LAYLA
Hace tres años...
Volví a revisar la hora en la pantalla de mi teléfono. eran ya pasadas las once de la noche y Osiel aún no había llegado. Ni una llamada, ni un mensaje avisando que se retrasaría. Nada.
Me había prometido un masaje en la mañana. Sin embargo, la noche avanzada y su ausencia pesaba cada vez más. Incluso había terminado por prepararme algo de cenar sola, convencida de que en cualquier momento la puerta se abriría y él aparecía. Pero no fue así.
Solté un suspiro cansado y apague la televisión. Había visto, sin exagerar, al menos cinco películas mientras lo esperaba, tratando de distraerme, de hacer que el tiempo pasara más rápido. No funcionó.
Apagué las luces de la sala y caminé hacia su habitación. Ya ni siquiera me molestaba en ir a la mía. Luna camino detrás de mí, su pequeña figura siguiéndome con fidelidad. Pero antes de entrar, la detuve con suavidad.
—No, bonita. Quédate aquí —susurré, agachándome para recogerla en brazos.
Osiel no la odiaba, claro que no, pero tampoco le gustaba encontrar su pelaje esparcido por todas partes. La llevé a mi habitación y la acomodé sobre la cama, acariciándole la cabeza con ternura.
—Quédate aquí, ¿sí? —susurré antes de salir, dejando la puerta entreabierta.
Regresé a la habitación de Osiel y me deslicé entre las sábanas recién cambiadas por la mañana. Su aroma aún impregnaba la almohada, envolviéndome en una sensación agridulce de compañía y ausencia.
Tomé mi teléfono y abrí nuestra conversación. Dudé un instante antes de escribir, pero finalmente dejé que mis dedos se movieran por la pantalla.
"Te extraño. Estoy en la cama en este momento. Quise esperarte, pero parece que llegarás muy tarde. Solo cuídate, por favor. No te desgastes. Llega a casa pronto… te amo."
Presioné enviar y dejé el teléfono sobre la mesita de noche. Suspiré, abrazando la almohada con la esperanza de que el cansancio terminara por arrastrarme al sueño.
A la mañana siguiente, lo primero que hice fue estirar la mano en busca de mi teléfono. Al encender la pantalla, la decepción se instaló en mi pecho: ni un solo mensaje de Osiel. Solo una notificación de Grover.
"Llegamos mañana por la tarde. Nos vemos pronto."
Aunque la idea de su regreso me alegraba, una preocupación más grande pesaba sobre mis pensamientos: todavía no sabía cómo enfrentar a mis padres y decirles la verdad sobre mi relación con Osiel.
Intenté sacudirme la inquietud mientras me dirigía a la cocina. Era tarde, y el hambre comenzaba a hacer estragos en mi estómago. Abrí la nevera y saqué algunos ingredientes para preparar algo sencillo.
Estaba concentrada en cortar algunas verduras cuando un par de manos se deslizaron con firmeza alrededor de mi cintura. Un respingo me recorrió el cuerpo, y solté el cuchillo de golpe.
Me giré con rapidez, lista para reclamar, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta al ver a Osiel frente a mí.
Su ropa estaba desaliñada, el cabello revuelto y sus ojos verdes enrojecidos. Algo en su expresión se veía… apagado. Pero lo que más me alarmó fue el fuerte aroma a alcohol que flotaba en el aire entre nosotros.
Osiel no bebía.
O al menos, eso era lo que yo creía.
Lo observé con el ceño fruncido, mi mente procesando lo que tenía delante. No solo estaba ebrio, sino que también parecía… roto. Algo dentro de él se había quebrado, y yo no tenía idea de qué lo había llevado a ese estado.
—¿Dónde estabas? —Mi voz salió más baja de lo que pretendía, una mezcla de preocupación y desconcierto.
Osiel tardó unos segundos en responder. Se pasó una mano por el rostro, exhalando con pesadez, como si incluso respirar le costara esfuerzo.
—Solo quiero estar contigo… —Su voz sonó rota.
El aliento impregnado de licor me hizo fruncir el ceño nuevamente, pero antes de que pudiera decir algo, me envolvió en un abrazo desesperado. Hundió el rostro en la curva de mi cuello y su cuerpo tembló contra el mío.
Sentí su respiración entrecortada, el peso de su angustia oprimiéndome el pecho.
—Osiel… —Traté de apartarme ligeramente para mirarlo a los ojos, pero su agarre se volvió más firme.
Sus brazos me rodeaban con tanta fuerza que por un momento me faltó el aire.
—¿Qué te pasa? —Mi voz salió más baja de lo que pretendía, me estaba preocupando.
No me respondió.
El leve estremecimiento de su cuerpo contra el mío hizo que mi corazón se encogiera. Fue entonces cuando lo escuché.
Un sollozo ahogado, casi imperceptible.
Osiel estaba llorando.
Antes de que pudiera reaccionar, sus labios encontraron los míos en un beso desesperado, urgente, cargado de algo más profundo que solo deseo. Su aliento impregnado de licor rozó mi piel, pero lejos de repelerme, me atrapó en una sensación embriagadora.
Su boca se movió sobre la mía con torpeza y necesidad, como si estuviera buscando un ancla en medio del caos que lo consumía. Y lo peor de todo es que no quería detenerlo. Su tristeza, su angustia… su desesperación me envolvían, y en ese momento, solo quería ser la única capaz de aliviar su tormento.