto, reavivando sensaciones que prefería mantener ocultas.
—Layla, es importante. Tenemos que hablar —insistió Grover desde el otro lado de la puerta.
Solté un suspiro y, resignada, abrí. Al entrar, él fue directo al grano. Me senté en la cama, lista para escuchar.
—No sé qué pasa contigo, pero hay algo que debes saber. Mañana salimos de viaje a Florida.
Sentí una chispa de emoción en el pecho. Florida, la ciudad natal de mamá, el lugar donde vivían mis abuelos y uno de mis destinos favoritos.
—¡Tengo que hacer mis maletas de inmediato! —comenté entusiasmada, mientras iba hacia el armario y empezaba a sacar ropa apresuradamente.
—Espera, Layla... —Grover me observaba con una mezcla de paciencia y firmeza—. Vas a hacer tu maleta, sí, pero no vienés con nosotros. Te quedarás un tiempo con Osiel; necesitamos resolver unos asuntos de las empresas, y será más sencillo así.
La emoción se apagó al instante, reemplazada por una mezcla de sorpresa y decepción.
—¿Por qué con Osiel? Podría quedarme con Esther y mamá —repliqué, cruzando los brazos con frustración.