LAYLA
El desayuno, si es que podía llamarse así, era una tortura. Sentada frente a esa mesa, rodeada por un falso aire de armonía familiar, me sentía atrapada en un teatro grotesco. Grover había llegado temprano, y como siempre, su presencia parecía hacer que mi padre intentara recuperar una ilusión de familia perfecta. Sin embargo, para mí, esa familia había dejado de existir hace mucho tiempo.
Chloé, la nueva integrante de esta burla, jugaba con su comida en lugar de comerla, el tintineo de los cubiertos sobre los platos era insoportable, y mí madre permanecía en silencio, algo extraño pero que, en el fondo, agradecía. Claro que esa paz no duró mucho.
—Ahora que estamos todos aquí, creo que es momento de hablar de algo importante —comenzó,con esa voz fría que siempre hacía que mi estómago se retorciera—. Albert, quiero saber cuánto tiempo más vas a permitir que tu hija siga aquí, sin hacer absolutamente nada.
Y así, la poca calma que me quedaba se esfumó como humo.
—Tessa, cariño, este no es el momento... —intentó mediar mi padre, su voz casada.
—Claro que lo es. No estoy de acuerdo en que esta... tu hija... se límite a estar encerrada en su habitación todo el día. No es justo para ninguno de nosotros.
La palabra "hija" salió de sus labios con un desprecio que me atravesó como una daga. Ni siquiera podía llamarme así como un mínimo de respeto.
—Por favor, estamos desayunando —murmuró mi padre, dejando los cubiertos a un lado y pasándose una mano por la cara.
—Lo sé, Albert, pero no voy a quedarme callada. No estoy dispuesta a mantener a una fracasada. Si tú quieres hacerlo, adelante, pero conmigo no cuentes.
Sentí mis manos cerrarse en puños bajo la mesa, la ira creciendo en mi interior como un incendio incontrolable.
—Mamá, papá tiene razón. No es el momento para esto —intentó mediar Grover, aunque su tono era vacilante.
Mi madre se giró hacia él, con una dulzura que me resultó nauseabunda.
—No te preocupes, cariño, contigo no tengo problemas. Estoy tan orgullosa de ti —respondió, antes de volver a mí con una mirada de puro desdén—. Al menos tú no eres un fracaso ni un holgazán.
Tomé una bocanada de aire, intentando controlar el temblor en mis manos. Pero la sangre me hervía, y mi límite estaba cada vez más cerca.
—Basta, Tessa. Deja de hablar como si Layla no estuviera aquí —pidió mi padre, pasándose una mano por su cabello despeinandolo un poco, como si intentara mostrarle a mi madre su frustración.
—¿Y por qué habría que callarme? Estoy diciendo la verdad. O acaso, ¿no es una fracasada?
Fue suficiente. Me levanté de golpe, mi mirada fija en ella.
—Si, soy un fracaso. Pero no te preocupes, no pienso ser una carga para ti. Encontraré un trabajo y te demostraré que no te necesito.
Una risa sarcástica salió de sus labios.
—¿Un trabajo? ¿Quién en su sano juicio te contrataría? No sabes hacer nada. Lo único que has hecho en tu vida es estirar la mano para que papi o mami te den dinero.
—Eso no es verdad, y te lo voy a demostrar mamá —respondí con la voz quebrada por la rabia.
—Cállate, no vuelvas a llamarme "mamá" —gruñó con una dureza que me heló la sangre—. No eres digna de hacerlo.
Tragué el nudo que se formó en mi garganta con dificultad para poderla enfrentar.
—Claro, para Tessa Chevalier, su hija murió hace mucho tiempo, ¿no? Por una equivocación... Oh, no, perdón, ¿cómo lo llamas tú? ¿"Estupido error"? —mi voz salió cargada de veneno, y antes de que pudiera arrepentirme, continué—. Pues déjame decirte algo: para mí, ese "error" fue lo mejor que me ha pasado en la vida.
Golpeé la mesa con fuerza, el estruendo reflejándose en el comedor, antes de girarme sobre mis talones y salir de esa patética escena de familia perfecta, dejando atrás los restos de una familia que hacía tiempo había dejado de pertenecer.
Salí de la casa, sintiendo cómo el aire fresco golpeaba mi rostro y aliviaba, aunque fuera un poco, el calor abrasador de la ira que aún hervía en mi interior. Caminé sin rumbo, tratando de calmar mi respiración, pero las palabras de mi madre seguían resonando en mi mente como un eco cruel
"Fracasada."
"Holgazana."
"Indigna."
Era como si cada una de esas palabras hubiera sido diseñada para destruir cualquier pizca de confianza que aún me quedara. Me detuve en seco al llegar donde salía refugiar me cuando era pequeña. Me deje caer en un columpio que colgaba en el árbol que estaba en el patio, apoyando los codos en las rodillas y enterrando el rostro en mis manos.
No iba a llorar. No iba a darle esa satisfacción. Pero las lágrimas parecían tener voluntad propia, deslizándose silenciosas por mis mejillas.
—¿Te encuentras bien? —la voz suave y preocupada me sobresaltó.
Levanté la mirada y me encontré con los ojos azules de Grover. No lo había escuchado acercarse, pero ahí estaba, con las manos en los bolsillos y una expresión que mezclaba empatía y preocupación.