La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 23

LAYLA

Hace un tres años...

Habia deseado con todas mis fuerzas que fuera viernes. La semana de exámenes estaba acabando conmigo. Sentía la cabeza embotada, como si cada pregunta de los cuestionarios hubiera absorbido una parte de mi energía vital. Apenas salí del aula, mi único pensamiento era deshacerme de mi mochila, tirarla por la ventana y no volver a verla hasta el lunes.

Estábamos en las últimas semanas antes de graduarnos, y yo seguía sin tener claro qué quería estudiar. Mi madre siempre había insistido en que tomara una decisión "inteligente" y siguiera sus pasos en diseño. Para ella, la moda era un arte, una forma de expresión que le daba sentido a cada prenda que creaba. Pero para mí, todo eso era normal. No lograba ver lo que ella veía; simplemente no me interesaba.

Por otro lado, mi padre tenía una visión más práctica. Según él, una carrera en administración sería la mejor opción. Algo que me preparara para asumir un papel importante en la empresa familiar, como Grover y Osiel, quienes ya estaban encaminados a liderarla. Pero sabía que ese mundo tampoco era para mí, Desde hacía tiempo, la empresa había dejado de ser un espacio para mí, como si mi lugar hubiera desaparecido sin previo aviso.

Miraba a mis amigos y sentía una punzada de envidia. Todos tenían claro su futuro, mientras yo seguía atrapada en un mar de incertidumbre. ¿Qué quería realmente? ¿Qué me apasionaba? Las respuestas seguían esquivándome, y con cada día que pasaba, la presión crecía. Tal vez el problema no era sólo decidir, sino atreverme a aceptar que mi camino podría ser completamente distinto al que mi familia había trazado para mí.

Caminé arrastrando los pies hasta el estacionamiento, donde el chofer de la familia Hoffmann ya esperaba junto al coche, impecable como siempre. Abrí la puerta trasera y me dejé caer en el asiento, soltando un suspiro que parecía arrastrar el cansancio de toda la semana. El agotamiento seguía aferrado a mis hombros, pero no había tiempo para ceder. Este fin de semana lo pasaríamos en casa de los padres de Osiel, celebrando el cumpleaños de Margot. Mañana, todos viajaríamos a una cabaña en las afueras para continuar con la celebración.

Aunque parte de mí se emocionaba ante la idea de pasar tiempo con los padres de Osiel, quienes también eran mejores amigos de mis padres, otra parte estaba inquieta. ¿Cómo podría mirarla a los ojos después de lo ocurrido hace unos días? Margot había estado a un paso de descubrirnos, y esa escena seguía reproduciéndose en mi mente con una mezcla de vergüenza y adrenalina.

Además, estaba el asunto de Osiel. Pasar el fin de semana junto a él, bajo el mismo techo, rodeados de miradas ajenas, iba a ser una tortura. ¿Cómo iba a resistir la tentación de buscar su cercanía, de perderme en su abrazo o de robarle un beso cuando nadie estuviera mirando? Solo de pensarlo, el corazón me latía con fuerza, mientras una punzada nerviosismo se apoderaba de mí.

El trayecto hacia la casa de los Hoffmann transcurrió en un incómodo silencio, roto únicamente por el suave ronroneo del motor. Mí mente no dejaba de divagar, repasando una y otra vez las posibles situaciones que podrían surgir durante el fin de semana.

Al llegar, la fachada impecable de la casa de los Hoffmann se alzó ante mí, elegante y majestuosa cómo siempre. El chofer bajó rápidamente para abrirme la puerta, y con un profundo suspiro, me obligué a recomponerme antes de entrar.

En cuanto entré, el aroma a flores frescas inundó mis sentidos. No era de extrañar; después de retirarse de su trabajo como presentadora de noticias tras casi treinta años, Margot había encontrado en la jardinería uno de sus mayores pasatiempos. Caminé hacia el patio trasero, donde la encontré sentada en un taburete con un libro entre las manos, completamente inmersa en su lectura.

Al verme, cerró el libro con cuidado y se levantó con una sonrisa.

—Layla, cariño. No te escuché llegar —comentó mientras se acercaba para saludarme con un beso ligero en la mejilla.

—No te preocupes, acabo de llegar —respondí, tratando de sonar más animada de lo que me sentía.

—¿Tienes hambre? —preguntó con una calidez que hizo que mi estómago gruñera casi en respuesta. Asentí ligeramente, aliviada de no tener que fingir más.

—Perfecto. Le pediré a Susan que te prepare algo delicioso. No hay nada mejor que un buen almuerzo después de un viaje —añadió antes de desaparecer hacia la cocina con una elegancia que parecía innata en ella.

La observé alejarse mientras me acomodaba en una de las sillas del patio, dejando que el sol acariciara mi rostro. Cerré los ojos por un instante, intentando absorber un poco de la calma que trasmitía el jardín, pero el sonido de mi celular vibrando interrumpió mi momento de paz.

Al mirar la pantalla, un mensaje de Osiel apreció:

"Amor, ¿ya estás en casa? Voy a pasar al departamento. ¿Necesitas algo o olvidaste algo?"

Una sonrisa, inevitable y cargada de ternura, se dibujó en mis labios. Contesté rápidamente, tratando de no perder el ritmo de nuestra conversación, pero el eco de unos pasos me alertó antes de que pudiera enviar otro mensaje.

Margot regresaba, con una sonrisa más amplia y una bandeja entre las manos. Guarde el celular con rapidez, casi con torpeza, asegurándome de que no pudiera ver quién me había escrito.



#1755 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 15.01.2025

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