La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 19

LAYLA

Hace tres años...

La música en la casa de Vianney retumbaba con tanta fuerza que resultaba imposible mantener una conversación sin alzar la voz. Era su fiesta de cumpleaños, y su padre se había esmerado en cada detalle para celebrar a su única hija. Las luces bailaban al ritmo de la música, reflejándose en las sonrisas de los invitados y en las copas que se alzaban en brindis constantes.

Me aferré a la mano de Osiel mientras nos abríamos paso entre la multitud. Aún no sabía si había sido una buena idea invitarlo, pero después de pasar prácticamente toda la semana rogándole que me acompañara, no podía arrepentirme. Aunque entre nosotros había un acuerdo tácito: lo nuestro permanecería en secreto, al menos por el momento. Más adelante, ya decidiríamos cómo enfrentar a nuestras familias con la verdad.

—¿Estás seguro de que estás cómodo aquí? —le pregunté, inclinándome hacia él para que pudiera escucharme por encima del bullicio.

—Mientras esté contigo, todo bien —respondió, apretando ligeramente mi mano y regalándome una de esas sonrisas que lograban hacerme olvidar todo lo demás.

Miré alrededor, buscando a Vianney, pero no la vi por ningún lado. Aunque la conocía bien, sabía que estaba en alguna parte siendo el centro de atención, disfrutando cada segundo de su noche.

Osiel se inclinó hacia mi oído, su voz grave logrando sobresalir por encima de la música.

—Voy por algo de tomar —murmuró antes de soltar mi mano y desaparecer entre la multitud.

Aproveché su ausencia para buscar a Vianney y entregarle su regalo. Me acerqué a Natalia, que estaba riéndose a carcajadas con un chico de nuestra clase.

—¡Nat! —la saludé al llegar,intentando captar su atención. Sus ojos brillaban de diversión cuando se giró hacia mí.

—¡Layla! Que bueno que llegaste.

—Si, ¿Has visto a Vianney?

Natalia negó con la cabeza, todavía sonriendo.

—Ni idea, lleva rato desaparecida —respondió con un encogimiento de hombros mientras seguía sonriendo—. No eres la única que la busca, su papá también está preguntando por ella. Ya es hora de cortar el pastel, y nadie sabe dónde se metió.

Fruncí el ceño, mirando a mi alrededor, pero entre la gente y las luces no había rastro de nuestra anfitriona.

—¿Y no tienes idea de dónde podría estar?

Natalia se encogió de hombros.

—Tal vez en el jardín. Ya sabes cómo es, siempre aparece en el último momento cómo si nada —comentó restándole importancia mientras volvía su atención al chico frente a ella.

Decidí entregarle el regalo a Natalia para que lo cuidara mientras seguía buscando a Vianney. En el jardín seguramente no estaba; odiaba a los mosquitos. Tampoco había subido a su recámara, lo hubiera notado. Entonces, un recuerdo cruzó por mi mente: el lugar donde siempre se refugiaba cuando estaba molesta o cuando jugábamos a las escondidas, sabiendo que me aterraba ir allí. El sótano.

Con el corazón acelerado, abrí la puerta y comencé a bajar las escaleras. Cada paso se sentía pesado, y el ambiente oscuro y frío del sótano no ayudaba a calmar mis nervios. Siempre me pareció un lugar aterrador.

Al fondo, distinguí una silueta familiar sentada en el viejo sofá que estaba ahí, con la espalda hacia mí.

—¿Vianney? ¿Qué haces aquí? —pregunté mientras me acercaba, tomando asiento a su lado.

No respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en algún punto invisible, los hombros caídos.

—Le pedí que no organizara nada —murmuró finalmente, sin girarse hacia mí.

—Vamos, es momento de cortar el pastel. Todos te están esperando —intenté animarla, colocando una mano en su hombro.

Al fin se giró hacia mí, y el brillo de sus lágrimas me golpeó como un puñetazo en el pecho. Su rostro estaba empapado, sus ojos enrojecidos del llanto.

—Aún la extraño —confesó, su voz quebrándose con el peso de sus emociones.

Mí pecho se encogió al verla así, sabia exactamente de quién hablaba, y aunque no encontraba las palabras adecuadas, me quedé a su lado, ofreciéndole mí presencia en ese momento que tanto necesitaba.

—Lo sé, Vianney —susurré, aunque sabía que mis palabras no serían suficiente para calmar su tristeza—. Cuatro años pueden sentirse como una eternidad... o como un parpadeo cuando se trata de alguien tan importante.

Ella asintió, secándose las mejillas con el dorso de la mano, pero las lágrimas seguían cayendo.

—No importa cuánto tiempo pasé. Siempre siento que me falta algo, ¿sabes? Cada cumpleaños, cada logro, cada momento feliz... me duele pensar que no está aquí para verlo.

Quise tomarle la mano, pero dudé. Ella solía ser la más fuerte entre nosotras, siempre la que tenía una respuesta para todo, y ahora la veía rota frente a mí, sin saber cómo ayudarla.

—Vianney, estoy segura de que ella estaría muy orgullosa de ti. Todo esto... —hice un gesto hacia arriba, refiriéndome a la fiesta—. Tu padre solo quería celebrar lo increíble que eres, porque lo eres, aunque no lo veas ahora.



#12302 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 28.11.2024

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