La Promesa

ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 33

LAYLA

Hace tres años..

Tardé unos segundos en acostumbrarme a la luz de la habitación. Parpadeé varias veces, sintiendo la garganta seca, áspera, como si hubiera pasado días sin probar una gota de agua. Tragar saliva resultó casi imposible.

Cuando por fin mi vista se adaptó, recorrí el lugar con la mirada. El pitido constante del monitor a mi lado confirmó lo evidente: estaba en un hospital. El aire olía a desinfectante y a algo más, algo frío y estéril.

En un sillón negro, encorvada y con el rostro relajado por el sueño, estaba Esther. Su respiración era tranquila, sus manos descansaban sobre su regazo, pero incluso dormida, parecía tensa, como si hubiera pasado demasiado tiempo en esa posición.

El sonido de la puerta al abrirse rompió el silencio.

Una enfermera entró, revisando la habitación con la eficiencia de quien está acostumbrada a estas escenas. Intenté hablar, pero mi voz apenas salió como un susurro:

—Agua… por favor.

Ella asintió sin decir nada y se acercó a la mesa donde una jarra con agua y un vaso descansaban. Sirvió un poco y luego me ayudó a beber, sosteniendo el vaso con cuidado.

El líquido frío calmó un poco la sequedad en mi garganta.

Un movimiento en el sillón llamó mi atención. Esther se removió, frotándose los ojos con las manos antes de alzar la vista.

Por un segundo, pareció dudar, como si temiera que su mente le estuviera jugando una mala pasada. Pero cuando me vio despierta, sus ojos se llenaron de lágrimas y se acercó apresurada, tomándome la mano con delicadeza.

—Mi niña… despertaste.

Intenté hablar, pero la sequedad en mi garganta convirtió cualquier intento en un murmullo incomprensible. La enfermera, que hasta ese momento había permanecido atenta, se acercó con profesionalismo y me informó que iría a llamar al médico para que me revisara. No tuve oportunidad de responder, porque en cuanto mis manos, movidas por el instinto, descendieron hasta mi vientre, una ola de pánico me recorrió de pies a cabeza.

Mi piel se erizó.

Mi vientre…

Ya no estaba redondo.

No. No, no, no.

Mi respiración se volvió errática, la opresión en el pecho me asfixiaba y una desesperación incontrolable se apoderó de mi cuerpo. Tragué saliva con dificultad, tratando de encontrar estabilidad en medio del caos que se arremolinaba en mi mente.

¿Dónde estaba mi bebé?

El pánico se convirtió en un grito atrapado en mi garganta.

Minutos después, el doctor entró acompañado por la enfermera. Se acercó a la cama y, comenzó a revisarme. Su linterna recorrió mis pupilas, verificó mi pulso y escuchó mi respiración con su estetoscopio.

—Tu estado es estable. Llamaré a tus padres y a tu hermano para que pasen a verte.

Mis padres. Mi hermano.

Las palabras me golpearon con una fuerza que no esperaba.

¿Qué hacían aquí?

La sensación de inquietud creció, pero mi mente solo podía aferrarse a una sola pregunta, la única que importaba en ese momento.

—¿Mi bebé? —Mi voz salió temblorosa, entrecortada, apenas un hilo de sonido. Pero aún así, cargada de un miedo que me heló hasta los huesos—. ¿Dónde está mi bebé?

El doctor evitó mi mirada.

El silencio que siguió fue peor que cualquier respuesta.

Giré la cabeza con brusquedad, buscando a Esther, aferrándome a la única persona en la habitación que me inspiraba confianza.

Pero ella no me miraba.

Sus ojos estaban clavados en un punto fijo, la tensión dibujada en cada línea de su rostro.

El doctor murmuró unas palabras a la enfermera antes de salir de la habitación, pero yo apenas registré el movimiento. Todo mi cuerpo estaba tenso, mi respiración entrecortada mientras esperaba una respuesta que nadie parecía dispuesto a darme.

—Esther… —Mi voz apenas fue un susurro. No tenía fuerzas, pero la desesperación me impulsó a sujetarle la muñeca—. Dímelo… ¿Dónde está mi bebé?

Esther intento hablar, pero en eso mis padres y mi hermano entraron en la habitación, el aire se volvió denso, cargado de una tensión insoportable. Mi madre lloraba, cubriéndose la boca con una mano temblorosa. ¿Por qué? ¿Era por verme así, conectada a esos monitores que pitaban con cada latido irregular de mi corazón? ¿O había otra razón?

Mi padre, en cambio, permanecía serio. Sus rasgos endurecidos no reflejaban ninguna emoción, pero lo conocía lo suficiente para saber que su silencio decía más que cualquier palabra.

No era así como quería que se enteraran de mi embarazo. No era así como debía conocer a su nieto.

Mi hermano se detuvo junto a Esther, quien mantenía la cabeza baja, los hombros tensos, como si tratara de hacerse pequeña, de desaparecer.

La angustia me oprimió el pecho con la fuerza de un puño invisible.

—¿Qué está pasando? —Mi voz sonó quebrada, apenas un susurro—. ¿Dónde está mi bebé? ¿Por qué nadie me dice nada?



#3197 en Novela romántica

En el texto hay: mentiras, drama, secretos .

Editado: 16.04.2025

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