LAYLA
Me habia levantado antes de que saliera el sol, con la esperanza de evitar cualquier mirada curiosa o preguntas incómodas. Después del desagradable encuentro con Janet en el centro comercial, decidí que era momento de hacer algo útil con mi tiempo y tambien para demostrarle a mi madre que era capaz de hacer algo con mi vida. Le pedí a Vianney que me acompañara a buscar empleo; no me importaba de qué fuera, mientras me mantuviera ocupada y lejos de casa. Para mi sorpresa, no fue tan complicado como pensé. Vianney mencionó que su madrastra tenia una tienda de ropa y que, aunque su relación con ella no era precisamente la mejor, podría hablar con ella para conseguirme un puesto.
La propuesta fue bien recibida, Quizá su madrastra pensó que ayudarme podría ser una oportunidad para mejorar su relación con Vianney, así que aceptó sin mucho problema. No podría quejarme; necesitaba el trabajo, y esa tienda era mejor que nada.
Llegué incluso antes de lo planeado. Las calles estaban casi desiertas y la tienda aún cerrada. El letrero de "Cerrado" colgaba en la puerta, balanceándose suavemente con la brisa matutina. Miré el reloj en mi muñeca y me di cuenta de que tendría que esperar un poco.
Decidí apoyarme contra la pared al lado de la entrada, abrazándome a mí misma para protegerme del frío de la mañana. Las calles comenzaban a cobrar vida lentamente, con algunos comerciantes levantando sus cortinas y el aroma del pan recién horneado flotando desde una panadería cercana. Miré mi reflejo en el vidrio de la tienda y me acomodé el cabello con un suspiro, intentando lucir más despierta de lo que realmente me sentía.
Minutos después, un auto negro y brillante se estacionó frente a la tienda. De él bajo una mujer de porte elegante, con un aire autoritario que parecía llenar todo el espacio. Llevaba un bolso de diseñador colgado de su brazo y tacones que resonaban en el pavimento con cada paso. Su mirada se posó en mí, analítica, como si pudiera leerme con un solo vistazo.
—Llegaste temprano —comentó mientras sus ojos me examinaban de pies a cabeza. Su tono era neutral, pero su presencia hacía que cada palabra pesara más de lo necesario.
Me quedé paralizada, con las palabras atoradas en la garganta. Por un instante, me sentí pequeña bajo su escrutinio, como si cualquier intento de respuesta fuera insuficiente.
La mujer, sin mostrar reacción alguna, buscó un juego de llaves en su bolso y abrió la puerta de la tienda con movimientos precisos y calculados. El sonido de la cerradura al girar fue lo único que rompió el incómodo silencio. Tomé aire y me obligué a dar un paso hacia adelante. Al cruzar la puerta detras de ella, sentí un nudo en el estómago, como si estuviera a punto de un colapsó.
La tienda aún estaba a oscuras, y el aíre cargado de un leve olor a madera barnizada y tela nueva. La mujer encendió las luces con un movimiento rápido, iluminando el espacio con un brillo cálido. Era un lugar pequeño pero elegante, con estantes perfectamente organizados y maniquíes que exhibían prendas impecables. Todo parecía diseñado para impresionar.
—El mostrador está al fondo, ahí encontrarás la caja registradora y el libro de inventario. También hay un pequeño almacén en la parte trasera, donde guardamos la mercancía que no está en exhibición —explicó mientras caminaba hacia un perchero, ajustando algunas prendas con la precisión de alguien que odiaba el desorden. No se molestóen mirarme mientras hablaba.
Asentí, aunque sabía que no podía verme. El ambiente era frío, como si cualquier error que cometiera fuera a quedar grabado en la memoria de esa mujer.
—La clientela aquí es exigente, así que espero que estés a la altura —añadió, finalmente girándose hacia mí. Sus ojos me estudiaron una vez más, como si buscara cualquier signo de incompetencia.
—Haré mi mejor esfuerzo —logré responder, aunque mi voz sonó más débil de lo que esperaba.
Ella soltó un leve sonido que podría haber sido un asentimiento o una expresión de duda. Se acercó al mostrador y dejó su bolso sobre la superficie antes de dirigirse a la trastienda.
—Empieza organizando los estantes. Algunas prendas están fuera de lugar. Y por favor, no mezcles las colecciones.
Me quedé en medio de la tienda, observando las filas de ropa perfectamente alineada. Me sentía como una intrusa en su lugar que no terminaba de pertenecerme. Respire hondo, recordándome a mí misma por qué estaba ahí. Esto no era solo un trabajo; era una forma de recuperar algo de control en mi vida, aunque fuera un pequeño paso.
Mientras me inclinaba para ajustar unas blusas en un estante inferior, la mujer regresó al área principal, cruzando los brazos con una expresión que parecía mezclar curiosidad y desaprobación. Sus tacones resonaron en el suelo de madera hasta detenerse a unos pasos de mí.
—¿Así es como te vistes normalmente? —preguntó, dejando caer las palabras con una desaprobación y condescendencia.
Me incorporé rápidamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Miré mi atuendo: unos jeans oscuros, una camiseta básica y un suéter gastado que había usado tantas veces que parecía parte de mí.
—Bueno, no sabía que había un código de vestimenta específico —respondí, intentando mantener la calma.
Ella arqueó una ceja, como si mí respuesta le hubiera resultado inaceptable.