LAYLA
Hace tres años...
Volvieron a tocar la puerta, insistentes. Ignoré el sonido mientras me enterraba más en la cama, intentando ignorar el peso de la noche anterior. Había llegado tarde al departamento de Osiel, muy tarde. La fiesta con Chase había sido tan entretenida que las horas simplemente se desvanecieron, y cuando miré el reloj, ya era demasiado tarde para regresar sin enfrentar un interrogatorio.
Sabía que Osiel se tomaba demasiado en serio su papel de niñero. Desde el momento en que me mudé con él, comenzó a imponer reglas. Salir tarde, llegar después de cierta hora o incluso invitar amigas al departamento se habían convertido en temas de discusión constante. Al principio, me entretenía desordenar a propósito solo para verlo frustrarse, pero con el tiempo, esa pequeña diversión perdió gracia. Terminé cediendo, ordenando mis cosas y siguiendo sus reglas... la mayoría de las veces.
—Voy a buscar la llave y abrir, Layla. No tengo problema en hacerlo —amenazó desde el otro lado de la puerta.
Suspiré, resignada. Me levante y abrí la puerta, encontrándolo recargado en la pared con los brazos cruzados, como si llevara esperando horas.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, cruzándome de brazos mientras lo miraba con cansancio.
Osiel arqueó una ceja antes de seguirme al Interior del departamento. Caminé hacia la cocina y me serví un vaso de agua, tomándome mi tiempo antes de responder.
—¿Me puedes explicar a qué hora llegaste ayer? —su tono de voz no ocultaba la molestia.
Giré los ojos y me apoyé en la barra, intentando mantener la calma. Su protección comenzaba a asfixiarme, aunque entendía que todo venía de un lugar de preocupación. Pero eso no hacía que fuera más fácil soportarlo.
—Llegué tarde. Pero ¿acaso necesitas un reporte detallado de cada minuto de mi vida? —mi voz sonó más dura de lo que esperaba, pero no me molesté en suavizarla.
Osiel suspiró, visiblemente frustrado, mientras daba un paso hacia mí, su mirada cargada de seriedad.
—Claro que necesito saberlo. Estás bajo mi cuidado, Layla. No puedes andar por ahí irresponsablemente como si no importara.
Lo miré, incrédula, sintiendo cómo mi paciencia se deslizaba por un precipicio.
—No soy una niña, Osiel. No necesito que me estés controlando a cada paso —respondí, cruzándome de brazos.
—¿Controlarte? —repitió con un tono lleno de sarcasmo—. No estoy controlándote. Solo estoy asegurándome de que no termines metida en un problema del que no puedas salir. Porque, al final soy yo quien tiene que dar la cara.
—¿De qué problema hablas? ¿De divertirme? ¿De intentar vivir un poco? —repliqué, alzando la voz.
Él negó con la cabeza, como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—Bien, si no controlas mí vida, ¿entonces permitirás que mis amigos vengan a este departamento a visitarme? —propuse, decidida a que me demostrara que no me estaba controlando.
Su mandíbula se tensó.
—Sabes que eso no es posible. No voy a permitir que conviertan mí horas en un desastre —respondió, esquivando él verdadero punto de la conversación.
Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de rabia y decepción. Dejé el vaso vacío sobre la mesa con un golpe seco y salí hacia mí habitación. No iba a tolerar su actitud ni un segundo más. Si no podía confiar en mí, entonces no había razón para quedarme aquí. Abrí mí armario y tomé mí mochila escolar, metiendo un par de cambios de ropa con movimientos rápidos y decididos.
No iba a quedarme a soportar su condescendencia. Me iría con sus padres. Su madre había ofrecido hospedarme mientras mí familia estaba en Florida, y ahora pensaba tomarle la palabra. Por mucho que me estuviera confundiendo por mis sentimientos hacia Osiel, no iba a tolerar su control sobre mí vida.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras arrebataba la mochila de mis manos con un movimiento rápido.
—Devuélvemela, me voy con tus padres. Ya no quiero quedarme aquí —respondí, tratando de recuperar mi mochila, pero él la levantó en alto, fuera de mi alcance.
La diferencia de estatura siempre jugaba en su favor, pero no iba a rendirme tan fácil. Me subí a la cama y, sin pensarlo, me lancé hacia él en un intento desesperado por alcanzarla.
—¡Dámela! —grité mientras intentaba quitarle la mochila, sin importar el caos que estábamos provocando en la habitación.
—¡Basta, Layla! Estás actuando como una niña.
—¡Entonces deja de tratarme como una! —respondí, con el mismo tono elevado, mientras seguía forcejeando.
Osiel tropezó, y antes de que pudiera reaccionar, ambos terminamos en el suelo. Mi corazón latía como un tambor desbocado, y sentí el calor subir a mis mejillas, anunciando el rubor que pronto teñiría mi rostro. Mi lengua humedeció mis labios de manera automática, y entonces noté cómo su mirada se posaba en ellos, intensa y fija, encendiendo algo dentro de mí.
Lo siguiente que escuché fue un murmullo bajó, casi inaudible:
—A la mierda.
Sin darme tiempo a procesar, sus labios se encontraron con los míos. Al principio, el beso me tomó completamente desprevenida, pero en cuestión de segundos mí cuerpo reaccionó, correspondiéndole con la misma intensidad. Era cómo si ambos hubiéramos estado esperando este momento durante una eternidad, y ahora no había forma de detenernos.