La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 31

LAYLA

Los días previos a mi partida fueron un infierno. Mi madre manejó cada detalle con la misma precisión con la que dirigía sus negocios, asegurándose de que todo estuviera listo sin dejar ningún cabo suelto. Había encontrado un pequeño departamento en Florida, lo suficientemente alejado de la casa de mis abuelos como para evitar cualquier sospecha. No había sido casualidad. Era su forma de aislarme, de esconder la vergüenza que, según ella, yo representaba para la familia.

Aprovechó la ausencia de mi padre, quien una vez más estaba de viaje por trabajo, y se encargó de darle una versión conveniente de la historia. Le dijo que había decidido tomarme un año sabático antes de entrar a la universidad y que lo mejor era pasar una temporada con los abuelos. Mi padre aceptó sin demasiadas preguntas, aunque su decepción era evidente. No entendía por qué no iría a la universidad de inmediato ni por qué prefería no celebrar mi cumpleaños en casa. Si tan solo supiera la verdad…

Pero nunca lo haría.

Ella también había puesto fin a mis aspiraciones académicas. Aunque había aplicado y sido aceptada en varias universidades, mi madre se aseguró de que esas puertas se cerraran antes de que pudiera cruzarlas.

Cuando llegó el día de mi partida, el ambiente en casa se tornó más opresivo que nunca. Mi maleta estaba junto a la puerta, esperando a ser llevada, mientras Esther permanecía a mi lado con la expresión cargada de preocupación.

Mi madre apareció en el vestíbulo con la misma elegancia impoluta de siempre. No había rastro de emoción en su rostro, solo esa dureza con la que me había acostumbrado a vivir.

—El chofer te llevará al aeropuerto. No quiero llamadas, no quiero mensajes. Para esta familia, dejas de existir hasta que hayas dado a luz y decidas qué hacer con ese bastardo.

Cada palabra cayó sobre mí como un golpe, pero ya no tenía fuerzas para pelear. No había nada que decir. Solo asentí, sintiendo cómo la presión en mi garganta aumentaba.

—Layla…

Grover dio un paso adelante, pero mi madre levantó una mano, deteniéndolo sin siquiera mirarlo.

—No más sentimentalismos.

Mis manos temblaban. No de miedo, sino de una tristeza tan profunda que se sentía como un vacío en el pecho.

Entonces, Esther apretó mis manos con la calidez que siempre me había ofrecido, esa que nunca había encontrado en mi madre.

—Señora… ¿podría irme con ella?

Giró hacia mi madre con una súplica en la mirada. Esther no era solo el ama de llaves, ni una simple empleada. Era el refugio que siempre me había acogido cuando más lo necesitaba. Durante años, había sido la única persona que me trataba con un cariño genuino, la única que me hacía sentir que no estaba completamente sola.

Por un momento, quise aferrarme a la esperanza de que mi madre accediera. Pero esa ilusión se disipó con la frialdad con la que respondió.

—Por supuesto que no. Aquí te necesito. Si Layla se cree lo suficientemente adulta para traer al mundo a un bastardo, entonces será lo suficientemente adulta para vivir sola.

—No debería irse sola. Necesita que alguien la cuide durante el embarazo.

—No te preocupes por eso, Nana. Habrá personas de confianza encargándose de ella.

Grover intervino, acercándose a Esther con una expresión que pretendía ser tranquilizadora.

Pero no lo era.

El sonido de pasos apresurados en el pasillo cortó la conversación. Felipe, el chofer, apareció en la entrada con gesto impaciente.

—El coche está listo.

La realidad se desplomó sobre mí como una losa. Ya no había vuelta atrás.

Con el estómago revuelto y un nudo en la garganta, avancé hacia la puerta del coche. Cada paso se sentía como si arrastrara cadenas invisibles, pesadas y frías, negándose a dejarme avanzar.

Justo antes de subirme, me giré hacia Esther una última vez.

No dijimos nada. No hacía falta. En su mirada, cálida y llena de preocupación, encontré el único consuelo que me quedaba. Aquella mirada fue un recordatorio de que, en medio de la indiferencia de mi madre y la frialdad de esa casa, alguien en el mundo todavía me quería.

Una vez dentro del coche, sentí que el aire me faltaba. La casa, mi hogar, todo lo que conocía, se desdibujaba mientras el vehículo arrancaba, alejándome de mi pasado con la misma facilidad con la que mi madre me había desechado.

Florida.

Ese era mi destino. Un lugar donde mi madre podría ocultar su vergüenza y donde yo tendría que aprender a vivir con las consecuencias de mis actos… completamente sola.

Mis manos temblorosas se posaron sobre mi vientre aún plano, un gesto instintivo, como si pudiera proteger a mi bebé de todo lo que estaba pasando. Cerré los ojos con fuerza y apoyé la frente contra la ventanilla, sintiendo el cristal helado contra mi piel ardiente.

El corte en mi labio aún palpitaba, un recordatorio imborrable de la última conversación con mi madre.

No me quería en su casa. No quería que nadie supiera de mi embarazo. Ni siquiera mi padre.



#2561 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

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