La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 29

LAYLA

¿Cómo podía seguir con mi vida cuando lo único que sentía era este vacío en el pecho?

Mis padres y mi hermano habían regresado hacía dos días, dos días en los que me había obligado a fingir una sonrisa, a actuar como si todo estuviera bien cuando, en realidad, me estaba desmoronando por dentro. Esther fue la única que notó que algo no estaba bien conmigo. Lo vi en la forma en que me miraba, en cómo su expresión se suavizaba con una preocupación silenciosa. Pero aunque ella fuera la única que podría darme un consejo sincero, no quería contarle nada. No todavía.

Había ensayado tantas veces en mi cabeza cómo les diría a mis padres sobre mi relación con Osiel. Me imaginé diferentes escenarios, diferentes palabras, diferentes reacciones. Pero ahora, ¿para qué? Ya no tenía sentido. De nada servía confesar algo que estaba roto, que nunca podría arreglarse.

Lo amaba. Dios, cómo lo amaba. Pero también lo odiaba con la misma intensidad. Ese rencor me carcomía el alma, y al mismo tiempo, me dolía admitir que lo sentía.

—Hey, pequeña.

La voz de mi hermano me sacó bruscamente de mis pensamientos.

—¿Qué tienes? ¿Y esa carita? No me digas que no te da gusto tener de vuelta a tu guapo, atractivo y cautivador hermano.

Su tono bromista iba acompañado de una sonrisa ladeada, como si esperara que su presencia fuera suficiente para alegrarme. Pero ni siquiera su característico aire de suficiencia lograba sacarme de este agujero en el que me encontraba.

Grover se dejó caer en el sofá frente a mí.

—Vamos, Layla, ¿ni siquiera una bienvenida decente para tu hermano favorito? —bromeó, estirando los brazos sobre el respaldo del sillón—. Estoy empezando a pensar que no me extrañaste.

Me obligué a sonreír, aunque por dentro sentía que me rompía un poco más.

—Claro que te extrañé —respondí con la voz más normal que pude fingir—. Solo… estoy cansada.

Su mirada se afiló ligeramente, evaluándome con el instinto protector que siempre tenía conmigo.

—¿Cansada? —repitió, sin creérselo del todo—. Lay, has estado rara desde que llegamos. Y no puedes decirme que es por la escuela, porque ya te graduaste. Así que… ¿qué está pasando?

El nudo en mi garganta se apretó con fuerza. No podía contarle. No a él. No después de todo.

—Nada, en serio. Son ideas tuyas —mentí, desviando la mirada para evitar que viera lo que realmente pasaba por mi cabeza.

Grover frunció el ceño y dejó escapar un suspiro, pero al final decidió no presionarme.

—Bueno, si no quieres hablar, no te voy a obligar… por ahora. Pero ya me conoces, Layla, tarde o temprano siempre termino averiguándolo todo.

Una punzada de ansiedad me recorrió el pecho, helándome por dentro.

Si Grover descubría la verdad, si llegaba a saber que Osiel y yo habíamos estado juntos todo este tiempo a sus espaldas… y, peor aún, que él era el responsable de que ahora estuviera con el corazón hecho pedazos…

No podía permitirlo.

Conociéndolo, era capaz de malinterpretarlo todo, de ir directo a buscar a Osiel y partirle la cara sin molestarse en escuchar explicaciones. Y, en el fondo, una parte oscura de mí quería que lo hiciera. Quería que lo golpeara, que lo hiciera sufrir tanto como yo estaba sufriendo ahora. Pero el dolor físico desaparece con el tiempo. El dolor interno, en cambio, dura toda la vida.

Grover se estiró en el sofá, acomodándose con la despreocupación de siempre, y su siguiente pregunta me tomó desprevenida.

—Bien, entonces, dime… ¿cómo fue tener al idiota de Osiel como niñero?

El solo escuchar su nombre hizo que algo dentro de mí se quebrara. El pecho se me oprimió de golpe, como si me hubieran vaciado el aire de los pulmones.

—¿Por qué no le preguntas a él? —respondí con una brusquedad que no pude controlar mientras me ponía de pie de golpe.

El corazón me latía con tanta fuerza que sentía que se me iba a salir del pecho. No podía seguir aquí, no con su mirada clavada en mí, como si pudiera ver más allá de mi fachada.

—Espero que la próxima vez que decidan irse de viaje tengan la decencia de llevarme con ustedes —solté, cruzándome de brazos—. Porque fue un infierno tener que lidiar con un niñero… y más aún con Osiel.

Mentí.

Era la única forma de sobrellevarlo.

Disfrazar el dolor con desprecio. Fingir que todo lo que sentía era rabia y no este vacío desgarrador en el pecho.

Porque, en realidad, lo único en lo que había pensado durante estos dos días era en que él llamara. En que me buscara. En que me dijera que nada de lo que me dijo aquella noche era verdad.

Grover soltó una carcajada, como si mi respuesta le resultara más divertida de lo que debería.

—Sabía que el tipo te sacaba de quicio, pero no pensé que tanto. Aunque, para ser sincero, no te culpo. Osiel es un desastre, no sé cómo lo soportan en su casa.

Me obligué a sonreír con desgano, como si estuviera de acuerdo, cuando en realidad sentía un nudo en la garganta.



#2557 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

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